Novela

Nunca pasa nada

José Ovejero

20 septiembre, 2007 02:00

José Ovejero. Foto: Antonio Heredia

Alfaguara. Madrid, 2007. 296 páginas, 17’50 euros

A despecho del desprestigio reciente del arte de contar historias, de la escasa atención última a la invención de personajes y del generalizado desinterés por el análisis reflexivo de la realidad inmediata viene construyendo su obra José Ovejero (Madrid, 1958). Dentro de la versátil narrativa de este escritor madrileño -, su nueva novela revalida esos tres principios que él cultiva con decisión y bastante contra corriente como pilares de su modo de entender el relato novelesco.

Nunca pasa nada se sostiene, en primer lugar, en la narración pura de la vida corriente de una familia representativa en parte de un sector social de nuestros días. Se trata de un matrimonio de clase media que vive en un chalet de un pueblecito de la sierra madrileña, tiene una hija de corta edad y emplea a una joven asistenta ecuatoriana ilegal. Varios episodios inhabituales que no detallo para respetar el relativo misterio que rodea la anécdota le dan el suficiente carácter novelesco como para que la peripecia no sea simple copia de existencias sin sustancia pues, al contrario de lo enunciado por el título, en la vida siempre pasan cosas, y a menudo muy dramáticas. El segundo pilar de la novela consiste en crear unos personajes, los citados y algunos otros más, sólidos, magníficos y conmovedores, marcados por muy diversos mundos interiores y construidos con el esmero clásico del atento observador de la compleja conducta humana.

Es en sí misma suficiente esta materia compuesta por anhelos y peripecias de unas personas cuyos avatares interesan porque constituyen una reconstrucción imaginativa del pequeño mundo del hombre. Esas vidas van aflorando a la superficie del libro mediante una acertada disposición formal que aporta poco a poco los datos menudos de la historia global. Y se hacen verdad por medio, en especial, de una narración escueta y un diálogo ágil, atento a la diversidad social y cultural de los hablantes.

Darle un valor intrínseco a esa materia, como si no se quisiera ir más allá, como si sólo se deseara presentarla sin mayor trascendencia, libre de segundas intenciones (testimoniales, políticas, ensayísticas o de otro tipo) constituye un rasgo fundamental de José Ovejero. A favor de esta original postura funciona un cierto grado de inconcreción anecdótica, algunos cabos si no sueltos sí no rematados del todo o nada más sugeridos; incluso se nota la falta de definición total de los personajes o de su porvenir, lo cual, pudiendo ser materia de la novela, y aun casi reclamándolo ésta, queda en una relativa nebulosa como para que el propio lector redondee la historia. En fin, una personal manera de realismo porque en la realidad corriente las historias suelen carecer del cierre que con frecuencia garantiza la literatura. Este modo barojiano de presentar la anécdota es la trampa que utiliza Ovejero para inducir lo contrario, un agudo diagnóstico y un testimonio bastante revulsivo de situaciones sociales y mentalidades de nuestro tiempo con ambición colectiva o panorámica.

¿Es una novela sobre la emigración laboral, o sobre una clase media indecisa en la identificación de sus valores, o sobre el mérito de la autenticidad frente a los estereotipos de la nueva sociedad de masas, o sobre, también y no en último lugar, la perversa condición humana? En parte todo ello, y, sobre todo, una historia de esas que agarran al lector desde la primera página para enfrentarle, en la última, con su conciencia porque es imposible salir de la novela sin emitir un juicio íntimo acerca de lo mucho que pasa.

Tres cuestiones para José Ovejero

- En su novela, el secreto y la apariencia juegan un papel clave. ¿Qué le llevó a interesarse por ellos?

- Esa búsqueda de lo que solemos esconder siempre ha sido el motor de mi literatura. Se ve mejor en la sombra que a pleno sol.

- El personaje de Olivia, la inmigrante de su libro, le condujo, como explica al final, a investigar y sumergirse en los ambientes ecuatorianos. ¿Cambió en algo su percepción de la inmigración?

-Tras sumergirte en un mundo que antes te resultaba lejano, regresas casi necesariamente con una visión más matizada. Donde antes veías un grupo, ahora ves individuos. Y si las diferencias con tu propio mundo se vuelven más claras, lo que resulta aún más obvio son las similitudes.

- Cuéntenos un secreto. ¿Alguna última lectura inconfesable?

-Todas mis lecturas se pueden confesar; y lo último que he leído aún más, porque es un libro magnífico: Job, de Joseph Roth.