
Alicia Valdes. Foto: Isabel Sangro.
'Política del malestar': un ensayo contra la cancelación del futuro y sobre cómo "organizar" el pesimismo
La virtud del pertinente libro de Alicia Valdés radica en su intento de clarificar la perplejidad que experimentamos ante los desafíos de nuestro tiempo.
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Suele afirmarse que la diferencia entre la política tradicional y la nueva ola “populista” global generalizada radica en que esta reconoce la importancia de los afectos, la movilización no pocas veces demagógica de las pasiones y la necesidad de los símbolos, mientras que la izquierda de clase y la derecha liberal buscan interpelar desde discursos más “racionales”.
Sin embargo, ¿no se necesita también una discriminación entre las diferentes pasiones políticas? ¿No estamos viviendo un “momento populista” ambivalente, una doble posibilidad que parece inclinarse cada vez más, como revela la reciente toma de posesión de Trump, hacia una forma esencialista, xenófoba, cínica y desinhibida de ejercer el poder?
La principal virtud de este pertinente ensayo de Alicia Valdés (Madrid, 1992) radica en su intento de clarificar la creciente perplejidad que experimentamos ante los desafíos de nuestro tiempo. Pareciera que nuestra época, aquejada de lo que podríamos denominar una situación de “polimalestar” –ecológica, social, política, cultural, migratoria–, no solo es incapaz de afrontar sus crisis, sino que está cada vez más desorientada por sus bloqueos a la hora de entender lo que está en crisis.
El tono de época que el negacionismo está imponiendo a nuestros debates, ¿no indicaría que padecemos un doble malestar derivado de nuestra forma de renegación de lo que está en crisis? No solo, por ejemplo, no “salimos mejores” de la pandemia, sino que parece que tampoco hemos sabido extraer lecciones de ella. Esto también explicaría nuestra sensación de regresión, de reversibilidad de conquistas que parecían haber llegado para quedarse.
Valdés, politóloga y buena conocedora del psicoanálisis y los debates filosóficos actuales más sugerentesasume el difícil reto de clarificar este espinoso campo de batalla sin caer en respuestas simples. Es precisamente la óptica psicoanalítica la que le permite diseccionar nuestros problemas huyendo de la habitual superioridad moral con la que choca no pocas veces la operación crítica. ¿Cómo plantear un diagnóstico de nuestras patologías sociales evitando tanto la condescendencia con el objeto como la habitual prepotencia de la autoridad crítica respecto a lo criticado?
La forma en la que Valdés afronta esta cuestión aquí es digna de ser discutida, pues también introduce en su análisis un sesgo explícito de género –la teoría feminista– que arroja luz sobre muchas de nuestras perplejidades teóricas y políticas.
Valdés no se limita al análisis del presente, sino que plantea propuestas concretas para “organizar el pesimismo”
¿Qué es lo que hace posible que una forma racista o nacionalista de exclusión haya terminado sustituyendo a una división social basada en la gramática de intereses de clase? Y en este sentido, ¿cómo la negatividad y el discurso de confrontación de clase se desplaza hacia una ira o un resentimiento orientados a la búsqueda imaginaria de chivos expiatorios?
Es reseñable, además, que Valdés no se limite al análisis del presente, sino que se atreva a plantear algunas propuestas concretas para “organizar el pesimismo”, como reivindicaba Walter Benjamin, y abrir escenarios posibles de futuro. Ciertamente, no son propuestas realistas, pero bajo este punto de vista, la teoría aquí no puede dejar de reconocer su obligación de conectar e insertarse en los deseos potenciales que subyacen en la lógica social.
Unos deseos que, sin embargo, solo reclaman visibilidad bajo las formas empobrecidas del hedonismo superficial consumista, la obsesión por la conexión inmediata y la ansiedad de una incesante huida hacia delante.