Agustín Fernández Mallo Juan Manuel de Prada

Agustín Fernández Mallo Juan Manuel de Prada

DarDos

¿Suplantan las series a la lectura?

Casi sin darnos cuenta, las series de televisión se han convertido en una de las mayores aficiones del amante de la cultura, al punto de sustituir o suplantar, según algunos, a la lectura. Pero, ¿existen vasos comunicantes o es un camino sin retorno? responden los escritores Juan Manuel de Prada y Agustín Fernández Mallo

23 septiembre, 2019 08:11
Agustín Fernández Mallo
Poeta, ensayista y narrador

La novela colectiva

Si algo caracteriza al programa teórico de la novela –ese artefacto no oral que da inicio con la escritura del Quijote–, es que la narración, lo vivido dentro del texto, ha de tener la apariencia de estar siendo vivido en tiempo real; lo que el lector está leyendo deberá ser percibido como un mundo autónomo, con las reglas propias de los eventos que el texto nos esté proponiendo. La novela –ese casi perfecto invento moderno– ha de desarrollarse, pues, como ocurren los acontecimientos en la “vida real”, sin anticipar nada, sin saber qué nos va a ocurrir al girar esa esquina o al lanzar un tuit al mundo. Las teleseries contemporáneas –y de un modo espontáneo– cumplen casi a la perfección tales supuestos de la novela. Los mecanismos de exposición de los hechos, en las teleseries, son realmente puestos ante nosotros como si fueran inventados en tiempo real; incluso a veces lo son; todos conocemos ejemplos de entregas que han ido construyendo su argumento a medida que los telespectadores opinaban acerca de tal o cual subtrama. .

"Hay algo que hace a la teleserie algo totalmente distinto a la novela y al cine: es una construcción colectiva en tiempo real. Millones de espectadores comparten experiencias de esa 'novela audiovisual'"

¿Y qué ocurre con el cine? El equivalente audiovisual “natural” de la novela no creo que sea el cine; una novela no cabe en 2 horas de pantalla, no puede caber. Una novela necesita un tempo de lectura y de construcción de tramas y personajes que el cine, para hacer la película realmente efectiva, siempre ha de traicionar. La traducción de palabra escrita a imagen es en ese caso imposible sin hacer “otra cosa”. Por eso es justo decir que el cine no puede ser fiel a una novela, pero ni falta que le hace, ya que es un lenguaje autónomo, que no tiene por qué parecerse a escritura alguna. La teleserie tampoco tiene por qué parecerse a una novela, pero sí es cierto que, de hecho, su formato se parece más al de la novelística que al del cine. La teleserie tiene desarrollos de personajes en espacios y tiempos largos, al igual que las novelas que, debido a esa densidad narrativa, casi nunca pueden ser leídas de un tirón; así mismo, tampoco una teleserie puede ser vista en una sola sesión y, como a los libros de ficción, se la dota de capítulos o entregas.

Todo ello le da a las teleseries un arraigo en el espectador que no es de extrañar que avezados lectores, y con independencia de su edad y gustos, se vean interpelados por ellas. Las teleseries son más cercanas a la literatura que al cine. Que las herramientas de la literatura sean unos caracteres y las de las teleseries las propias del medio audiovisual, en este caso es lo de menos, porque las estructuras internas, que es lo que le da a los artefactos creativos su carácter, son muy similares.

Hay una cosa más, y esta sí, nueva, que hace a la teleserie algo totalmente distinto a la novela y al cine: es una construcción colectiva en tiempo real. Millones de espectadores participan casi al mismo tiempo y comparten experiencias de ese artefacto audiovisual, de esa “novela audiovisual”. Una experiencia compartida, sí, próxima a las grandes retrasmisiones de eventos en directo.

.

Juan Manuel de Prada
Novelista

La falsificación de la cultura

Que la gente está desertando de la lectura a un ritmo galopante es algo que cada día se percibe en el metro o en el autobús; y los culturetas que antes te daban la tabarra con la novelita sistémica de moda te la dan ahora con la serie que se han embaulado en el último fin de semana. La defección de la lectura es impetuosa y engreída como un alud; y las series (pero también los móviles, en íntima amalgama) se han convertido en el nuevo libro de los que no leen. Pero tampoco debemos rasgarnos las vestiduras.

Este trasvase de la lectura a las series no es más que un epifenómeno de otra realidad mucho más vasta y amedrentadora, que es la falsificación de la cultura, su conversión en un “soma” para masas cretinizadas a las que se inculcan los hábitos de “consumo cultural” que en cada momento convienen a la máquina capitalista. La cultura, en el sentido clásico de tan brumosa palabra, era alimento que el alma necesitaba, para no consumirse; pero lo que nuestra época llama “cultura” no es otra cosa sino consumo de clichés sistémicos que consumen el alma y la obligan a “vivir con los tiempos”, que es la forma más envilecedora de esclavitud.

"El trasvase de la lectura a las series no es más que un epifenómeno de otra realidad más vasta y amedrentadora, que es la conversión de la cultura en 'soma' para masas cretinizadas"

Esta falsa cultura tenía ayer su cúspide en las novelitas sistémicas y hoy la tiene en las series sistémicas, que fomentan un consumo más desaforado (exigen menos tiempo y atención) y, por lo tanto, generan más beneficios crematísticos, a la vez que cretinizan con mayor eficacia y rapidez a las masas. Mucho más que el trasvase de las novelitas a las series sistémicas nos inquieta esta falsa cultura que hoy todo lo invade, a modo de gas mefítico, convertida en una inmensa colección de baratijas y camelos que se producen a destajo, para mantener a las masas sometidas a estímulos que, lejos de formar el gusto y nutrir la razón, contribuyen a su pudrición.

¿Y en qué consiste esta falsificación? Consiste en vaciar de fondo y sustancia el pensamiento y la creación artística. Así, el esfuerzo del intelecto, en su afán por alcanzar una iluminación o epifanía, se convierte en evasión del intelecto, que busca goces efímeros, chisporroteos morbosos que, lejos de iluminar la verdad íntima de las cosas, la oscurecen y enturbian, procurando a cambio cosquillas placenteras a nuestros sentidos (que, desligados del alma, han desarrollado entretanto gustos botarates, cuando no aberrantes).

Naturalmente, esta falsificación de la cultura produce a su vez una subversión de las categorías estéticas e intelectuales; pues allá donde la pacotilla es entronizada, se desaloja (se repudia) el verdadero logro artístico o intelectual. Que las masas estén siendo conducidas del redil de las novelitas sistémicas al redil de las series sistémicas sólo revela que este proceso se está acelerando. Pero su finalidad es la misma: emponzoñar a las masas, brindándoles diversiones (¡ocio cultural!) que halaga y estimula los apetitos sensitivos, a la vez que anestesia los apetitos intelectivos. Son, en fin, avatares sucesivos de la ingeniería social.