Image: No acosen al asesino

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Novela

No acosen al asesino

JOSÉ MARÍA GUELBENZU

5 septiembre, 2001 02:00

Alfaguara. madrid, 2001. 417 páginas, 2.800 pesetas

La última novela de Guelbenzu está dedicada "al amigo inolvidable, Juan García Hortelano", y lo cierto es que la lectura de No acosen al asesino despierta inevitablemente el recuerdo de Tormenta de verano (1962), la segunda obra del desaparecido escritor.

En ambas novelas, en efecto, una muerte misteriosa sacude el letargo apacible de una localidad veraniega, y en ambas el suceso actúa como reactivo que pone al descubierto los caracteres y las conductas de ciertos personajes de la burguesía acomodada, aquí representada por los Arriaza, los Muñoz Santos o el enriquecido Ramón Sonceda. Se diría que, lejos de las tentativas experimentales de sus primeras obras, Guelbenzu se ha acercado aquí a la literatura de denuncia que inspiró muchas novelas de hace cuarenta años. Pero sería una impresión superficial. No acosen al asesino tiene poco que ver con aquellos supuestos; se encuadra más bien en la modalidad del relato psicológico. Puesto que conocemos la identidad del asesino desde las primeras líneas, la intriga se reduce en apariencia al desarrollo de las pesquisas para aclarar el suceso; en apariencia, porque la verdadera intriga consiste en conocer los móviles del homicida y bucear en su compleja personalidad. De este modo, No acosen al asesino se aleja tanto de la añeja pretensión de denuciar una situación social como de los fines de la novela de intriga, aunque el autor utilice con destreza elementos de ambas modalidades para adherirse a una línea narrativa que -sin ánimo alguno de comparación- va desde Crimen y castigo hasta las novelas de Simenon ajenas a la serie de Maigret. Lo que ha interesado a Guelbenzu es mostrar cómo una experiencia infantil puede marcar una vida, enturbiar una personalidad y convertir súbitamente a un individuo normal en un frío asesino. "Es un criminal... y también una persona muy desgraciada" (pág. 404), asevera la juez Mariana de Arco. Así es. Y el propósito del novelista ha consistido en revelar de manera plausible esta faceta, por encima de los detalles de la investigación policial y de la instrucción del caso -minuciosa y verosímilmente tramados, de todos modos-, así como en esbozar alrededor del personaje central unos cuantos tipos alejados de las esterotipadas siluetas previsibles en estas historias. De acuerdo con ello, el resultado es muy satisfactorio. La composición del relato utiliza largos capítulos divididos en secuencias que favorecen la movilidad en el cambio de escenarios y personajes y sirven también para dejar en suspenso ciertos momentos diplomáticos, obedeciendo a pautas narrativas muy explotadas por el cine.

Lo único que cabe deplorar es que Guelbenzu, excelente escritor, no haya revisado con mayor detenimiento el texto para eliminar defectos sólo disculpables en una primera versión: expresiones inertes ("tupido velo", págs. 183, 187), elecciones verbales harto discutibles ("la cortedad del verano", pág. 75, por "la brevedad"; "uno de esos abogados devenido en financiero", p. 84; "lanzando enérgicas chupadas a su cigarro", p. 215; afirmaciones superfluas ("parecían dos náufragos atrapados en una isla y rodeados de agua por todas partes", pág. 332), repeticiones ("se alzaba en la margen izquierda el antiguo casco urbano, que era una mezcolanza de cascos antiguos y edificios nuevos agrupados en la margen izquierda", p. 74), galicismos clamorosos ("se daba cuenta cabal del riesgo que venía de correr", p. 17; "estos padres eran adoptivos y venía de haber quedado huérfano", p. 266) y un uso erróneo de la preposición en que se extiende entre nosotros como la legionela y que no puede admitirse en un autor como Guelbenzu: "Pensaba estar de regreso en un par de días" (pág. 299), "Adrián regresaría en una semana" (pág. 318), "quedó en volver a recogerla en una hora" (pág. 337). Guelbenzu tiene más condiciones para aspirar al cuidado exquisito de un Flaubert que para dejarse arrastrar por el vendaval de las gacetillas.