Image: El Cultural, una década

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Opinión

El Cultural, una década

13 noviembre, 2008 01:00

Obra del artista Ignasi Aballí realizada con motivo de los diez años de El Cultural

10 años de El Cultural

No voy a encontrar mejor ocasión que ésta para detenerme y observar el colosal guirigay que preside hoy nuestra cultura. El llamado mundo de la cultura se desdibuja día a día, rompe sus costuras, se deconstruye, se transforma, recala en lugares insólitos, acoge a sujetos que van y vienen y se instalan, a mercantilistas agresivos y creadores silenciosos, y avanza, y copia, y va sumando cosas, y se divierte. También olvida, recupera y filtra. Se hace libre. Y corre como loca por la red. Y se democratiza. Vamos a más.

En estos diez últimos años, El Cultural ha sido testigo de todo este espectáculo. Y en medio de la confusión reinante, vamos viendo que los escenarios de la cultura no son ya los mismos y que desde luego son muchos más. Los centros de arte y las pequeñas editoriales se multiplican, los museos tradicionales ya no quieren ser sólo refugio de obras de arte, el teatro sigue vivito y coleando pese al excesivo intervencionismo estatal, la música y el cine, tan renqueantes, mueven montañas... de dinero, como saben muy bien los mercaderes de la SGAE. Vemos, en fin, cómo el centro y la periferia a ratos se intercambian, igual que cambian de lugar y se confunden lo sustancial y lo accesorio, la simple novedad y el talento perdurable. Hay un desorden cierto, más que un cierto desorden.

Y aunque a veces resulte estimulante, lo cierto es que una parte importante de lo que llamamos hoy cultura se ha convertido en una mercancía que tiene que atraer a muchos consumidores. Lo importante es vender; lo que sea, pero vender. Todo se supedita a unas buenas cifras: de audiencia, de taquilla, de libros más vendidos, de visitantes al museo. En eso, y poco más, se mide hoy el éxito. Mientras, los filósofos hablan de comunicación vertical y comunicación horizontal en el conocimiento. La que exige, por un lado, cierto esfuerzo y predisposición, y la que ordena y manda lo que el mercado pide. Podemos convenir, creo, que estamos asistiendo a un crecimiento horizontal de la cultura en todos los campos y que los medios culturales nos encontramos compitiendo con otras formas de entretenimiento, porque es la búsqueda del entretenimiento la que marca hoy la pauta. Cada vez es más verdad la melancólica reflexión de Peter Handke: "Una obra de arte ordena detenerse; desde luego, la mayoría no obedece".

Los medios somos muy responsables de lo bueno y lo malo que le sucede a nuestra cultura, porque somos sus principales catalizadores, además de producir y gestionar nuestras propias performances. El Cultural, por ejemplo, no sólo ha publicado en estos años poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez y Lorca, de Alberti, Cernuda y tantos otros. También ha promovido debates encendidos sobre la memoria histórica, la razón de ser de España o la lengua común, llenos de ideas encontradas. Pero, más allá de asuntos concretos, reconozcamos que hoy el periodista es parte de la cadena de consumo cultural. Una cadena que abarca al artista que crea, al crítico que opina, a los medios que divulgan y al público que contempla o lee. Pueden creerme, compatibilizar difusión y calidad, entretenimiento y rigor es tan apasionante como complicado. Porque vivimos golpeados por el vértigo de la velocidad y la abundancia. Hoy la industra cultural es un gran negocio. En España son más de 70.000 las empresas que están relacionadas directamente con la cultura. En 2007 se publicaron en nuestro país 82.559 títulos, lo que significó un aumento de un 1, 5% respecto al año anterior. ¿Cómo hacer las leyes del mercado compatibles con los bienes de la cultura? Nunca nuestros críticos habían tenido que combatir con tanta vehemencia la presión tergiversadora del mercado. Ante esta desmesurada producción cultural, ¿cómo se decide quién se salva y quién se condena?

En El Cultural tenemos claro desde hace mucho tiempo (estos diez últimos años, y los diez anteriores, por lo menos) que debemos mirar a nuestros lectores y resguardarnos de las modas o caprichos que tratan de imponernos los mercachifles. Que hemos de jerarquizar y ayudar a comprender la realidad porque no todo vale. Que la crítica ha de ser parca en elogios y comedida en reparos. Sabemos también que hay que estimular al novel y exigir al consagrado. Que debemos permanecer alertas para descubrir el talento allí donde se encuentre, al margen de ideologías, camarillas y grupos empresariales. Y que hay que vigilar y criticar al poder, a todos los poderes, porque tienden al abuso y a marcarte el camino. ¡Es la independencia, estúpido!