Poesía

Poemas

Samuel T. Coleridge

8 octubre, 2010 02:00

Samuel T. Coleridge pintado por W. Allston

Traducción: Gabriel Insausti. Renacimiento. Sevilla, 2010. 210 págs. 14'95 euros


Buen momento quizá éste para abordar la lectura de un autor y de una antología como la que comentamos. Parece como si en ella ese Romanticismo inglés al que tanto debemos se nos ofreciera con claridad y con comodidad, como algo que se entrega para el simple placer de leer y con la presencia fecunda de la naturaleza, a la que ahora casi nos ruboriza regresar, en tiempos en que ella sufre tantos saqueos. Quizá sea el momento de volver la mirada hacia este símbolo primordial que se trató en Europa, con un vigor inusitado, a finales del siglo XVIII y a comienzos del XIX.

A esta valoración no es ajeno el autor de esta edición, un poeta y un especialista en la lengua de la que traduce, Gabriel Insausti. Hay en estas selectas versiones de Coleridge un afán de darle prioridad a la atmósfera del texto poético y, por otra, una fidelidad a la métrica, al ritmo, al rigor estructural del soneto, que la aleja de una mera interpretación meticulosa. Lo poético es lo primordial. El mismo Insausti nos lo subraya cuando afirma que no ha dudado en prescindir "de adjetivos y adverbios que no cabrían en el verso". Por tanto, es "ante todo la música" lo que prima en esta edición.

Se salva así la esencia de este romántico que vivió en compañía de otros grandes aquel gran cambio de estética. Compartió ediciones, amistad y viajes con Wordsworth, conoce el "bautismo" del viaje a Italia y vive el Mediterráneo en Malta, se encuentra en Roma con Madame De Staël y Tieck (otro gran iniciado alemán), recibe la visita de éste en Londres diez años más tarde y, sólo unos meses antes de su muerte, la del gran Emerson. Los contactos con De Stäel o Emerson nos llevan a valorar que, como buen romántico esencial, Coleridge se abrió no sólo a la poesía, sino a la totalidad del conocimiento: al ensayo y a la filosofía, a la ciencia y a la espiritualidad. (A esta última tendencia no fueron ajenas sus raíces familiares: su padre había sido, además de un buen hebraísta y latinista, clérigo de la iglesia de Inglaterra, así como dos de sus hermanos. Como el propio Leopardi, Coleridge estuvo a punto de recibir las órdenes, pero pudieron más en ellos la atracción por los viajes y por los versos).

Samuel Taylor Coleridge (Devonshire, 1772-Highgate, 1834), es junto a Shelley y Keats el gran poeta puro y serenamente inspirado de aquella etapa, de la que a veces sólo nos quedamos con los artificios del no menos grande (pero en otro sentido) Lord Byron. La poesía de Coleridge no ha sido ajena al español; en sus inicios, de manera parcial y, más tarde, a través de su reconocida Poema o Balada del viejo marinero. Para nuestra generación fue sugestiva la edición que Edison Simons nos ofreció en Coleridge: poemas, pensamiento poético (Editora Nacional, 1975), que evidenciaba que, además de un poeta, hubo en Coleridge otras personalidades literarias. Poco antes de esa fecha, tuvo en Italia un buen eco, y allí la adquirí, la Balada, con las bellas ilustraciones de Gustavo Doré, que entre nosotros nos presentó después Eduardo Chamorro (1975). A ella seguiría la de Siles de 1981, que opta en el título por la más afinada expresión de "marinero de antaño". Después, las ediciones de Martín Triana, Corugedo y Chamosa y Jordi Doce fueron ya mucho más que pasos previos. Insausti nos recuerda el interés de Luis Cernuda por Coleridge, que no debe pasarnos inadvertido por lo que supone de inusual sintonía de nuestro poeta con la estética del romanticismo esencial. Al tema le dedicó Insausti su ensayo "La poesía del romanticismo inglés en el pensamiento poético de Luis Cernuda" (2000).

El que en esta antología haya una doble aproximación a un mismo tema ("Al ruiseñor" y "El ruiseñor"), nos sumerge en un símbolo también obsesivo para tres de sus compañeros de generación. Otras muestras selectas del Coleridge "más allá del viejo marinero", son "El arpa eólica", "La sombra de estos tilos que es mi cárcel", "Oda al desaliento" o "A la naturaleza". A veces, resuenan en él expresiones de poetas de la misma sensibilidad y de otras latitudes. Así, cuando escribe "…mas si el Cielo/ me concede más vida, su infancia será siempre/cercana a esas canciones que a la noche/ asocian la alegría", nos parece escuchar los ecos finales de "El Archipiélago", de Hölderlin. Y es que el maravilloso cruce de intereses y de pasiones de aquellos poetas, nos ofreció unos frutos extraordinarios que siempre retornan y que Keats fijaría en aquel poetizar -o conocimiento absoluto- que conducía a dos metas exclusivas: "Verdad y Belleza".