Image: Lo mejor que le puede pasar a un cruasán

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Novela

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán

Pablo Tusset

30 mayo, 2001 02:00

Lengua de Trapo. Madrid, 2001. 313 páginas, 2.790 pesetas

A qué evocaciones curiosas nos lleva a veces una novela. Particularmente, el inicio de esta novela -la primera de Pablo Tusset, barcelonés de 36 años- me ha venido a recordar una noche en que el crítico Fernando Valls nos explicó -a mí y a algunos amigos- la historia del cruasán, los requisitos para que uno de esos dulces pueda ser tenido por tal y las muchas dificultades a que se enfrenta a la hora de hallar buenos cruasanes hechos con mantequilla -como debe ser- en la ciudad de Barcelona. ¿Es este lugar para estos recuerdos? Sí. Lo es porque Pablo, el personaje de esta novela, también está preocupado por encontrar cruasanes hechos con mantequilla, y también se indigna ante los productos mediocres y las imitaciones que encuentra en la capital catalana. No llega a la sapiencia de Fernando Valls, pero le iguala en gracia y a veces en mala leche. Es un piropo. Doble.

Y es que el personaje de esta novela es un tipo memorable. El editor ha querido compararlo con Ignatius Reilly, el protagonista de La conjura de los necios, con quien en mi opinión, sólo tiene en común la gordura. Acaso a Pablo Miralles haya que buscarle más parentescos en algunas novelas de Vázquez Montalbán -sobre todo las protagonizadas por Carvalho, a quien se dedica más de un guiño- y a algunas de Eduardo Mendoza, como El misterio de la cripta embrujada o la última de la saga, La aventura del tocador de señoras.

Sea como sea, estamos ante una novela negra ambientada en la Barcelona actual y protagonizada por un detective seboso, pasota y simpático que trata de resolver la desaparición de su hermano. La agilidad y amenidad de la intriga está salpicada por un puñado de personajes -en especial los femeninos- tan bien trazados como, en algunos casos, desternillantes. Así, Gloria, la cuñada, escritora frustrada y alcohólica, proporciona algunos de los mejores momentos. Y otro tanto puede decirse de Fina, una tonta de pecho voluminoso, obsesionada -Bridget Jones acecha en cualquier parte- en perder peso. El estilo de Tusset sirve bien de acompañamiento a una trama disparatada. No sólo neologiza con descaro -butic, pretaporté, jevi- sino que con igual desfachatez eleva a categoría de lenguaje literario coloquialismos y vulgarismos -mola, espitoso- y todo ello en un discurso que nada tiene de artificial y que precisamente por ello da en la diana a cada página. Tusset se propone contarnos una historia, y lo hace con seguridad, eficacia y una naturalidad pasmosa. No son pocas virtudes.

Pero, ¿y qué es lo mejor que le puede pasar a un cruasán? Lo dice Tusset en la primera línea: que lo unten con mantequilla. Naturalmente. No sé si Valls estará de acuerdo.