Image: Cuerpos extraños

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Novela

Cuerpos extraños

Cynthia Ozick

24 mayo, 2013 02:00

Cynthia Ozick. Miguel Rajmil

Traducción de E. Vázquez. Lumen, 2013. 333 páginas. 16'90 e. Ebook: 12'34 euros


Defendía el crítico estadounidense Harold Bloom en La ansiedad de la influencia. Una teoría de la poesía (Trotta, 2009) que la máxima aspiración de un escritor era influir en los grandes autores pasados. En su lectura, obviamente. ¿Se puede leer la Odisea de Homero de acuerdo a los mismos parámetros tras haber leído el Ulises de James Joyce? Se trata, en definitiva, de un eslabón más, tal vez el último -o el central- en el sugerente campo de la intertextualidad.

Viene este comentario al caso debido a la última novela de Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), Cuerpos extraños, donde la autora rinde homenaje a su admirado Henry James. La relación de Ozick con James es ciertamente compleja e incluso meritaría una novela en sí misma; Ozick llegó a escribir un ensayo, What Henry James knew, que es hoy referente académico para los estudiosos del autor. Tras una etapa media de "odio" que siguió a la inicial de "amor irracional", parece que en Cuerpos extraños su autora ha llegado a una suerte de entente cordial donde, reconociendo su deuda y la brillantez del maestro James, alza su propio vuelo independiente.

La novela emula -creo que es la expresión más adecuada- Los embajadores de James. En aquella, el protagonista viajaba a París donde vivía el hijo de su prometida con una mujer mayor que él, para convencerle de que regresase a Estados Unidos y se hiciera cargo del negocio familiar. El motor y la trama son prácticamente los mismos en la obra de Cynthia Ozick: Bea, una profesora de instituto, viaja a París en 1952 con la intención de convencer a su díscolo sobrino Julian, de 23 años, para que regrese a Estados Unidos. Cumple así lo que le ha pedido su hermano Marvin, padre de Julián, que ejerce sobre Bea un poder despótico, el mismo que sobre su hijo y su hija Iris, quien también viajará a París para reunirse con su hermano. Pero ahora encontramos un nuevo aderezo, pues tras el viaje a París, Bea, de regreso en Estados Unidos, viajará hasta California, donde vive su ex-marido, e intentará resolver una de esas historias amorosas mal cerradas.

Resultará difícil desligar el nombre de Ozick de ese delicado relato que es "El Chal", pero ciertamente considero que esta novela es su obra más completa e importante. La autora ha logrado hilvanar una trama que resulta sencilla e intrincada al mismo tiempo. Y, además, construir unos personajes tan ricos y polifacéticos que me resulta difícil decantarme por ninguno de ellos. El viaje a Europa representa para Bea toda una epifanía liberadora. Su ex-marido había dejado en casa un piano con la promesa de enviar más tarde a buscarlo, pero de eso hacía años, y ahora "El piano era un objeto de culto" (página 39). Tal vez el problema era que nunca se preocupaba de el la -incluso alteró el apellido para que sus alumnos pudieran pronunciarlo bien- como implícitamente sugiere su ex-marido: "No querías nada para ti, todo lo hacías por mí" (página 153)

También Julian resulta interesante, esto es más una intuición que deducción narrativa, pues pese a ser el eje central, sus intervenciones son menores. Sabemos, por ejemplo, que está sentimentalmente ligado con Lili, una refugiada rumana que perdió a su esposo y también a su hijo en la guerra. Julian verá la vida a través de ella. Iris representa un cierto consuelo para su angustiado padre que, además de sufrir porque su hijo está en Francia, está en trances de perder a su esposa aquejada de todo tipo de males, mentales incluidos. Pero Iris, como su hermano, también intenta escapar de la tiranía del padre: "No soy distinta de Julian. Solo dejo que crea [el padre] que lo soy." (página 33) Y, finalmente, Marvin, sin duda el más complejo.

Si todos y cada uno de los personajes de esta novela viven en sus páginas su propio infierno del que intentan escapar -huídas, autoengaños, refugiados- quien sufre el mayor de los calvarios es el padre. Ególatra, malvado, engreído y dictatorial, su sufrimiento llega a resultar al mismo tiempo patético y conmovedor: "Mis hijos huyen de mí, ¿y por qué? ¿Qué he hecho? ¿Qué no he hecho? ¿Los descuidé, les hice daño? A veces lo vivo como una maldición, pero ¿a qué razón obedece? No lo sé, no lo sé. Todo lo que sé es que quiero que mi hijo vuelva a casa." (página 65)