Novela

Esta pared de hielo

José María Guelbenzu

6 octubre, 2005 02:00

José María Guelbenzu. Foto: Javier Cotera

Alfaguara. Madrid, 2005. 303 páginas, 16 euros

Tras dos relatos policiacos de fácil lectura y entretenidos, vuelve José María Guelbenzu al tipo de novela densa que marca la generalidad de su narrativa. La filiación de su nuevo libro, Esta pared de hielo, se advierte desde su dedicatoria.

El envío a "A don Juan en Pisuerga", más que recuerdo del domicilio madrileño donde Benet juntaba a sus fieles, más incluso que homenaje, es identificación con el prosista nuestro que mejor encarna el antinaturalismo y el gusto por un discurso ensayístico. Son estas mismas las preferencias que guían a Guelbenzu en la novela, la cual enlaza con su obra más especulativa, Un peso en el mundo, como el propio autor apunta de manera disimulada pero explícita al poner en boca de un personaje una queja contra aquellas personas satisfechas "de haberse librado tan sencillamente del peso del mundo" (pág. 240).

El ansia de la protagonista de esa penúltima novela por "ser alguien" toma en Esta pared de hielo una dirección no muy distinta, pues ahora el autor indaga en qué consisten la vida y la muerte. A este ejercicio especulativo se dedica esta novela extraña, tanto por su insólita temática entre las preocupaciones de los escritores actuales como por el modo desenfadado (un desenfado corrosivo, quede claro ya) de abordarlo. Aquí, al ensayo y a lo discursivo les da el autor una gran vivacidad y se olvida del retoricismo pretencioso de la otra novela mencionada. Por supuesto, no lleva a una historia común ni realista, pero sí crea un convincente mundo imaginario.

Esta pared de hielo va alternando tres situaciones relacionadas con el prematuro fallecimiento de un tal Julián Bo, directivo de una compañía de cítricos, aficionado al montañismo y poeta inédito. En una de ellas, el Alma dialoga con el barquero que le llevará al lugar donde espera la Muerte. En otra, se refieren diversas escenas del velatorio. En la tercera, la viuda, Inmaculada, recibe a un desconocido, Leonardo, y conversa con este diablo interesado en descubrir la personalidad del difunto.

Cada sector tiene un tratamiento diferenciado. Lo especulativo predomina en el primero. El esperpentismo del segundo llega a contraponer en el tanatorio a este muerto común y a otro de postín. El último, dialéctico e irónico, saca a flote, al hilo de los disimulos fraudulentos del matrimonio, la parte misteriosa de cada existencia, y va desvelando el secreto que aclara el Alma al barquero: por qué Julián quemó una cantidad grande de dinero inesperadamente recibida. En todas estas situaciones hay herencias literarias: la restitución bajo secreto no es nueva, las imágenes del barquero y del mefistofélico visitante tienen larga tradición, y el matrimonio guarda semejanza con el de la novela famosa de Delibes. Pero Guelbenzu le da a su historia una originalidad notable al volcar esos motivos en una problemática peculiar y actual. Esta pared de hielo afronta asuntos cada uno de por sí interesante: el destino, la felicidad, el núcleo formado por culpa, remordimientos e inocencia, la eternidad, lo íntimo y lo público, la conciencia, el amor, o la propia literatura. Como englobando este abanico de motivos que rodean la personalidad, está el principal, el derivado del episodio del dinero. Esta anécdota se despliega sobre el terrible fondo de la crueldad humana, alcanza un dramatismo impresionante y remite a la que podríamos considerar la tesis de la obra, el predominio de "almas estúpidas o intrascendentes" en el mundo moderno. El comportamien-to de Julián ante un dilema extremo entraña una grandeza insólita frente a la trivialidad contemporánea.

De este modo, una disertación acerca de la trascendencia, envuelta en toda la parafernalia de las imágenes de la religión positiva, y enfocada desde un agnosticismo a ratos irreverente por burlesco, se convierte en un alegato contra la deriva humana hacia una sociedad vulgar. Tiene al respecto una postura de un pesimismo absoluto: "la confusión es hoy la madre" de todos los valores", sostiene el Diablo. A ese resultado se llega después de jugar las cartas estilísticas de la paradoja, el sarcasmo o lo bufo. Y por esta mezcla de registros (visible también en los lingöísticos, donde se emparejan el cultismo puro y los coloquialismos mostrencos) consigue una de sus mejores novelas, divertida a base de un tipo de humor culto, pero también muy seria.