Novela

El legado de la pérdida

Kiran Desai

20 septiembre, 2007 02:00

Kiran Desai. Foto: Tony Albir

Traducción de E. Iriarte Font. Salamandra. Barcelona, 2007. 380 páginas, 18 euros

Los novelistas Arundhati Roy, Salman Rushdie, V. S. Naipaul o Vikram Chandra, llevan tiempo representando con maestría la vida en el subcontinente indio, que abarca Pakistán, la India y Nepal. Son escritores cosmopolitas, como Kiran Desai, nacida (1971) y criada en la India. Ella emigró a los catorce años con su madre, la también escritora Anita Desai, a Inglaterra, y un año después a Nueva York, donde ambas residen ahora. Los une a todos el deseo inaplazable de relatar cómo es la vida en su parte del mundo, urgencia compartida con los narradores del boom latinoamericano en sus comienzos. Roy, Naipaul y Chandra han contado de las tradiciones, de la grandeza y la miseria en sus respectivas regiones, mientras Rushdie fue más allá y entró de lleno en el aspecto ideológico de la situación, buscando responsables para la pobreza y desigualdad social del subcontinente indio. Cuando el escritor culpó del atraso al Islam en los Versos satánicos, todos sabemos de la inhumana fatwa emitida contra él. Anita Desai no resulta menos crítica que Rushdie, pero su camino es otro y quizás más efectivo. El legado de la pérdida, su segunda novela, ganó el premio Booker 2006 con justicia, precisamente porque ofrece un testimonio artístico admirable de la vida actual.

La fuerza de esta ficción emana de una soterrada corriente biográfica. Desai noveliza desde su experiencia personal, la de una mujer que emigró de un país enormemente pobre y con un atraso inaceptable a una sociedad de bienestar occidental. Además, cuenta una historia situada en dos escenarios que conoce de primera mano, la India, adonde regresa cada año de visita, y Nueva York, su lugar de residencia. Los personajes comparten una cierta melancolía. Son gentes que muestran las heridas abiertas por el diario contacto social y las miserias causadas por la globalización, la pobreza y la violencia terrorista. El miedo experimentado y la precariedad permanentes terminarán por debilitar la entereza humana.

En Kalimpong, una pequeña ciudad al noroeste de la India, en las estribaciones del Hilamalaya, vive un juez retirado con una nieta huérfana. El hombre vegeta abrumado por un pasado repleto de vejaciones, la discriminación sufrida durante sus estudios en Cambridge, la producida por la convivencia posterior con una mujer sin educación, gracias a cuyos bienes pudo estudiar. Le sirve un singular cocinero, orgulloso de su hijo, Biju, inmigrante en Nueva York. Este chico con suerte arrastra, sin embargo, una vida penosa; la gran ciudad le ofrece trabajos ilegales y mal pagados. Así, los efectos de la globalización vienen presentados a escala humana con una fuerza dramática extraordinaria.

La nieta del juez, Sai, se enamora de su maestro de matemáticas, el joven Gyan, quien termina uniéndose a un grupo de terroristas nepalíes que sólo añaden miseria a la existente en la ciudad. Estos terroristas, a diferencia de los de Rushdie, de Shalimar, el payaso, no asesinan a ciudadanos notables en Los ángeles, sólo hacen la vida imposible a sus vecinos. Les añaden su poquito de ansiedad. Hay, pues, melancolía, tristeza y un desaliento general entre los personajes. Para ellos la historia no se ha terminado; la historia contemporánea los ha dejado de lado, pudriéndose en su pobreza.

La novela no resulta una pieza trágica, como muestra la delicadeza con que presenta a los personajes, incluso con humor en muchas ocasiones, pues siempre busca su perfil, que los veamos moverse, hablar, sin aplastarlos ideológicamente. Los nepalíes que aparecen como opresores y terroristas, y que componen la mayoría de la población de Kalimpong, una ciudad de 60.000 habitantes, protestaron por la manera en que aparecen representados.

Kiran Desai dijo en una entrevista que a diferencia de Ayaan Hirsi Ali, que achaca los problemas actuales al fundamentalismo islámico, ella cree que la pobreza resulta un problema aún mayor. El legado de la pérdida, en fin, ofrece un perfecto ejemplo de cómo una novela puede elevar un tema, el de la emigración, del terreno de la política al del arte, ofreciendo una imagen espléndida de nuestro mundo pluricultural.