Image: Leningrado. Asedio y sinfonía

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Ensayo

Leningrado. Asedio y sinfonía

Bryan Moynahan

8 enero, 2016 01:00

La sinfonía n°7 representa a una ciudad que se negó a morir. Deutsche Fothotek

Traducción de Alejandro Pradera. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015. 512 páginas, 16€

El 1 de mayo de 1945, Iósif Stalin proclamó a Leningrado "ciudad heroica" por la valentía que demostró durante la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, es apropiado que el verdadero héroe de la a menudo desgarradora Leningrado. Asedio y sinfonía, de Brian Moynahan, sea la ciudad misma y no Dimitri Shostakóvich, quien, durante la contienda, compuso su Sinfonía número 7 "Leningrado" en su honor.

Los alemanes llegaron a la periferia de Leningrado, hoy San Petersburgo, tan solo unas semanas después de invadir la Unión Soviética, el 22 de junio de 1941. A principios de septiembre habían asfixiado a la ciudad hasta tal punto que los soviéticos solo podían hacerle llegar los suministros en barco por el lago Ladoga y, cuando el agua se heló, con camiones sobre el hielo. Moynahan relata con implacable detalle la espiral descendente de la ciudad camino de la inanición.

Cuando los alemanes se retiraron en 1944, el hambre había matado a unas 800.000 personas. Las que sobrevivieron lo hicieron a base de raciones ínfimas compuestas por 125 gramos de pan diarios. La gente comía gatos, perros y serrín. Se difundieron rumores que hablaban de canibalismo. Con temperaturas inferiores a 20 grados bajo cero, se dejaba que los cadáveres se congelasen en la nieve. Un superviviente recordaba cómo se quedó atrapado en su casa por el peso de un cuerpo que presionaba contra la puerta.

Moynahan, ex corresponsal en el extranjero del londinense The Sunday Times y autor de varios libros sobre Historia de Rusia, ha compuesto su relato en gran medida a partir de fuentes publicadas. Igual que una cámara cinematográfica, acerca o aleja la imagen de los civiles asediados, de las tropas sufriendo el frío penetrante en los límites de la ciudad y de los esfuerzos simultáneos de Shostakóvich por traducir a música estas experiencias desde la seguridad relativa de su refugio en Kuybyshev, hoy Samara. Este enfoque desde una perspectiva múltiple resulta en un relato apasionante, aunque en ocasiones da lugar a equivalencias históricas: "Lo que ahora los hitlerianos atacaban salvajemente, Stalin ya lo había malherido". Si bien comparar el asedio de Hitler con las purgas de Stalin permite al autor presentar las dos caras del debate sobre qué sistema totalitario tenía Shostakóvich en mente cuando compuso la sinfonía, acaba por desdibujar las especificidades de esa década sangrienta.

La sinfonía nunca queda lejos del relato de Moyhadan, que empieza y termina con impresionantes descripciones de su casi milagrosa interpretación en Leningrado en agosto de 1942. Con alrededor de 80 minutos de duración, esta obra monumental es conocida sobre todo por el tema de la "invasión" del primer movimiento, que comienza de puntillas, como si se oyese en la distancia, para luego ir ganando intensidad mediante la repetición hasta alcanzar el clímax. Shostakóvich la escribió para una gran orquesta en un momento en que pocos músicos en Leningrado tenían fuerza para levantar los brazos o llenar de aire sus pulmones. "El primer violín está agonizando, el tambor murió de camino al trabajo, y la trompa está a las puertas de la muerte", decía un funcionario de la radio. En parte tenía razón: el director de orquesta salvó al percusionista moribundo aumentando sus raciones después de descubrir que todavía podía mover los dedos. Cuando la sinfonía se estrenó por fin entre lágrimas y elogios en el auditorio de Leningrado, uno de los asistentes al concierto apenas podía reconocer a los músicos: "Parecían imágenes de antiguos iconos, con la piel como pergamino y los pómulos salientes, pero los ojos brillantes, encendidos por la creatividad interior".

Pocas ideas son más alentadoras que el triunfo del arte sobre la barbarie, pero, cuando se está relatando cómo una pieza musical llegó a encarnar ese mensaje, puede ser útil mantener cierta distancia analítica. Moynahan, sin embargo, socava esta distancia al hacerse eco del tono emotivo de las memorias que utiliza para construir su historia. La fidelidad del lector también se pone a prueba con la repetición de citas y la frecuente transcripción errónea de palabras y nombres rusos. Son fallos que desvían la atención, puesto que, en su mayor parte, Leningrado. Asedio y sinfonía, recupera vívidamente una ciudad heroica que se negó a morir.