Image: Arrabales de la francofonía

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Opinión

Arrabales de la francofonía

Por Francisco Javier Irazoki Ver todos los artículos de 'Radio París'

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Francisco Javier Irazoki


Muchos lectores de literatura francesa actual se entretienen barajando sus quejas. Ignoran la poesía y apuntan contra los tedios de la prosa. Sólo una minoría recuerda que en África viven aproximadamente cien millones de francófonos, y busca entre las obras escritas en aquellos países. Algunos autores contienen la perla del vigor narrativo. Un primer modelo: los lectores pronuncian con gratitud el nombre de Ahmadou Kourouma, marfileño de formación maliense y demócrata convertido en "tirador senegalés". Murió en 2003, después de largas peregrinaciones por otros países africanos. Su novela Alá no está obligado (Muchnik) ilumina el rostro oscuro de esas naciones: niños soldados, odios tribales, ablaciones. Pero sin dejar de transmitir una vibración humana que los horrores no disminuyen. Añado un segundo modelo: el tunecino Hubert Haddad, cuyos textos son publicados en España por Demipage. Con mezcla de orígenes judíos, bereberes y argelinos, Haddad es narrador, poeta, ensayista, dramaturgo. Llegó a París en la niñez. En sus más de cincuenta títulos aglutina los conocimientos europeos -fascinación por Julien Gracq, por ejemplo- y las huellas de los antepasados del Sur. Se entiende que haya recibido premios importantes (el Renaudot y el Cinco Continentes de la Francofonía) por su novela Palestina, donde fusiona la cuidada escritura y la serenidad política. Redacta las páginas como un esteta del sosiego. Todavía poco definidos, ahora vienen los herederos de Ahmadou Kourouma o Hubert Haddad. Ellos nos comunican dos avisos: que no somos propietarios de lo exquisito y que a menudo la excelencia artística se refugia en los arrabales de la supuesta alta cultura.