Novela

Los esforzados

Albert Cohen

2 mayo, 1999 02:00

Traducción de Javier Albiñana. Anagrama. Barcelona, 1999. 267 páginas, 2.300 pesetas

Esta obra es un alarde de mitomanía. Los lectores encontrarán aquí una manifestación, renovada y exótica, de la picaresca más verbosaz

E sta novela de Albert Cohen lleva el mismo título de la tetralogía que vino a cerrar en 1968, el mismo año en que se publicaba la obra más relevante de la serie y de toda la producción de su autor, Bella del Señor. Las otras dos partes de la serie son muy anteriores, Solal de 1930 y Mangeclous de 1938, y pese a la unidad del ciclo, para un escritor judío y sionista como Albert Cohen, nacido en Corfú, criado en Marsella y formado en Ginebra, donde llegaría a ser alto funcionario internacional, el interregno entre los años treinta y los sesenta significa, sobre todo, dos acontecimientos trascendentales que, a pesar de su tono risueño y aparentemente descomprometido, Los Esfor-
zados incluye como una referencia premonitoria: el Holocausto perpetrado por el nacismo y la constitución del Estado de Israel.
Porque esta novela de 1968 está ambientada en marzo y abril de 1935, y después de narrarnos la vida idílica de la familia sefardí de los Solal en una isla mediterránea de nombre Cefalonia, traslada a sus héroes más esforzados al amenazante escenario continental de Roma, París y Londres. Los protagonistas son Saltiel Solal, "ancianillo ingenuo y solemne", Mattathias Solal, alias "Capitán de los Avaros, Viudo por Ahorro o Cuenta de Banco", Michaël Solal, "bondadoso gigante, gran catador de damas", y el más joven, con sus "ingenuos cuarenta años", Salomon Solal, a los que hay que añadir los otros dos personajes que habían dado título a las primeras novelas del ciclo, Solal de Solal, miembro de la rama mayor de la familia que había llegado directamente de España a Cefalonia, a la sazón Subsecretario General de la Sociedad de Naciones en Ginebra y "alter ego" del propio Albert Cohen, y el personaje más rico de todos, Pinhas Solal, de mal nombre Mangeclous, "Comeclavos", en el que se centra asimismo el desarrollo de Los Esforzados.
Comeclavos tiene también su apodo, que justifica sobradamente: es "el Rey de los Mentirosos", condición que acredita por sus hechos y, sobre todo, por su palabras. Porque esta novela de Cohen es, ante todo, un alarde de facundia y mitomanía, por oral y por escrito, que principalmente Comeclavos, pero no sólo él, ejercitan a lo largo de estas páginas que Javier Albiñana ha sabido traducir cabalmente. De no ser así, el mérito mayor del texto de Cohen pasaría desapercibido para los lectores españoles, que por suerte encontrarán aquí una manifestación, renovada y un tanto exótica, de la picaresca más verbosa, la de Alemán y Quevedo, por caso. Comeclavos alimenta sus insaciables ansias de grandeza construyendo con palabras los escenarios de su entronización como rector de la Universidad Superior y Filosófica de Cefalonia, cuyo paraninfo radica en la cocina de su casa, como embajador, lord, vizconde o, incluso, cardenal de la Iglesia romana. La primera ostentación de esta locuacidad ennoblecedora se da en la propia tarjeta de visita que Comeclavos relee al principio de Los Esforzados y ocupa, con su correspondiente posdata, las páginas 12 y 13. Pero la expresión más granada de esta actitud suya está en los escritos que envía al Presidente de la República francesa reclamando para sí la Legión de Honor y, sobre todo, la regocijante misiva a la Reina de Inglaterra de la que espera ser recibido en Buckingham para intimar, así como apoyo para la creación del Estado de Israel en el que confía ser ministro en su calidad de "descendiente de los altivos israelitas de España, espada al cinto, rosa en la boca y finos modales" (pág. 242) en vez de cualquier judío ruso o polaco, nacido en los países fríos, que pronuncie "espantosa-
mente el hebreo".
Pero también detrás de las chocarrerías de Comeclavos alienta la tragedia de su pueblo y se vislumbra la amenaza del Holocausto, en una dualidad que me han hecho pensar en La vida es bella de Roberto Benigni. Cuando los Esforzados debaten sobre el poder del Papa, que les parece inconmensurable porque "manda hasta al general de los jesuitas", Saltiel, en su ingenuidad, se mostrará seguro de que "si Hitler se vuelve peor, verás como nos defiende el señor Papa. Saldrá del Vaticano e irá a Alemania a maldecir a ese malvado" (pág. 187). De todos modos, la veta trágica está cumplidamente desarrollada en la dimensión metanarrativa que Los Esforzados posee, gracias a esporádicas páginas en las que un narrador en primera persona, identificable con el propio Albert Cohen o con su "alter ego", el protagonista de Bella del Señor, hace comentarios acerca del desarrollo del relato y aborda temas que, incluso, lo trascienden. Me refiero, en este orden, a tres grandes temas: la pasión hacia "Aquella a quien dicto", la Bienamada que nos remite a la Ariane de la otra novela de 1968; el recuerdo emocionado hacia la madre muerta, a quien el escritor había dedicado en 1954 uno de sus textos más profundos, Le livre de ma mère; y finalmente, la sombra de Auschwitz del que los Esforzados no podían, en 1935, tener todavía ni el más leve barrunto pero que para el escritor, en 1968, era la pesadilla siempre presente, tan solo adormecida por el júbilo de la libertad en Israel.