Image: Ciudad laberinto
Respira esta ciudad un talante lúdico teñido de buen humor que se manifiesta en las formas con una musicalidad de rimas redondas, juegos de palabras y poemas acertijos.
Una mirada fantasiosa y divertida, de niño, nos descubre los rincones del paisaje urbano y a sus habitantes, desde humanos a ratas, e incluso a los inanimados: buzones, farolas, semáforos y hasta el molesto chicle que se pega a la zapatilla, todos cobran vida. Pero, sin abandonar la ligereza, esa mirada madura se torna reflexiva al detenerse en aspectos menos complacientes como los ruidos, el consumismo, la soledad... asunto de uno de los poemas más interesantes, "El hombre sin nombre", un homenaje al ciudadano anónimo en versos encadenados. El poema de cierre, "¡Clic!", es un broche bien escogido, porque parece que a medianoche la ciudad se apaga, como apretando un botón.