Image: La quinta esquina

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Novela

La quinta esquina

Izraíl Métter

23 enero, 2015 01:00

Izraíl Métter

Traducción de Selma Ancira. Libros del Asteroide. Barcelona, 2014. 207 páginas, 29€

La quinta esquina es una aberración geométrica en una habitación convencional, con sus cuatro ángulos de noventa grados, pero en los totalitarismos lo irracional y lo monstruoso adquieren el rango de norma. En la Unión Soviética de Stalin, Boria es un profesor de matemáticas que carece de título para ejercer la docencia. No es un estafador, sino un autodidacta que sufre las consecuencias del socialismo real. El régimen comunista divide a los trabajadores en cinco categorías: obreros, campesinos, intelectuales, funcionarios, artesanos y otros. De origen judío, Boria es clasificado como ciudadano de quinta categoría, pues su padre es comerciante. Eso significa que sus posibilidades de realizar estudios superiores son remotísimas. Los baremos no responden a criterios de excelencia, sino a planteamientos ideológicos. Ser hijo de obreros o campesinos insinúa una fidelidad instintiva, casi genética, a la revolución del proletariado. Por el contrario, ser hijo de un comerciante implica una indeseable connivencia con el espíritu capitalista.

Es evidente que Boria es la versión literaria del propio Izraíl Métter. Ambos nacen en Járkov (Ucrania) y sufren el sitio de Leningrado, sorteando el hambre, el miedo y la represión. La quinta esquina no es un simple testimonio de las penurias del ser humano en las sociedades totalitarias, sino un estudio de las edades del hombre, con sus pasiones, esperanzas y fracasos. "En la memoria de un viejo -escribe Métter- hay cierta mística: a mí no me parece que mi niñez haya terminado para siempre; existió y ha de volver". Boria solo pide que su "futura infancia" no le sorprenda con la inevitable inexperiencia de los que empiezan a vivir, descubriendo poco a poco la asimetría entre la realidad y el deseo. Una segunda infancia es una forma de desafiar al tiempo, pero esa vivencia imaginaria no resuelve el problema de las ilusiones perdidas. Sasha era el mejor amigo de Boria. Katia es la única mujer a la que amó de verdad. Perderá a los dos por culpa de su carácter áspero, huraño y melancólico. En cambio, sobrevivirá al cruel sitio de Leningrado, con sus 900 días de implacables bombardeos y un bloqueo que impedirá el paso de alimentos y medicinas.

La hosquedad de Boria es una máscara que esconde una increíble ternura. Se conmueve al contemplar la desnudez de su padre agonizante, ama el carácter compasivo e irrepetible de su madre, los locos le inspiran piedad y simpatía, responde a las privaciones con humor, examina cuidadosamente lo que no entiende para superar su perplejidad. No se considera especialmente afortunado. Sabe que la vejez consiste en pasear por calles "aburridas como chimeneas". Solo queda el consuelo de hablar con uno mismo, ironizando sobre los sueños incumplidos. Al igual que otras víctimas del totalitarismo, Boria se refugia en la poesía. No compone poemas, pero la pasión por la belleza de las palabras que se someten a la disciplina del verso, le ayuda a tolerar la crueldad del régimen soviético: "Me enamoraba de poemas que no llegaba a comprender del todo. Un susurro poético me inquietaba como un sortilegio, como la magia". Mientras tanto, anestesiada o manipulada, gran parte de la sociedad considera que la represión está justificada, pues "cuando se tala el bosque, vuelan las astillas". Boria también encuentra consuelo en las matemáticas, pues poseen el equilibrio y la armonía que no halla en el mundo: "…pueblos enteros se sumen en la barbarie, pero las líneas paralelas cortan solo en el infinito". "¿Quiénes somos los de mi generación? -se pregunta--. Los soñadores de los años veinte, diezmados y torturados en los treinta, segados en los cuarenta, agotados por la fe ciega..." Stalin despertó la misma devoción histérica en las masas que Hitler: "Yo fui testigo de eso. Y no puedo entenderlo".

La quinta esquina es un libro esencial para comprender el siglo XX, un ejercicio magistral de sabiduría narrativa y una invitación a seguir luchando por nuestras libertades, pues los totalitarismos, lejos de ser episodios marginales, fluyen como grandes ríos envenenados por el subsuelo de la historia, esperando la ocasión propicia para salir a la luz y liberar las tendencias más destructivas del ser humano.