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¿Es internet un derecho humano?

¿Internet es un lujo o, como se está pidiendo desde algunos sectores, un derecho del ser humano? Sergio C. Fanjul y Enrique Dans consideran, respectivamente, que estamos ante una forma de espi onaje y ante una indispensable “realidad con esteroides”.

2 diciembre, 2019 07:59
Enrique Dans
Profesor del IE Business School y autor de Viviendo en el futuro (Deusto)

La construcción del espacio público

Los orígenes de internet suelen vincularse a la comunicación militar con un objetivo de resiliencia, de permitir la comunicación entre nodos aunque las conexiones entre ellos hubiesen sido destruidas, aunque en realidad, todos los que trabajaban en aquel proyecto sin excepción sabían que estaba destinado a convertirse en algo cuyo interés excedería enormemente el ámbito de lo militar. De ahí, internet pasó a ser un entorno de comunicación “para frikis”, un carácter reforzado tanto por la pertenencia a entornos académicos de sus primeros usuarios, como por el hecho de manejarse mediante comandos UNIX (como bien decía Jeremy S. Anderson, “hay dos productos que han salido de Berkeley, el LSD y el UNIX, y no creemos que sea una coincidencia” :-)

Muchos piensan que lo indispensable son cosas como la comida o el agua, pero no. El análisis tiene mucho que ver con aquello de “dar peces frente a enseñar a pescar”. Sin internet se vive peor

Tuvo que ser Tim Berners-Lee y esa WWW entendida como capa de usabilidad sobre internet lo que la convirtiese en un fenómeno verdaderamente masivo, en el origen de lo que hoy manejamos todos los días. Durante algún tiempo, la diferencia entre los más jóvenes y sus mayores fue que mientras los segundos “navegaban en internet”, los primeros veían internet no como un sitio al que “ir a buscar algo”, sino como una parte del entorno, algo constante de lo que no se desconectaban nunca. En muchos sentidos, aquel “componente friki” de internet persistió, hasta el punto de que muchos padres incluso interpretan erróneamente el hecho de que sus hijos no se desconecten nunca de la red como algún tipo de “problema” o de “trastorno”. Es falso. La internet de hoy refleja, en realidad, la construcción del espacio público, el lugar al que dirigirse no solo para buscar cualquier cosa sino también para relacionarse, para informarse… para vivir. Contrariamente a lo que pensaban los agoreros, esa capa adicional no quita valor a la capa física de toda la vida, sino que la potencia, como una “realidad con esteroides” que te permite acceder a cualquier cosa de manera prácticamente instantánea. ¿Se puede vivir sin Google o sin Wikipedia? Sin duda, pero la vida no solo es más incómoda, sino peor.

¿Es internet perfecto? En absoluto: como toda plataforma que define sus reglas a medida que se construye, tiene mucho que mejorar: nunca pensamos que una página creada para hablar con nuestros amigos se convertiría en el mayor espía de la historia y en una pavorosa máquina de manipular al servicio de los populismos más exacerbados, pero en retrospectiva, si otorgamos un poder omnímodo y sin supervisión alguna a un chaval de veintipocos años, ¿que podría salir mal?

Hoy, internet es indispensable, y que no todo el mundo tenga acceso a ella supone un problema. Muchos piensan que lo indispensable son cosas como la comida o el agua potable, pero no, y el análisis tiene mucho que ver con aquella frase que habla de “dar peces frente a enseñar a pescar”. Sin internet se vive mucho peor. Y discriminar a alguien privándole de acceso a internet supone, en nuestros días, una condena mucho peor que el ostracismo.

Sergio C. Fanjul
Escritor. Coautor de Ciencia sin ficción (Debate)

Que nos protejan de la internet feroz

Un servidor fue un furibundo tecnooptimista hasta hace no tanto, cuando internet, que parecía un gran invento, empezó a convertirse en esta especie de monstruo que ha crecido sobre la civilización humana y que puede que acabe por destruirla, como en una tragedia griega. El acelerón tecnológico se presenta como una más de las señales que preceden al Fin del Mundo: el calentamiento global, la sobrepoblación, el agotamiento de los combustibles fósiles, la escasez de agua o la proliferación de locales hipsters con paredes de ladrillo visto.

Creo que el punto de giro definitivo ocurrió cuando se empezaron a popularizar los smartphones: no fue hace tanto, Steve Jobs presentó el iPhone en 2007, pero desde ese año el mundo ha cambiado notoriamente y a una velocidad de vértigo. El smartphone combina a la perfección la conexión a internet, la cámara de fotos, la pantalla táctil y la venta de apps a través del mismo terminal de manera que ya se ha convertido en un vicio y una estructura básica para la existencia contemporánea. Es la continua tentación en nuestras manos, el estímulo eterno a nuestro cerebro.

Pensábamos que el smartphone nos daría más libertad, pero resulta que nos ha colocado una cadena muy larga que nos ata allá donde estemos. Destroza nuestra capacidad de atención

Pensábamos que el smartphone nos daría más libertad, pero resulta que lo que ha hecho es colocarnos una cadena muy larga que nos ata allá donde estemos. Destroza nuestra capacidad de atención, debilita nuestra comunicación con los demás y nuestras relaciones sociales en carne y hueso, facilita la ciberinfidelidad, el juego, la adicción a la pornografía, y si uno se apaña en la Deep Web puede comprar todo tipo de armas y drogas desde el salón de casa. Eso por no hablar de las plataformas de la mal llamada economía colaborativa, que extienden la precariedad laboral, o de la virulencia de las redes sociales que pervierten la conversación pública y polarizan el panorama político.  

No sabemos cómo educar a los niños para que no se pierdan en las entretelas digitales, o que no abusen de ellos vía online. Necesitamos retiros espirituales para pasar tiempo sin conexión y calmar nuestro ajetreado cerebro. Y para colmo ahora nos enteramos de que a través de estos aparatos se recopilan infinidad de datos sobre nuestra posición geográfica, nuestras costumbres, nuestros gustos, nuestras opiniones, y que esa información a escala masiva y planetaria se utiliza para vendernos cosas o, lo que es peor, para manipular nuestro voto a base de bulos y fake news.

Se dice que la tecnología es neutral, como un cuchillo de cocina: puede usarse para picar cebolla o para asesinar a tu vecino. Sin embargo, la tecnología controlada por un puñado de empresas globales (que ahora empezamos a cuestionar si deberíamos controlar de alguna manera) no parece nada neutral ya desde la propia forma en la que se diseña, enfocada en captar nuestra atención de manera insaciable y espiarnos.

¿Debería ser la conexión a internet considerada como un derecho humano? Puede ser, aunque antes de plantearnos esta cuestión tal vez deberíamos preguntarnos si no debería ser un derecho humano que nos protejan de esta internet feroz.