Image: Cuadernos negros (1938-1939)

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Ensayo

Cuadernos negros (1938-1939)

Martin Heidegger

19 mayo, 2017 02:00

Conforme la frustración de sus expectativas se acentuaba, el pensador se refugió en el declive de Occidente

Traducción de Alberto Ciria. Trotta. Madrid, 2017. 384 páginas, 25€.Heidegger y los judíos. Donatella di Cesare. Traducción de Francisco Amella. Gedisa. Barcelona, 2017. 384 páginas, 26'90€

Que Martin Heidegger (Messkirch,1889-Friburgo, 1976), uno de los más grandes pensadores del siglo veinte, colaboró activamente con el movimiento nacionalsocialista alemán desde su designación como rector de la Universidad de Friburgo en 1933; que, tras renunciar al cargo un año más tarde, por desavenencias con las autoridades nazis, siguió afiliado al partido; y que, después de la Segunda Guerra Mundial, una vez depurado por las autoridades aliadas y destituido de su cátedra, jamás pronunció, pese a la insistente demanda de intelectuales cercanos a él como Karl Jaspers, Karl Löwith o Paul Celan, ni una sola palabra de arrepentimiento por su compromiso político ni de condena por el Holocausto, es algo bien sabido.

Antes incluso de que el destemplado libro de Víctor Farías, Heidegger y el nazismo, tachase toda la obra del filósofo de "nazifascista" (sic) y suscitara una intensa polémica a finales de los años ochenta del siglo pasado, se conocían ya documentos históricos esenciales al respecto. Luego, con trabajos como los de Hugo Ott, Martin Heidegger: en camino hacia su biografía (1992) o Emmanuel Faye, Heidegger, la introducción del nazismo en la filosofía (2005), las revisiones condenatorias del "caso Heidegger" no han hecho sino sucederse.

El adelanto del plan diseñado por el filósofo de publicar sus cuadernos de apuntes sólo al término de la edición de sus obras completas ha reabierto ahora el debate. Desde 2014 han aparecido en Alemania cuatro de los nueve tomos previstos, unas mil páginas de anotaciones, que van de 1931 a 1948. En España acaba de publicarse -pulcramente traducido por Alberto Ciria- el segundo volumen, correspondiente a los años 1938-39.

Lo que estos

Lo que estos Cuadernos negros aportan es el testimonio más íntimo del propio Heidegger, consideraciones donde sus ideas fundamentales se conectan con comentarios sobre el curso de los acontecimientos, permitiendo arrojar nueva luz sobre el tema que para muchos resulta crucial, el grado de conexión entre su pensamiento y su filiación nazi. Una mirada menos entregada al sensacionalismo descubrirá, además, que la manera en que ese nexo entre pensamiento y circunstancias históricas se anuda en la mayoría de los textos recogidos en este segundo volumen involucra otros muchos aspectos de mayor enjundia teórica.

Ahí Heidegger da nuevos matices a su diálogo con figuras cruciales para el giro de su trayectoria intelectual posterior a Ser y Tiempo, como Nietzsche o Hölderlin, y extrema su valoración negativa de la Modernidad al analizar fenómenos como la masificación y la metrópoli, la prensa y el opinar uniformado, la política cultural del momento y la conversión institucional del arte en fiesta pseudoreligiosa, o todo aquello que resume bajo el rótulo de historicismo. De hecho, sólo explorando a fondo este intenso rechazo heideggeriano de lo moderno pueden situarse en un contexto adecuado de comprensión sus invectivas sobre "esa falta de mundo que es propia del judaísmo".

En su estudio Heidegger y los judíos, original de 2014, Donatella Di Cesare (Roma, 1956), miembro del comité científico del Museo del Holocausto y vicepresidenta de la Heidegger-Gesellschaft hasta la publicación de este libro, añade un grado más de intensidad al juicio condenatorio, rastreando en el conjunto de los Cuadernos negros las huellas de un antisemitismo en Heidegger que, no pudiendo demostrarse biológico, racial, ella tilda de "metafísico".

Desde luego, aquí se trata de otra cosa: de una concepción mixtificada de la misión histórica del pueblo alemán, que llevó a Heidegger a asociar su pensamiento del olvido del ser y la total manipulación del ente con términos habituales de la retórica nazi como el de "judaísmo mundial". Sin duda, hubo pocos escrúpulos y bastante oportunismo en su actitud. Pero sobre todo hubo ciega convicción.

Fue uno más de esos académicos jóvenes analizados por Christian Ingrao en su reciente Creer y destruir. Los intelectuales en la máquina de guerra de las SS, pertenecientes a una generación que creció en la Alemania derrotada, que mezcló fervor nacionalista y sentimiento de desquite hasta localizar un chivo expiatorio para todos los males de la patria. Partícipe de prejuicios antisemitas, Heidegger equiparaba el presunto carácter calculador del judío con aquel trato cosificador del mundo denunciado por él como inherente a la modernidad.

Bien es verdad que tampoco dejó fuera de esta funesta deriva histórica al resto de figuras ideológicas del momento: americanismo, bolchevismo, cristianismo, humanismo. Finalmente acabó consignando ahí al propio nazismo, dato éste mucho menos comentado por sus severos exégetas.

En efecto: conforme la frustración de sus expectativas en una genuina revolución que lo cambiase todo se fue acentuando, Heidegger se refugió en un discurso críptico sobre el declive de Occidente, que le ayudó a difuminar el rastro de aquella enojosa liaison entre la cuestión judía y la cuestión del ser. Ahora bien, identificar el conjunto de su pensamiento con un antisemitismo metafísico -y, de paso, componer una historia del anti-judaísmo alemán que sospecha por igual de Kant, Hegel o Nietzsche como precursores del Mein Kampf, según hace Di Cesare en su libro- resulta tan simplificador como lo que planteó Heidegger al igualar el horror de la fabricación de cadáveres en las cámaras de gas con cualquier producción mecanizada de objetos propia del desolado mundo técnico moderno.

Es verdad que en la fabricación industrial actual podemos comprobar hasta qué punto la inclusión de contaminantes y sustancias nocivas para la salud por meros motivos de rendimiento económico muestra rasgos de eso inquietante a lo que aludía Heidegger. Aun así, semejante igualación, que desprecia las diferencias en este plano como meras variaciones insustanciales de un litigio epocal jugado en una esfera más alta y esencial, es lo verdaderamente cuestionable en un pensador que quiso esclarecer la diferencia entre ser y ente. Y ello al margen de cuantos reproches quiera hacerse al hombre por su actuación en aquellos tiempos sombríos.