Image: De un abril frío

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Novela

De un abril frío

Jorge G. Aranguren

22 noviembre, 2007 01:00

Jorge G. Aranguren. Foto: Iñigo Ibañez

Menoscuarto. Palencia, 2007. 186 páginas, 14 euros


El donostiarra Jorge G. Aranguren (San Sebastián, 1938) ofrece como escritor una trayectoria un tanto discontinua. Unido en sus comienzos a los jóvenes creadores de revistas como "Kurpil" y "Kantil" -primer hogar de autores vascos tan significativos como Aramburu, Fuentes Irazoki o Bermejo, entre otros-, ha cultivado el relato breve, la poesía y la novela, con obras que no siempre han alcanzado la difusión que su calidad merecía. De un abril frío recoge quince cuentos de mérito desigual, la mayoría de los cuales presentan, con variaciones diversas, ciertos motivos temáticos constantes que han entenebrecido un tanto la visión del mundo de este autor. El dolor, la vejez, la enfermedad y la muerte están presentes, en efecto, en muchos de estos relatos, en ocasiones con una dimensión lírica, como sucede en el titulado "Dejadme los leones", que cierra el volumen. La evocación melancólica y serena de un tiempo pasado tiñe de nostalgia -una nostalgia hábilmente atenuada, eso sí, por las formas populares del diálogo que cubre casi toda la superficie del relato- "El poeta y los viejos", un cuento excelente por el dominio de la sugerencia. Varias de estas narraciones están puestas en boca de difuntos, como "Contar las piedras" o "El cielo de la noche", y otras miran, además, hacia momentos históricos pasados, como "Gettysburg" o "Vidas de Lucy", relato éste de audaz planteamiento y que acaso hubiera requerido una extensión mayor, puesto que la Lucy narradora es el homínido hallado en 1974 en Etiopía por Donald Johanson, cuya naturaleza simiesca o humana despertó numerosas controversias entre los paleoantropólogos.

En otros cuentos, el ensueño, la frustración y los deseos inconfesados se manifiestan por medio de breves historias que son poco más que una anécdota -como en "De albahaca"- o rozan decididamente el mundo de la fantasía, como ocurre en "Telefonista". En cambio, el relato titulado "El quesillo y la espada", que parece nacido al calor de las conmemoraciones quijotescas de 2005, se me antoja una tentativa frustrada, porque este diálogo vagamente cervantino y sus personajes no constituyen el medio más adecuado para la yuxtaposición de comentarios acerca de la novela que nada añaden a lo ya glosado en infinidad de ocasiones. Y conviene señalar que dos cuentos marcan la salida de la introspección y lanzan la mirada hacia la actualidad externa. El primero es "Contar las piedras", donde el estilo elusivo y los sobrentendidos no ocultan la historia, narrada sin aspavientos por el propio personaje, del industrial asesinado por la irracionalidad terrorista. El segundo relato en esta misma línea es "Té", centrado asimismo en el ambiente opresor de la extorsión a un empresario, de la amenaza que se cierne sobre él y su familia y de su resistencia a huir de la tierra que ama para comenzar en otro sitio.

El dominio del lenguaje -propio del buen prosista que ha sido antes buen poeta- y la destreza para esbozar estados de ánimo mediante diálogos y frases breves, donde se da a entender más de lo que se dice, es característico de este autor, y convierte la lectura de este volumen en una grata experiencia.