Novela

Que raros son los hombres

José Ovejero

10 enero, 2001 01:00

Ediciones B. Barcelona, 2000. 233 páginas, 1.900 pesetas

Lo que menos me gusta del nuevo y meritorio libro de José Ovejero, Qué raros son los hombres, es su título, tomado de uno de los diez cuentos que lo componen. Tiene un cierto aroma oportunista que un escritor serio como él no debería fomentar. Pero aun eso es lo de menos. Lo de más es que ni el libro en conjunto ni ese texto en particular tratan de rarezas específicas -rarezas de género, por decirlo a la moda- de los hombres; tratan de esa rareza que es el género humano en su totalidad, de las incertidumbres y perplejidades de ambos sexos. En ese cuento citado se ve con claridad. Una chica decide llevarse a la cama a su profesor de tenis, un hermoso y desvalido joven bosnio, emigrado de los horrores de su tierra, como puede suponerse. Ya en casa de la chica, el bosnio se desentiende de la oferta erótica, come, se entretiene con la tele y se queda dormido con la naturalidad de quien se encuentra en su lecho habitual.

No se puede llamar rareza a ese comportamiento del bosnio. Otra urgencia mayor que el sexo tiene, y a ella da preferencia. El trazado del cuento y su resolución son perfectos. Y coherente, aunque demasiado explícita, y por tanto un poco de predicador, la tesis de la chica: es mejor, dice, frecuentar poco a los hombres porque lo más atractivo de ellos está en la fachada. Ahora bien, todo ello vale literariamente no por el sermón, sino porque descubre comportamientos de seres humanos. Y esta es la gran y afortunada veta del libro entero: penetrantes apuntes de psicología, o, si se quiere, de psicopatología.

En semejante línea de revelación de traumas y conflictos anímicos, otros personajes encarnan lacerantes vivencias: la soledad, una especie de motivo que unifica a casi todos los relatos, la indiferencia hostil de otras personas, el miedo, la incomunicación, la venganza... Más el desamparo íntimo retratado en la historia de un periodista que rehusa en Cuba el placer barato que propicia la miseria. Este cuento, "Los conquistadores", lo tengo por el mejor, pues en él se juntan hasta alcanzar una emocionante intensidad los registros de la ternura, la piedad, el testimonio y la denuncia social.

No todos los cuentos del libro son igual de valiosos, hay alguno un tanto insustancial, pero el conjunto ofrece la imagen de un narrador interesante por sus temas, y, por lo común, afortunado en la forma. También, en cuanto a la forma, bastante versátil, pues aunque me esté refiriendo en todo momento a cuentos, en realidad los textos oscilan entre este género, con algunos desenlaces inesperados, sorpresivos, en la mejor línea tradicional, hasta piezas que más bien tienden a la novela corta. En el estilo, se apoya en registros que van de la ironía a la escritura directa y ácida. Y su prosa parece tener como ideal lo que dice del personaje de un relato, también escritor: que lograba convertir la sintaxis en herramienta, y no en incómodo corsé opresor. A pesar de este irreprochable ideario, hoy por hoy, más que por el manejo del idioma, destaca por sus interesantes temas.