Image: Mujer bajando una escalera

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Novela

Mujer bajando una escalera

Bernhard Schlink

24 junio, 2016 02:00

Bernhard Schlink. Foto: Johannes Wallat

Traducción de Txaro Santoro. Anagrama. Barcelona, 2016. 248 páginas. 19'90 €, Ebook: 12'99 €

Durante años visitaba casi todos los domingos el Museo de Arte de Filadelfia, y siempre me paraba ante el cuadro de Marcel Duchamp, Desnudo bajando una escalera. Número 2 (1912). Lo contemplé docenas de veces, intentando penetrar su entraña surrealista. Entendía, desde luego, que se trataba de la imagen futurista, mecánica, de un cuerpo humano en movimiento.

Así, cuando leí el título de esta novela pensé en aquel lienzo, recordando también la famosa réplica del anterior de Gerhard Richter, Ema. Desnudo en una escalera (1966). Y luego supe que una reproducción de este cuadro reposa desde hace muchos años en el escritorio de Bernard Schlink (Bielefeld, Alemania, 1944), autor de novelas como El lector, que sería llevada al cine por Stephen Daldry. El lienzo presenta una vista frontal de una mujer desnuda, una especie de fotografía no muy clara. Lo extraordinario del cuadro de Richter es que explica la intuición del francés: que nuestras vidas, imágenes, mentes o recuerdos siempre resultan mucho más complejos de lo que un relato o varias imágenes (fotos) fijas pudieran representar. De ahí lo borroso de la imagen.

En Mujer bajando una escalera, Schlink relata una historia donde los detalles argumentales aparecen como en el cuadro de Duchamp o el de Richter. No importan tanto los contornos exactos, sino lo que les rodea. Esos sentimientos, ideas, que nunca llegamos a cincelar en la mente como hechos, y que tampoco contamos a nadie, pero que quedaron grabados en la propia sensibilidad. Esas son experiencias nunca sometidas al rigor de figurar en una autobiografía como sucesos verídicos.

La protagonista, Irene, la modelo de Karl Schwind, un pintor ficticio, pero cuya obra recuerda a la de Richter, aparece como la persona que hará que el narrador y protagonista masculino, un abogado, reviva su existencia, mine sus sentimientos para encontrar las emociones que permanecieron invisibles en el túnel del tiempo.

El argumento en sí es sencillo. Peter Gundlach, el dueño del cuadro, Mujer bajando una escalera, pintado por Karl Schwind, cuya modelo fue Irene Gundlach, y el narrador, el abogado de Schwind, se encuentran enzarzados en una disputa. Puede ser porque Irene abandonó a su marido y se fue a vivir con el artista. El narrador, entonces un joven abogado, recibe el encargo del bufete de ayudar a Schwind a solucionar el desacuerdo con el dueño de la pintura. Ha habido una serie de incidentes, la tela fue misteriosamente desfigurada, por lo que el artista se ofrece a arreglarla. Otros accidentes posteriores dañan de nuevo la pintura, y el enfrentamiento del dueño y del artista no cesan.

En principio, parece que por la tela, si bien el hecho de que Irene, la mujer que aparece desnuda en el cuadro, se haya ido con el pintor también enturbia la situación. En un momento dado, Irene le propone al narrador que roben el cuadro y huyan juntos. Él accede, pero ella se escapará sola con el cuadro robado.Años después, el abogado, viudo y ya mayor, con hijos adultos, encuentra en un museo de Sidney el famoso retrato, que había desaparecido de la faz de la tierra, y que resultaba inencontrable, porque nadie lo había denunciado como robado.

Indaga y consigue dar con Irene, muriéndose de cáncer. Las conversaciones que durante catorce días mantendrán el narrador e Irene son lo mejor del libro. Ella cuenta poco de sí misma, un matrimonio en Alemania del Este, la huida tras la reunificación y la llegada a Australia. Y es él, el narrador, el que empieza imaginar cómo podían haber sido sus vidas si ella no le hubiese abandonado.

Estas invenciones de un pasado que pudiera haber sido, si hubiesen permanecido juntos, se unen a otros sentimientos que afloran de manera inesperada, sobre el pasado, los hijos, la mujer que murió en un accidente de coche, amores infantiles… Poco a poco, la mujer enferma, como el cuadro que adorna el escritorio del autor, permite que afloren verdades desconocidas.

@GGullon