Image: La parte soñada

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Novela

La parte soñada

Rodrigo Fresán

23 junio, 2017 02:00

Rodrigo Fresán

Random House. Barcelona, 2017. 592 páginas. 22'90 €, Ebook: 11'99 €

La trilogía que van a conformar, al parecer, los volúmenes La parte inventada (2015), La parte soñada que acaba de publicarse, y La parte recordada que ya se anuncia en el presente volumen, lleva camino de constituir el particular Inland Empire de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), esto es: la obra que lleve más lejos las coordenadas de su estilo hasta constituirse, no necesariamente en la mejor de las suyas, pero sí en la que mejor lo explique y muestre su potencialidad. Aquí está todo (lleva camino de estar todo): ese cruce imposible entre las paradojas infinitas borgeanas y los mil trazos posibles del cómic o el cine o la música populares; el mashup referencial-erudito y autorreferencial-obsesivo al servicio de una lectura que acaba revelándose más emocional que intelectual, aunque sin renunciar a nada; la columna sonora arraigada en los Beatles (estribillo pegadizo de todo ese enorme single que es la literatura de Fresán) pero enriquecida con sonidos que abrazan la radiofórmula y la exquisitez friqui sin conflicto alguno; la portada de Sargent Pepper's, en fin, como influencia definitiva, llamada a convertir el bagaje propio en una rotonda de múltiples elevaciones que interconecta infinitas circunvalaciones. Entregado a la potencia de arrastre de su prosa (capacitada para la modulación, para burlarse del diálogo y luego practicarlo al borde del cliché; para extenderse o contraerse, para diluir su tipografía o acompañarse de señalética varia) y a la evocación paisajística de la cultura por parte de un panteísta de lo artístico, La parte soñada se resiste a caber en una sinopsis. No me pida el lector, pues, que le introduzca a sus personajes y sus vicisitudes: mejor déjenme explicar que el autor argentino está construyendo un ambicioso relato acerca de cuál es la condición de Autor. “¿Qué es ser escritor?”, parece preguntar. “Inventar, soñar, recordar”, parece responder. Dos aclaraciones, sin embargo. La primera es que estamos, definitivamente, ante una novela, ante un dispositivo que sobre todo es narrativo y sólo después, supeditado a ello, ensayístico o poético o confesional. Por eso, en el centro de estas páginas hay una familia. El género novela se construye sobre la base de la existencia de instituciones, y la familia es la gran institución novelística. Segunda aclaración: el mismo Fresán escribe en estas páginas, en una línea perfecta: “Es mucho más sencillo leer a un escritor que a un escrito, ¿verdad?”. Verdad. Hablemos menos de las pretensiones de Fresán y más de las pretensiones del libro. La parte soñada no se resiste a ser encorsetada como una novela sobre lo que sueña un escritor, puesto que las referencias explícitas a la invención y la memoria son acordes ocultos y constantes. Tampoco está limitada por las expectativas que provocan los epígrafes juguetones de sus tres partes: “Enciclopedia”, “Catálogo” o “Manual” son palabras que leemos en ellos. Por supuesto, el libro es algo distinto (o algo más) de todo eso; pero queda insinuada su voluntad de ser un libro útil, completista, sistematizador. Un libro que ponga ciertas cosas en orden. Sólo que el suyo será un orden soñado, recordado, inventado. Un orden de “límites difusos”, recorrido por una atmósfera de juego infantil revisitado. No en vano, las portadas de estos libros están siendo fieles a una imagen cautivadora y explicada en sus páginas, al menos una vez por entrega: ese juguete de hojalata y manecilla de cuerda con la forma de un señor con maleta de viajante. Así, en La parte soñada leemos: “Mr. Trip, le decía y lo llamaba él. Y Mr. Trip obedecía desobedenciendo: se iba, de espaldas, mirándolo mirando”. Como mira las ruinas el ángel de Walter Benjamin, por cierto. Y remata: “Mr. Trip, que entonces ya anticipaba para él la retroidea de que el pasado no deja de girar y de expandirse y de ocupar espacio”. Que el libro finalice anunciando un “tornado” indica que la ambición de Fresán se mantiene intacta después de un segundo volumen que supera a La parte inventada.