Image: Joan Stuart Mill

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Opinión

Joan Stuart Mill

1 noviembre, 2000 01:00

Buscando explicaciones para el fenómeno ETA, que es mucho más que una banda de asesinos, me encuentro con el rasgo genial de Stuart Mill: "El despotismo de la costumbre". La costumbre, en el País Vasco, se llama Foro

Lo dijo John Stuart Mill en su momento, y de él lo toma Cioran. Reuniendo a ambos lo he tomado como lema de este libro. "La mayor parte del mundo no tiene historia, propiamente hablando, porque el despotismo de la costumbre es completo". Cioran lo explica más literario, casi poético: "El futuro de Europa es la rebelión de los pueblos sin historia".

Después de la segunda guerra mundial, el mapa quedó escindido en dos grandes imperios, el comunista y el capitalista, Rusia y Estados Unidos. Pero a la caída de la URSS se produce una herborización de pequeños nacionalismos, de plurales bielorusias, cada una con su cultura, sus manías, su lenguaje, su tótem y su tabú. En el llamado Tercer Mundo canta el hambre, pero lo que más canta son unos cuantos fanatismos que sólo tienen como fundamento el petróleo o Mahoma.

Estados Unidos, que cree haber ganado la batalla de las armas atómicas con sus ejércitos de cocacola, se encuentra con que cada aldea del oriente medio es un maná de petróleo, de nacionalismo, de fatalismo o de terrorismo. El mundo parecía definitivamente redondeado y resulta que no. Ahora somos plurales, sangrientamente plurales, nacionalidades medievalistas pespuntean la luz, que viene de Oriente, y estamos viviendo la tercera guerra mundial en fascículos. Dentro de estas pluralidades se explica y entiende el caso de ETA, que no es sólo una banda, como dice la prensa, sino todo un pueblo sin historia que limita al norte con Picos de Europa y al sur con la catedral de Burgos, dos puntos de mira de su soberanismo.

Sigue Stuart Mill: "El despotismo de la costumbre es completo". Ya he escrito alguna vez que esa quietud de los pueblos es el feudalismo de la costumbre, una manera de tener al pueblo sujeto a unos ritos y ritmos que permiten cambiar sólo un poco para que todo siga igual, como resume Lampedusa.

No he visto que nadie estudie en Stuart Mill qué cosa sea eso del "despotismo de la costumbre", pero no era sino la facilidad con que la costumbre se hacía ley, una manera de legislar que tenían los antiguos y que venía a suprimir las leyes y perpetuar las costumbres, nacidas de una clase y siempre beneficiosas para ella, como la costumbre de pagar diezmos y primicias, costumbre que aún persiste, con el pseudónimo de Ley, en el sistema choricero de nuestra Hacienda.

Siempre hemos pensado lo malo que es eso de que la gente se tire al monte, pero peor es aún que la gente baje del monte, con escopetas y cacharras, dispuesta a matar a los ricos de Neguri y a los influyentes del Ayuntamiento. Estos pueblos, como el vasco, como consecuencia de una acumulación de costumbre, tiempo y aburrimiento, debida a los poderosos del lugar, que antes elegían moza entre las jóvenes esposas de los labriegos y hoy le regalan un yate al rey por ver de sobornarle. Sólo "el despotismo de la costumbre", denunciado ya por Stuart Mill, explica plenamente a ETA, que ha sido víctima de ese despotismo.

ETA es más rural que marinera, más clerical (ni un cura muerto) que anticlerical, como en las guerras carlistas. Arzalluz es un cura carlista de Valle Inclán. Como el cura Santa Cruz, cruel y devoto.

Buscando explicaciones para el fenómeno ETA, que es mucho más que una "banda de asesinos", me encuentro con el rasgo genial de Stuart Mill: "el despotismo de la costumbre". La costumbre, en el País Vasco, se llama Foro, y los fueros que trabajaron siempre, silenciosamente, por el señorito, han sido asumidos hoy por ETA desde el árbol juradero de Guernica.

El despotismo de la costumbre no es sino una manera fina e inglesa de decir "la voluntad de los poderosos", porque la costumbre, aunque parezca popular, es siempre un arma silenciosa del Poder. Lo que mantiene quieto y sumiso al pueblo. ETA supone la rebelión contra todo eso, y no sólo contra Madrid. Los etarras quieren ser un pueblo popular (insisto en la redundancia), antes que un pueblo sometido, y no matan a sus señoritos porque entonces se apagarían los hornos. Quizá se han equivocado de objetivo, Madrid. Sin duda se han equivocado de procedimiento: el asesinato a traición. Pero les mueven, unas causas populares que ellos mismos ignoran. Fernando Savater, intelectual y señorito, se juega valerosamente la vida contra los procedimientos de ETA, que son brutales. Pero hay que seguir explicando las causas inexplicadas de ETA, que ni los terroristas mismos conocen.

El equívoco está, como cuando el carlismo, en que la oligarquía vasca y los políticos jesuíticos, como Arzalluz, desvían la razón y sinrazón hacia Madrid. La oligarquía ha mantenido a este pueblo paralizado y les han hecho creer que la culpa era de Madrid, cuando no se trata sino del despotismo de la costumbre, creación del feudalismo que hoy se consolida en Bancos de tracción americana. Es insoportable la criminalidad de ETA, pero no es menos insoportable el equívoco que hacen del citado despotismo, cuando no se debe sino a una oligarquía provinciana. ETA cree estar en la pista, pero le han brindado una pista equivocada. No digo que maten o no maten militares madrileños, por favor, sino que el enemigo lo tienen en casa y deben de saberlo.

Son víctimas del despotismo de la costumbre, del despotismo como costumbre. Y si no, que se lo pregunten a Stuart Mill.