Image: Una belleza convulsa

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Novela

Una belleza convulsa

JOSÉ MANUEL FAJARDO

31 octubre, 2001 01:00

Ediciones B. Barcelona, 2001. 314 páginas, 2.500 pesetas

El verdadero núcleo temático de Una belleza convulsa, título tomado de una cita de Breton, está en su indagación sobre la impotencia, la angustia y el horror sufridos por el ser humano en una situación límite, reducido al estado de muerto viviente.

La experiencia protagonizada por un periodista secuestrado y escondido en un zulo durante más de 4 meses da lugar a un doble viaje, pues se bifurca, por el interior, hacia la imparable desolación del cautivo, y por exterior, a la rememoración de su vida pasada. Lo primero resulta propio de una novela psicológica, por su exploración de una atmósfera de pesadilla, en tanto que lo segundo reúne ingredienes de un auténtico relato del aprendizaje, con recuerdos de la vida en el colegio, la relación con los padres, el despertar sexual y la relación de amores y desamores. La conexión entre ambos planos de la novela viene dada por la presencia, en el zulo, de un cartel turístico del País Vasco y por la lectura de sendos libros de García Márquez y de Auster. De paso, se aprovecha la ironía que en tan dramática situación aporta Cien años de soledad. En la expresión de sentimientos en el horror del secuestrado el narrador emplea, en los títulos de los capítulos y en algunas citas, el correlato del infierno de Dante en la Divina Comedia. Y de dicha alucinación entre las cuatro paredes de lo que casi es un féretro el narrador y protagonista sale al exterior por medio de la memoria para recrear experiencias de su pasado adolescente, de su vida militar, amorosa y profesional.

El contraste entre los dos planos hace que la libertad recordada aumente la angustia presente. En esto la composición de la novela prueba su eficacia de acuerdo con la articulación de su sentido. Como también se procede con habilidad en la transición de un plano al otro. A pesar de lo cual, se imponen serios reparos en la excesiva dispersión de recuerdos del pasado en perjuicio de la intensidad que reclama la angustia presente del secuestrado. Se suceden demasiadas anécdotas, y se quiere explicar todo lo que se va trayendo a colación. Por ello la tensión requerida por la situación límite desfallece bastante, a veces hasta convertir el secuestro casi en un pretexto para hilvanar un discurso híbrido entre lo memorial y lo viajero. Pero es obligado reconocer que esta recreación de una experiencia extrema es un testimonio valiente cuya denuncia se acrecienta con la integración de personajes reales en una historia en que ficción y realidad se dan la mano.