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Del cómic a la novela gráfica en 60 años

El cumpleaños de Astérix (celebra 60 el próximo martes, 29) y la buena salud del cómic actual nos lleva a preguntarnos cómo ha evolucionado el género

25 octubre, 2019 13:49
Paco Roca
Autor de cómics

Libertad fuera de serie

Yo crecí en los setenta leyendo y copiando Astérix. Era lector de cómics y quería llegar a ser autor cuando fuera mayor. Para mí el mundo del cómic, además del que publicaba la editorial Bruguera, era Astérix, Tintín y Spirou. Desde entonces hasta ahora el lenguaje del cómic ha cambiado poco. Si mi yo del presente le llevara a mi yo de niño cualquier cómic actual, Sabrina, de Nick Drnaso, por ejemplo, le causaría un trauma infantil, pero lo disfrutaría igualmente. Lo que ningún dibujante o guionista de la época podría haber imaginado es lo mucho que iba a cambiar la industria en estos años, y con ello la libertad de los autores.

En 2006 yo había logrado mi sueño infantil y me dedicaba a los cómics, aunque aún no podía vivir de ello. Como muchos tuve que emigrar al mercado francés, el más grande de Europa. Acababa de entregar un cómic llamado Arrugas y mi editor francés me preguntó qué quería hacer después. Le contesté que me gustaría seguir por el mismo camino, una historia en un único libro que empezase y acabase como una novela, algo que ya empezaba a ser habitual y que se llamaba “novela gráfica”. Me respondió que ese formato no era un negocio ni para ellos ni para mí, que creara un personaje y una serie. A lo largo de la historia el negocio en Francia han sido las historias seriadas. Asterix, Tintín, Corto Maltés, El teniente Blueberry… Historias por entregas con un formato fijo protagonizadas por personajes icónicos que apenas cambian a lo largo de los años, y que permiten además los recopilatorios, el merchandising, etc. Esa era la industria del cómic no sólo en Francia sino también en EE.UU. y Japón, los otros dos grandes mercados

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"Ahora el autor puede decidir el formato, la cantidad de páginas, el estilo gráfico; explorar caminos como la autobiografía, la no ficción... Controlar todo esto en función de lo que queremos contar"

Todo esto ha cambiado en los últimos quince o veinte años. Seguimos teniendo ese tipo de lectores y ese tipo de cómics, pero los autores hemos conseguido un hueco de libertad fuera de la industria de las series y los personajes. Ahora el autor puede decidir el formato, la cantidad de páginas, el estilo gráfico… Podemos controlar todas estas cosas en función de la historia que queremos contar. Esto nos ha permitido tocar temas y hacerlo de una manera que antes hubiera sido muy difícil de encajar dentro de esos férreos formatos que exigía la industria. Hemos podido explorar caminos como la autobiografía, la no ficción…, géneros que otros medios ya utilizaban, pero que habían quedado fuera del nuestro.

Con este nuevo formato hemos conseguido atraer a un público generalista que quizá nunca ha leído a Astérix, pero que se interesa por temas determinados, y picotea de vez en cuando en el mundo del cómic. Esta normalización del medio se ve muy claramente en la cantidad de lectoras que se han acercado al cómic. Eso ha sido posible sobre todo gracias a la aparición de muchísimas autoras que han aireado un mundillo que olía demasiado a testosterona. Mucho ha cambiado el mundo del cómic, la industria y la percepción que se tiene de él fuera del medio. Pero las lectoras y lectores seguimos disfrutando igual de la magia del cómic.

Felipe Hernández Cava
Crítico y guionista de cómics

Paciencia y barajar

Con el pretexto de que hace 60 años nació Astérix en las páginas de Pilote, he aceptado el reto de esbozar un balance personal de este medio narrativo tan peculiar, aún a sabiendas de que necesitaría de más espacio. He sido, en buena medida por mi provecta edad, testigo privilegiado de ese desarrollo, primero como lector, cuando en España existía aún una industria que facilitaba la profesionalización, y más tarde como francotirador, embarcado primero en comprometerlo con la realidad no oficial del franquismo, lo que conllevaba la búsqueda de una gramática alternativa, y posteriormente con el solo afán de crear unos trabajos que no me produjeran vergüenza a mí y sonrojo a un hipotético lector adulto.

Es este último contrato conmigo mismo el que me ha hecho permanecer indiferente a la percepción de los intelectuales sobre esta actividad. Unos intelectuales a los que vi empezar a interesarse por la historieta en los años 60, para enzarzarse luego en un combate ideológico entre apocalípticos (que veían con aprehensión el ascenso de la baja cultura) e integrados (que apostaban por una normalización de las relaciones interdisciplinares), polémica que algunos de ellos volverían a recuperar ante muchas de las banalizaciones que engendró la postmodernidad, y que finalmente parece haber quedado arrumbada a tenor del interés generalizado por este asunto entre muchos profesores universitarios (a veces tengo la sensación de que empiezan a ser más numerosos estos docentes que los autores).

"Por no estar mediatizado por su consideración, ni siquiera me preocupa su reconocimiento como un arte más y su progresiva presencia en los museos, regularizada desde los años setenta."

Y he visto con igual indiferencia la lucha por imponer un término que confiriese dignidad a los ejercitantes de esta disciplina: novela en grabados o novela gráfica, prácticamente al poco de su nacimiento, o literatura dibujada, o cómic para adultos, producto todos, a mi entender, de un complejo de inferioridad e hijos de la idea perversa de que la denominación del continente podría conferir algo de mayor gravedad al contenido (lo que, a menudo, se desmiente con la lectura de muchas novelas gráficas, poemas gráficos o ensayos gráficos del presente). Aun cuando a mi displicencia personal se sumara también la preocupación por renegar de una buena parte de un legado que, incluso en algunas de sus manifestaciones más ingenuas y menos pretenciosas, encierra hallazgos de una gran sabiduría y caer finalmente en una suerte de adanismo selectivo del que se excluye a unos pocos creadores del ayer que enlazarían con la concepción actual de lo que debe ser una propuesta de vanguardia.

Es más: por no estar mediatizado por su consideración, ni siquiera me preocupa su reconocimiento como un arte más y su progresiva presencia en las salas de los museos, regularizada desde los años 70. Bastante esfuerzo conlleva ya el tratar de desempeñar nuestro trabajo lo mejor posible, pese a su cada vez más magra retribución económica, como para estar mediatizados además por el prestigio o el nombre de lo que muchos hacemos con la única certeza de que la potencialidad de este medio es harto singular e ilimitada.