Image: El comprador de aniversarios

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Novela

El comprador de aniversarios

Adolfo García Ortega

3 julio, 2003 02:00

Adolfo García Ortega. Foto: M.R.

Ollero & Ramos. Madrid, 2003. 237 páginas, 17 euros

En la inabarcable literatura sobre el Holocausto, sin duda el acontecimiento más grave y sanguinario del siglo XX, hay que distinguir entre los testimonios directos de quienes padecieron el horror de los campos de exterminio -entre los que figuran escritores importantes, como Primo Levi, Wiesel, Semprún, Robert Antelme o el Nobel Imre Kertész- y las infinitas reconstrucciones llevadas a cabo por historiadores, periodistas e investigadores de todo tipo, apartado en el que también contamos con una obra excelente de Montserrat Roig.

Todo este caudal de informaciones directas e indirectas, al que habría que añadir otro no menos ingente de documentales cinemato- gráficos y películas, ha engendrado una literatura de segundo grado -entiéndase adecuadamente la fórmula, que no es valorativa-, compuesta por dramas, novelas, poemas, que trata de recrear artísticamente aspectos de aquella realidad conocida ya sólo por testimonios ajenos y ahondar en los abismos del ser humano, capaz de la mayor abyección y también de la más acendrada nobleza. A esta literatura, nacida de esa otra previa, pertenece El comprador de aniversarios.

Un narrador que viaja hacia el antiguo campo de Auschwitz sufre un accidente de tráfico y tiene que ser hospitalizado en Frankfurt. Desde allí reconstruirá mentalmente la figura de Hurbinek, un niño de tres años nacido en el campo de exterminio y que no sobrevivió a las terribles condiciones del lugar. Todo se basa en una escueta información proporcionada por Primo Levi en unas líneas de su obra La tregua. Apoyado en ese mínimo punto de partida, el narrador tratará de rehacer el origen del desdichado niño y la suerte de su familia, e incluso imaginará lo que podía haber sido su vida de no haber muerto en Auschwitz, asimilándolo a distintos supervivientes: un empleado de la red de tranvías de Budapest, un escritor español, un escenógrafo y figurinista ruso, un polaco relacionado con el cine, un tasador artístico, un fotógrafo israelí, un periodista acogido entre los sefardíes de Salónica... El narrador ensaya personalidades diferentes, imagina la brevísima vida del pobre Hurbinek, que no llegó a hablar ni a caminar, crea personajes posibles, tratando así de compensar con la literatura los hechos de la desoladora realidad. A la manera unamuniana, el creador se convierte en padre: "A mí si me vale, y de mucho, inventar su vida. Sólo así podemos ser redimidos los dos, él y yo. Soy una especie de progenitor de Hurbinek. Sí, ahora que lo pienso eso es lo que soy" (pág. 10). Pero sucede que la vida se impone -incluso las inventadas, todas ellas sometidas al lastre de la pesadilla de Auschwitz, que conduce finalmente en muchos casos a la locura o al suicidio-, y la realidad que perdura es la del campo de concentración. García Ortega se ha demorado, tal vez con exceso, en la enumeración de vejaciones, torturas, matanzas y asesinatos practicados indiscriminadamente contra hombres, mujeres y niños, y ha intentado reducir en estos pasajes la prosa a mero utensilio designativo, neutro, procurando no cargar las tintas en el patetismo y el horror, porque los hechos narrados son estremecedores y claman por sí mismos. Los lectores familiarizados con la llamada "literatura del holocausto", de la que este libro se nutre inevitablemente, no hallarán en estas páginas grandes novedades informativas, salvo el hecho de que la mirada, descendiendo de lo general a lo particular, se ha centrado aquí en un pobre niño enfermo y desnutrido cuyo destino fue similar al de otros miles de niños de los que no existe ni siquiera un recuerdo preciso. Como reflejo de una historia de la que se conocen sólo retazos y que se va componiendo aleatoriamente, el relato va y viene, elude el orden lineal, intercala informaciones breves, casi a manera de fichas con datos o biografías, y permite así que el lector reconstruya cronológicamente los sucesos.

Como sucede con las obras de esta índole, El comprador de aniversarios tiene algo de ajuste de cuentas con una humanidad capaz de enzarzarse en tan espantosos crímenes, aunque sea una manifestación bastante tardía acerca de hechos conocidos indirectamente. ¿Tiene el novelista que distanciarse tanto para narrar? ¿No existen, más cercanos a nosotros, atroces genocidios que exigen la mirada del escritor? Resulta significativo que, en los últimos años, muchos de nuestros novelistas se inclinen hacia la práctica de la novela histórica, al situar sus narraciones en épocas que no conocieron. Nos invade una mentalidad de Quo vadis? Paciencia y barajar.