Image: El joven charnego mítico

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Novela

El joven charnego mítico

9 julio, 2015 02:00

Fotografía de Oriol Maspons utilizada en la primera promoción del libro Últimas tardes con Teresa

Ultimas tardes con Teresa de Juan Marsé refulge, cincuenta años después de alzarse con el Biblioteca Breve, como una de las novelas definitivas de la segunda mitad del siglo XX español. El uso del lenguaje, la búsqueda de la belleza literaria, la mecánica interna del libro, superan el marchamo de "realismo social" con el que se contextualiza la novela en la historia en los compartimentos estancos de la filología. La historia nos lleva a una Barcelona de fuertes contrastes sociales, y la historia de amor entre un pícaro charnego,el Pijoaparte, y una bella burguesa, Teresa, idealista y quijotesca a pesar del abolengo familiar. El verano figura en la novela como un elemento definitorio: como metonimia de un romance fugaz, condicionado por la llegada de las primeras lluvias y del primer golpe de realidad.

Los pálidos fulgores, las vagas promesas, los aromas pútridos de la Noche de San Juan o de cualquier otra noche de verano en un país en el que un hermoso gato montés, un "murciano", un elemento incómodo del tercer estado, se colaba a gorronear el coñac con sifón del rico. Tocaba día de verbena en el palacete. Torreones y jardines en las alturas de Barcelona, donde el mar quizá se divisa al frente, en lontananza, en una lejanía próxima a la que no llegan las brisas del Mediterráneo ni el tráfago de una urbe que asumía el primer aluvión de los hijos del Sur y de la ira. La ciudad condal y un verano que engendra un pícaro guapo y una bella rubia, ociosa universitaria que "añora tejados y luz de luna"; que se aburre.

Teresa, Teresa Serrat: Teresita… Todo se ha dicho de Últimas tardes con Teresa; se ha analizado el quijotismo político de la bella burguesita rubia, y la metonimia del 'charnego' en el moreno renegrido de Manolo 'el Pijoaparte' cuando bebía agua de una fuente en el Carmelo o cuando se apostaba lo robado a una partida de julepe con los viejos del Bar Delicias. Se ha radiografiado la novela en su contexto histórico: las algaradas universitarias, ciertos privilegiados de las clases altas catalanas buscando el fragor y el morbo de la subversión y la clandestinidad. Sumemos a esta novela inmortal el conformismo triste de la chacha, de la "raspa", de Maruja, vencida por el sistema y por una resignación atávica, "dulcemente emputecida" y agachada la testuz en un símbolo heredado de sometimiento hasta el mismo día de su muerte.  Este será el caldo que se venderá del libro, pero es que la inmortalidad de Últimas tardes con Teresa tiene otras nomenclaturas y otros aires que trae el verano y todo parece - o se escribe- como posible.

Y sin embargo, a pesar de estos casi cincuenta años de su publicación, a pesar de que en Barcelona haya otras batallas y otros motores de cambio con banderas distintas, Últimas tardes con Teresa continúa desafiando al tiempo y al olvido como el canon novelístico de los que no pocos -y muchos de los que hablaremos en esta sección- han bebido.  El realismo social, el momento, el desencanto del autor con la política en una denuncia que remueve al lector, sí, pero que queda solapada por esa belleza literaria que Juan Marsé (Barcelona, 1933), nacido Joan Fané i Roca, otorga casi involuntariamente a esa novela, a esa única novela, en la que un escritor deja lo mejor de sí mismo. La poesía del verano, la dulzura del bronceado pálido de la rubia, la descripción profunda de los afanes arribistas y 'pijoapartescos': los asideros inmortales de la novela. 

Después el conflicto político entre la realidad del hambre del barrio del Carmelo y una Teresa emborrachada de doctrina, entre la vida y la teoría, acaba siendo superado por esas "imágenes" que Marsé, en el prólogo a la séptima edición, rescata con "deleitosa reincidencia". 

Otras estaciones del año discurren con celeridad en la novela, con la elipsis de un paraguas y una gabardina... Pero en Últimas tardes con Teresa (Premio Biblioteca Breve, 1965) es siempre verano y es siempre literatura: es decir, éstas son las claves por las que una relectura, otra más de esta novela, nos genera a muchos un respingo en el alma.

Hay que imaginar a Juan Marsé, guapo aprendiz de orfebre, tallando las secretas nervaduras del libro. Hay que soñar a Juan Marsé delineando un artefacto literario que daría la vuelta al célebre verso de Gil de Biedma y del poeta "de domingo con conciencia de lunes". Conviene recordar un tiempo inopinado que sin embargo escuece: Es necesario rescatar, insistimos, a uno de los valedores vitales de esta joya que hoy recordamos. Porque en toda la novela resuenan las líneas que el propio Gil de Biedma dedicaría al Pijoaparte, aquel "Joven charnego mítico":

"Camisa roja. Tejanos. 
Actitud provocadora.
Y una sonrisa, que es,
demasiado encantadora.
Murciano.
Olor a gato montés".

Ocurre que al final son los veranos los que levantan las pasiones malditas. El estío principia en este Marsé, y en muchas de las novelas de esta sección, con los sucedáneos de dicha que circundan al solsticio. Luego todo irá desencadenándose hacia las tragedias cotidianas y otoñales, los días laborables.

Y siempre el Pijoaparte y esa identificación con él que no sabemos si va más allá de la mera literatura. Quizá todos seamos un poco "el melancólico embustero, el tenebroso hijo del barrio que en verano ronda la aventura tentadora, el perdidamente enamorado acompañante de la bella desconocida" en estos días en que "todavía el verano es un verde archipiélago".

@jesusNjurado

Dos preguntas rápidas a Juan Marsé

¿Qué recuerda de la escritura de Últimas tardes con Teresa?
En la tercera parte de Últimas tardes con Teresa, en el capítulo donde se describe el primer encuentro del protagonista con los estudiantes universitarios amigos de Teresa, en una de sus reuniones conspiratorias en el bar "Saint Germain" del barrio chino, uno de esos estudiantes, Ricardo Borrell, está leyendo La hora del lector, el libro de crítica literaria de Josep Mª Castellet, recién publicado, y comenta en voz alta una frase del texto. Debo decir que por aquel entonces, cuando yo escribía Últimas tardes con Teresa, mis gustos sobre la ficción literaria estaban totalmente en desacuerdo con las teorías expuestas por Castellet en su libro. Por divertirme, por el gusto de provocar (y con toda la alevosía, no lo niego) aproveché la ocasión para pitorrearme de esas teorías mediante algunos comentarios sarcásticos que hacen los personajes en esta escena, sobre todo citando una frase del libro que en cierto sentido resumía las desafortunadas (en mi opinión) teorías de Castellet. La frase en cuestión es esta: "En general, puede decirse que el novelista del XIX fue poco inteligente".

Excuso decir que la cita no sentó nada bien al bueno de Castellet, y tuve ocasión de comprobarlo cuando le di a leer Si te dicen que caí, años después, y ni siquiera se molestó en darme una opinión. Pero treinta años después, en la edición revisada y definitiva de La hora del lector (Ediciones Península, 2001) a cargo de Laureano Bonet, el autor vino a darme la razón, porque una de las correcciones que hizo fue suprimir la dichosa frase, sustituyéndola por esta: "Algunos novelistas del XIX fueron poco lúcidos porque estaban demasiado ufanos y seguros de su poder creador". No es que esta oración sea mejor que la otra, pero, en fin, algo es algo.

¿Qué queda hoy de este libro?
¿Qué pienso hoy de la novela? El año que viene se cumplirán 50 años de la primera edición en Seix Barral, y se sigue reeditando, por lo que me atrevo a decir que el Pijoaparte y sus sueños se mantienen en buena forma.