Image: Casas, Nonell

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Opinión

Casas, Nonell

26 junio, 2003 02:00

Isidro Nonell: La Sol, 1901. Óleo sobre lienzo, 65,5 x 50

Con Isidro Nonell aparece en Cataluña no sólo un nuevo pintor sino una nueva manera de pintar. El cambio de siglo lo señalan por una parte Ramón Casas y por otra Isidro Nonell. Mientras Ramón Casas se dedica a un arte burgués, costumbrista, con gran medida en los retratos colectivos y en las fiestas de los pueblos o de los barrios de Barcelona, Nonell se pierde en la penumbra agria de los gitanos, de las razas malditas, de una pintura negra que subraya con trazos definitivos y patéticos la otra vida del fin de siglo o del principio de siglo, según como queramos verlo.

Casas es el pintor burgués y correctísimo que da cada generación. En el arte, como en la vida, hay el genio creador, el inspirado del mal, el que anuncia ya una nueva pintura, como Nonell anunció a Picasso. Y, por otra parte, el artista fiel a su tiempo, el que cumple todos los encargos y hace todos los retratos con su ambiente de época y su respeto por el retratado. éste es Ramón Casas.

Naturalmente, nos interesa más Nonell que Casas, como nos interesa más Baudelaire que los Goncourt. Quiere decirse que en cualquier arte resulta más auspiciador el creador de formas nuevas que el conteste con las formas tradicionales. Lo que busca siempre el arte (el arte que busca algo) es ese pico de futuro que asoma por un ventanal pintado, por una pausa musical, por una licencia verbal, por una nueva acentuación del soneto, que será mañana la voladura total de todos los sonetos. Los españoles, los catalanes de principios de siglo tuvieron que elegir entre la pintura municipal y perfectísima de Ramón Casas y la pintura desigual, oscura, desastrosa, deliberadamente maldita y sombría, de Isidro Nonell.

Una Barcelona costumbrista y pequeñoburguesa estaba muriendo con el canotier puesto y los gemelos de las carreras en la mano. Otra Barcelona, el revés oscuro y sucio de la gran ciudad, las afueras humanas, inhumanas, de Barcelona, llegaba a los museos como esos mendigos que entran hasta lo más profundo de la catedral y no piden nada ni aceptan una limosna. El arte de Nonell consiste en hacer presente el costado oscuro de la vida sin invocaciones caritativas ni ninguna otra cosa. Nonell sólo quiere decirnos que la noche está ahí, que la miseria está ahí, que la pintura está ahí, en el escorzo más violento de la vida y en el arrabal más perdido de la muerte.

Principia el siglo XX con su hallazgo fundamentalmente esnob: el hallazgo de la miseria como tesoro del arte y la expresión. Con igual enjundia, el siglo anterior se despide haciendo media reverencia y nos deja un Picasso con aspecto de paragöero. La vida ya no va a ser una sucesión de verbenas ni su ley va a ser el esnobismo de los correctos. La perfección a que llega Casas no es la perfección personal sino la de muchos siglos de Historia que trabajaron en la medida de oro y en la imitación de la realidad. El arte era la belleza o la belleza era el arte. Había un equívoco brillante entre armonía y creación. En eso incurre Casas genialmente y se va luego a casa, en la alta noche despidiéndose de todo el mundo con el deber cumplido y el canotier en la mano.

Pero el siglo nuevo entornaba sus balcones bajo la sombra de un silbido, que era el de los aviones de la Gran Guerra o ese silbido del mal que se escucha en las tormentas como una burla de agosto. Rimbaud, Nonell, el propio Picasso se echan por la cabeza la manta a cuadros de no oír ese silbido, y así pintan las primeras angustias del siglo, que van de la madre gitana al niño Arlequín.

No se sabe si es primero el grito estético de la guerra o el obús negro de la batalla. Pero el mal tiene ya una tradición, una genealogía, un Casas y un Nonell. Todo el siglo XX va a ser un bombardeo. El XIX se retira por una ventana con sus equis a cuestas, como un piano, y el XX entra por la otra ventana con el cadáver de un soldado desconocido y el cuerpo oscuro y brillante de la gitana envuelto en una manta roja. Es la guerra.