Image: Caer

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Novela

Caer

Éric Chevillard

21 octubre, 2016 02:00

Eric Chevillard. Foto: Patrick Box

Traducción de Lluís Maria Todó. Sexto Piso, 2016. 184 páginas, 18€

La isla como espacio cerrado en el que los personajes deambulan, atrapados y ciegos, incapaces de ver el mundo más allá de sus narices, es casi un lugar común -incluso un "no lugar" común- dentro de cualquier narrativa. La isla como diorama, como placa de Petri desde la que poder observar a través del microscopio el comportamiento de sus habitantes, existe como metáfora desde los tiempos de Thomas More y su Utopía (1516), y ha llegado intacto hasta nuestros días posmodernos gracias al serial televisivo Perdidos (2004-2010). Como curiosidad, señalar que recientemente se ha recuperado, también por la editorial Sexto Piso, la novela La isla de los condenados (1946) de Stig Dagerman, un clásico olvidado de la literatura sueca, construida también bajo estas mismas premisas conceptuales.

Todas estas ideas sobre el aislamiento y el conocimiento sesgado de la realidad recorren Caer (2010), la primera novela que se traduce en España del aclamado escritor francés Éric Chevillard (La Roche-sur-Yon, 1964). Caer es, de hecho, el nombre de una isla, inhóspita, pesadillesca, cuyos habitantes se encuentran abocados al delirio y la autodestrucción. Chevillard narra su día a día desde un absurdo tragicómico que le ha granjeado no pocas comparaciones con Samuel Beckett: algunos de los habitantes de Caer incluso chupan guijarros (como hacía Molloy en la obra del irlandés), mientras la mayoría espera la llegada de Ilinuk, una suerte de Godot mesiánico, el único habitante de la isla que ha sido capaz de salir de allí con vida. Porque Caer es un infierno del que todos quieren escapar. Caer es un cuadro de El Bosco dibujado con palabras.

Hay en Caer mucho de fábula, de creencias y supersticiones, de falsos oradores que prometen imposibles, de miradas al cielo y sueños de mundos mejores. La hazaña de Ilinuk sigue latente en Caer gracias a Yoakam, un viejo profeta que asegura haber ayudado a construir el cohete en el que escapó. Se impone así en el relato la tradición oral: la arenga del profeta Yoakam irá vertebrando toda la novela. Todos esperan el regreso de Ilinuk, el salvador, el que prometió regresar a Caer para liberarlos a todos. Caer suena así a disco futurista de David Bowie, suena a The Man Who Sold The World (1970). Uno, mientras lee, no puede dejar de escuchar de fondo los escarceos eléctricos de Mick Ronson. Caer suena a Nietzsche, suena a eterno-retorno, por más que no haya eco en Caer, precisamente porque allí parece no haber futuro.

Será por eso que todo lo que ocurre en esta novela ya ha sido escrito. Sus personajes nos son conocidos. Ya hemos respirado esas atmósferas viciadas, ya nos hemos arrastrado por sus lodos. Su historia nos ha sido ya contada en multitud de ocasiones. Caer está en Motorman (1972) de David Ohle, está sobre todo en Dudo Errante (1980) de Russell Hoban. Sin embargo, nada en ella es viejo, porque Caer es una bomba de relojería metafísica, una continua contradicción andante. Una de las obras más originales que he leído en mucho tiempo.

Habrá quien quiera hacer de esta obra una lectura de nuestro tiempo.

Habrá quien la interprete como una alegoría, como un fiel reflejo de nuestra incapacidad para la vida en sociedad; de nuestra incapacidad, en definitiva, para ser feliz. Habrá quien la vea como un azote a las religiones, a la alienación, al borreguismo, a nosotros mismos. A todo lo anterior.

Habrá quien filosofe con cada uno de sus párrafos, pero entonces, ¿qué aburrido todo, no? ¿Qué miedo hay en dejarse llevar por la fantasía, en aceptar que Caer es un texto soberbio de ciencia-ficción? ¿No lo era Un mundo feliz (1932)?

Es más, ¿acaso no hay al final de Caer -por cierto, qué gran final- un claro homenaje a la novela de Aldous Huxley? ¿Por qué buscarle a todo un doble sentido? Si en Caer, por lo demás, "lo contrario es siempre verdad".

Porque solo así, sabiendo que todo es imposible en Caer, no tendremos miedo de dejarnos atrapar por esa voz apocalíptica y cínica que gasta el narrador. Porque así, caeremos en Caer, una novela plástica, experiencial y adictiva que debería convertirse, por méritos propios, en una de las grandes sorpresas del año.

@FranGMatute