Novela

Amarillo

Félix Romeo

10 abril, 2008 02:00

Plot. Madrid, 2007. 155 páginas, 15 euros

Con éste suman tres los títulos que ha dado a la narrativa española Félix Romeo (Zaragoza, 1968) y no cabe sino confirmar su valía: por sus originales creaciones, por sorprender con lo que ofrece, por la autenticidad que respalda sus aportaciones. Amarillo no es una novela, ni un relato. Aunque sí, claro, contiene pedazos de ficciones. Y también pedazos de vida y no es una biografía, y homenajea a un amigo sin llegar a ser una elegía. Amarillo es el libro que le ha salido pasados diez años del suicidio de Chusé Izuel, 24 años, escritor y crítico literario -"una carrera tan fugaz como intensa"- seguidor de Carver, Bukowski, Burroughs, representante de aquella generación que suscitó la idea de que "ni tiene nada ni espera nada". Un tipo difícil, de los que "coquetean" con la idea de la muerte; alguien que no supo sobreponerse al abandono de su novia, a la ruptura, a la soledad provocada por ésta. Hasta que un día inesperado "se tiró por la ventana". ¿Un suicidio ejemplar? ¿Un crimen perfecto? Las razones, las respuestas, pugnaron por hacerse oír antes de este libro.

Por eso Amarillo tardó en llegar; Chusé Izuel era su protagonista y su razón. Era un proyecto difícil; una deuda que necesitó el paso del tiempo, el poso del dolor hasta devenir en este escrito tan fluido, tan directo como cálido y entrañable, tan incómodo como perturbador, tan lleno de afecto y de respeto como de rabia y de impotencia. Es la manera del autor de dar salida a la culpa por no haber sabido responder a su desesperación, a su soledad, de rendirle al amigo justicia poética, con contención, sin explosiones emocionales, apoyando sus palabras en las del amigo muerto, en sus cuentos, artículos, cartas, en opiniones que mereció.

Pero Amarillo no es su biografía, ni una necrológica, ni un libro de ficción. Es escritura sellada por la autenticidad de los propósitos que la impulsan. Es la oportunidad de rellenar, con la creación, los vacíos que han dejado tantas preguntas; es la prueba irrefutable de que "morir no duele", lo que duele es la vida; es la confirmación de que el lenguaje acoge sin remilgos las paradojas de la existencia para acabar revelándose como una "ausencia" más. Es todo un ejercicio de franca lucidez, de creatividad sustantiva.