Image: Veinte años y un día

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Novela

Veinte años y un día

Jorge Semprún

4 septiembre, 2003 02:00

Jorge Semprún. Foto: Paco Campos

Tusquets. Barcelona, 2003. 292 páginas, 18 euros

Jorge Semprún ha escrito los libros Veinte años y un día, así como la Autobiografía de Federico Sánchez, en español, tal vez porque ambas obras forman parte del mismo contexto, una obra que, en francés o en castellano, conforma el cosmos autoreferencial del escritor. En las últimas páginas tratará también de precisar su "espacio": "la patria del escritor no creo que sea la lengua, sino el lenguaje...".

No ha dejado, por otro lado, de elaborar desde su primer libro una amplia autobiografía, enriquecida o mixtificada con elementos ficcionales. Aquí se sirve de una técnica simbólica-metaficcional. El Narrador, omnipresente, aparece muy a menudo (págs. 84, 106, 130, 133, 166, 181, 198, 206, 208, 224, entre otras), aunque también utiliza un esquema casi policial: don Roberto, comisario de la policía político-social, es consciente, ya al inicio de la acción, de que "los suyos, los bien llamados nacionales estaban empezando a perder la guerra. Mejor dicho: a dejar que se perdieran los frutos de la victoria, al agostarse los valores que la habían hecho posible [...] en España se marchitaban los ideales de la Cruzada, que la patria se enfangaba en un materialismo escéptico y egoísta" (pág. 39) y se empeña en dar caza a Federico Sánchez.

Los tiempos históricos en los que se desarrolla el relato son diversos. El desencadenante es el asesinato, el 18 de julio de 1936, del propietario de una hacienda toledana en el pueblo de Quismondo. Desde entonces la familia habría exigido a los braceros que revivieran, año a año, aquel acontecimiento como si de un auto sacramental se tratara. La acción puntual lo constituye el final de las representaciones en un entierro que simbolizará la "reconciliación nacional", preconizada entonces por el PCE. La acción se sitúa en 1956, veinte años después de la sublevacion militar, año en el que se desarrollaron protestas juveniles universitarias en Madrid. A raíz de las mismas se conformarán las primeras células comunistas en el ámbito intelectual y universitario; aparecerá la misteriosa figura de Federico Sánchez, miembro clandestino del Comité Central, que ha de representar un frustrado intento de sustituir la dirección del exterior, advertida aquí entre minorías nacidas en el seno de familias franquistas. Entre personajes de ficción aparecen los intelectuales más o menos vinculados al antifranquismo militante: Múgica Herzog, López Pacheco, Javier Pradera, Sánchez Ferlosio, Sánchez Dragó, Juan Benet. Otros como Ridruejo, Hemingway, Alberti, el escultor Alberto, la Pasionaria, Croce, Carrillo, María Zambrano o Domingo Dominguín -otra clave- le permiten al narrador enjuiciar negativamente (pág. 117) anteriores ajustes de cuentas del PCE y ofrecer una perspectiva inquietante de Federico Sánchez (nombre de guerra de Semprún en su clandestinidad).

El fraccionamiento del relato con abundantes saltos atrás y adelante permite detenerse en motivos que se reiteran exageradamente, aunque el lector descubrirá en el testimonio de la criada Satur (Saturnina) una exposición lineal. Advertiremos a Federico Sánchez, en 1985, en el Palacio de Villahermosa, o junto a la lectura de Faulkner en el campo de Buchenwald. En paralelo, se desarrolla una triple narración de desviaciones sexuales. La figura del asesinado José María Avedaño se describe en un viaje de bodas en el que se practica, incitado por la mujer, la sexualidad a tres (el tercero serán las doncellas francesas de los hoteles o un fotógrafo inglés); el hermano mayor, José Manuel, quien se beneficiará de su cuñada, ya viuda, bajo el derecho de pernada o el incesto, que finalizará en suicidio de los hijos gemelos del matrimonio, constituyen el anverso de una novela de clara intencionalidad política.

Elementos autobiográficos salpican un relato que nunca decae en sus alicientes intelectuales: desde las teorías de San Agustín a la figura de Semprún Guerra, su padre, colaborador de "Cruz y Raya" (pág. 270) o la lectura de Lorca de La casa de Bernarda Alba. José María se habría entrevistado con Keynes, con Croce. Era una víctima aún más inocente, puesto que los braceros que lo fusilan lo harán casi por accidente y sin conocer sus simpatías políticas. La complejidad del relato propone, sin embargo, una tesis: la autodestrucción de los vencedores de la guerra será el fruto de sus propias contradicciones antes que de sus enemigos políticos. Centrada entre Madrid y la provincia de Toledo, su vocación simbólica parece indudable.