Novela

No sólo el fuego

Benjamín Prado

17 octubre, 1999 02:00

Premio Andalucía1999. Alfaguara. Madrid, 1999. 277 páginas, 2.400 pesetas

No sólo el fuego mantiene las mejores cualidades del arte de narrar de Prado, una afortunada mezcla de amenidad argumental y de profundidad temática, un relato ágil que se puebla de ideas muy serias

C ada nueva narración de Benjamín Prado supone un paso adelante en el proceso que va redondeando una obra unitaria, iniciada en 1995 con Raro y que alcanza ya, con No sólo el fuego, su quinto título. Pudiera parecer que, en su conjunto, esa trayectoria está lastrada por una excesiva dispersión, pero, a medida que avanza, se muestra variada y homogénea. Variada porque atiende a estímulos diversos: un testimonialismo cotidiano y un notable culturalismo. También porque mezcla procedimientos poco emparentables, y por sus páginas andan lo mismo Bukowski o Carver que Baroja, el desgarro que la tensión poemática.

Pero hay en Prado una voluntad creadora tan firme que pasa esos múltiples materiales por un cedazo de muy pequeños agujeros para conseguir su mundo propio. Y éste va llegando a medida que decanta las vertientes más discutibles de su escritura. Ya nada queda en él de un primitivo realismo descarnado. Cada vez maneja con mayor ponderación y eficacia su gusto de siempre por enjaretar en el relato opiniones sentenciosas. En fin, su última salida deja en muy oportuno y limitado lugar el peso de la literatura como motor de la vida humana.

Al mismo tiempo, No sólo el fuego mantiene las mejores cualidades del arte de narrar de Prado, una afortunada mezcla de amenidad argumental y de profundidad temática, un relato ágil que se puebla de ideas muy serias y, en suma, una nítida visión de la existencia apoyada en convincentes peripecias de los seres que pueblan la ficción. Por ahí asoma la cualidad homogénea de su narrativa. Toda ella viene a girar sobre destinos inciertos, voluntarismos quiméricos y estrepitosos fracasos. Si ayer, en Alguien se acerca, explicaba este todavía joven autor madrileño el precio que se paga para "convertirse en lo que [se] es", hoy, en su nueva novela, cuenta la paradoja de alguien resignado a "renunciar a lo que no era".

Voluntad y abulia conducen al mismo desastrado final. Tal es el amargo sentido de la realidad que trae este último Prado. Para ello refiere las desavenencias de una pareja, cuya irreductible incomunicación se amplía al ámbito de una familia entera, a los problemas sentimentales de una hija y a la dura experiencia del abuelo que vive con ellos, testigo de la barbarie de la guerra, exilado por América y víctima él mismo de un azar inclemente.

Mientras el matrimonio se despelleja, el abuelo y el nieto se encandilan rememorando las geografías del exilio de aquél, rescatando el mundo clásico e identificando estrellas en el cielo. Estos pasajes -alguno un poco cansino por excederse en la divulgación cultural- quieren abrir una puerta a la idealidad y, en cierta medida, en ellos vemos un refugio frente a un ámbito familiar claustrofóbico. Pero lo que se impone es un microcosmos de rencor, odios, infidelidades, enajenación. Un mapa del engaño y del fracaso dibujado al trasluz de una memoria que agrava la realidad al proyectar sobre el presente las ilusiones perdidas del pasado. Todo ello se resume en un buen hallazgo conceptual y expresivo: los sueños de esa gente se han "transformado nada más que en sueños".
Así de pesimista resulta Prado. Pero el valor de la novela no radica en su dimensión testimonial como retrato destructivo de un paisaje familiar muy fin de siglo, con no ser ello despreciable. Su verdad honda proviene de convertir el documento en imagen cruda mediante unos pocos y certeros recursos. Primero, un estilo expeditivo y conciso. Luego, una imaginación que tiende a explicar la experiencia vulgar a la luz de continuas comparaciones líricas. A ambas técnicas se suma la preferencia por una realidad en sí misma anodina, pero que lleva debajo una carga inmensa de desesperación. El autor transforma en drama -sustancia última de su árida fábula- el poso de crueldad, dolor y desesperanza que hay bajo lo cotidiano; hace una emocionante cartografía de la callada tragedia que alimenta tantas vidas insignificantes.