Image: Cynthia Ozick ante el daimon de Harold Bloom

Image: Cynthia Ozick ante el daimon de Harold Bloom

Ensayo

Cynthia Ozick ante el 'daimon' de Harold Bloom

Cynthia Ozick, una de las grandes narradoras estadounidenses de los últimos cincuenta años, es además una perspicaz crítica literaria que afronta desde el rigor, el conocimiento y la admiración 'El daimon sabe', el último libro del genio del canon Harold Bloom.

19 junio, 2015 02:00

Harold Bloom. Foto: Domènec Umbert

Este mundo redondo, húmedo, ventoso, nació entre contrarios: Apolo y Dioniso, el talmudista y el cabalista, la sobriedad del exégeta y el arrebato del éxtasis. Harold Bloom (Nueva York, 1930), que domina nuestro universo literario como un coloso obstinadamente idiosincrático, pertenece al bando del arrebato. Él no es Whitman ni Melville; tampoco Emily Dickinson, Robert Frost o Wallace Stevens. Sin embargo, a veces parece de la talla de cualquiera de ellos, tan vital es su presencia. Si, como afirma Emerson, la verdadera nave es su constructor, ¿entonces el verdadero poema es el crítico que lo cartografía, lo disecciona y lo habita? ¿Pueden el poeta y el crítico ser videntes por igual?

Lea a Bloom y es posible que acabe pensando que es así. “Whitman -escribe- me desborda, me posee como solo algunos más (Dante, Shakespeare, Milton); inunda mi ser. ... Sin visión, la crítica perece”. Y también: “La verdadera crítica se reconoce a sí misma como una forma de memoria”. Por último, afirma con énfasis: “Creo que, para la crítica, no hay más método que uno mismo”. A través de esta clase de embriagadoras reflexiones es como Bloom ha llegado a su formulación de lo sublime estadounidense en El daimon sabe (Random House, 2015. 524 pp., 35 $), y de allí a su revelación del daimon, el bosón de Higgs de lo sublime. El seductor daimon de Bloom se puede interpretar como el dios interior; el progenitor de las exaltaciones de la apoteosis, el chamanismo, el gnosticismo, el orfismo, el hermetismo, y, más cerca de nosotros, la “autosuficiencia” de Emerson. Se manifiesta a través de la voz de los poetas y en los cantos de los tejedores de cuentos que, como Melville y Faulkner, están emparentados con los poetas.

Pero ¿qué es lo que sabe el daimon? Se supone que entendemos que el daimon es la encarnación de una intuición que trasciende la percepción consciente ordinaria, y que este conocimiento radica en el resplandeciente halo de emoción que emana del lenguaje de la poesía. “Formular la pregunta sobre el daimon es buscar el origen de la inspiración”, afirma Bloom, y su propósito didáctico es plantear esa pregunta en las lecturas atentas de doce autores poseídos por el daimon a los que interroga por parejas: Whitman con Melville, Emerson con Dickinson, Hawthorne con Henry James, Mark Twain con Frost, Stevens con T.S. Eliot, Faulkner con Hart Crane. Podría haber elegido otros, nos dice, pero “estos representan nuestro incesante esfuerzo por trascender lo humano sin renunciar al humanismo”.

Para Bloom, la inspiración tiene un origen doble: el daimon que la inflama desde el interior y la fuerza genealógica que la busca desde el exterior. Hace tiempo que el autor utiliza la infusión de linajes de precursores literarios como hilo conductor, desde la implosión académica de La ansiedad de la influencia hace más de 40 años hasta la más reciente Anatomía de la influencia. En la siguiente cita invoca la primacía de Emerson como ancestro germinador: “Para mí, Emerson es la fuente de la voluntad estadounidense de conocer el yo y su afán de sublimidad. Los poetas estadounidenses que más (me) interesan son todos emersionanos: Walt Whitman, Emily Dickinson, Frost, Wallace Stevens, Hart Crane, Ashbery [...]. Nuestros mayores creadores de prosa de ficción no han sido emersonianos, pero los protagonistas de Hawthorne, Melville y Henry James a menudo escapan a nuestra comprensión si no contemplamos a Herter Prynne, el capitán Ahab e Israel Archer como buscadores autosuficientes”.

Aunque los convincentes árboles genealógicos de Bloom tienen múltiples ramas, el poder de los influyentes predecesores es diferente de la posesión del daimon. Según el crítico, este último -“pura energía, sin moralidad”- es, con mucho, afinidad intrínseca antes que temática. Por muy agresivamente que sus pasiones invadan, no es Withman solo quien da a luz a Melville, o Emerson a Dickinson, o Hawthorne a James, o Mark Twain a Frost. Y, desde luego, no es el morboso Faulkner quien rivaliza por sus propios medios con la arcilla que se convertiría en Hart Crane. El legado literario es la mitad; el resto es el daimon. “Moby Dick -resume Bloom- está en el centro de esta escritura herética estadounidense, nuestra veneración de la divinidad interior, que se sirve pragmáticamente del daimon que sabe cómo hacerlo”. Pero aún hay otra demostración práctica que tiene que ser estimulada y elaborada. “El daimon de Hart Crane -añade- sabe cómo hacerlo y crea una épica de odas, y anhelos celestiales pindáricos sin precedentes”.

Sin precedentes: en el esquema de Bloom, ésta es sin duda la primera clave de la magia del daimon. La autoría del tema, el tono y la voz puede tener ancestros; lo que llamamos inspiración no los tiene. Volviendo a una de sus dos piedras de toque dominantes (la otra es Whitman), Bloom cita a Emerson: “Con mucho, la parte mejor de cada mente no es aquella que él conoce, sino la que flota delante de él en los destellos, en las sugestiones, atormentándole sin llegar a ser poseída”. Así, cuando Bloom nos dice que no puede haber otro método para la crítica que el propio crítico -refiriéndose a él mismo-, no nos lo deberíamos tomar como una hipérbole jactanciosa. Con Emerson, pretende abrir lo no poseído y poseerlo, y conducir al lector a que también lo posea: un principio de la crítica enraizado en la abundancia y la generosidad.

En este sentido, los pasajes ilustrativos que Bloom selecciona entre la obra de sus 12 reverenciados autores son algo más que una cata de vinos concentrada; son bibliotecas en miniatura. En su disertación sobre James, brinda escenas completas de Retrato de una dama, Bostonianas, Las alas de la paloma y La esquina alegre. Y al pasar de Hawthorn a James, no deja nada ni a nadie sin conectar. En opinión de Bloom, Moby Dick concuerda con Huck Finn, y Emily Dickinson con Shakespeare, mientras que Whitman subyace, o agita, a Stevens, Hart Crane, y, sorprendentemente, T.S. Eliot.

De todos los emparejamientos de Bloom, Stevens y Eliot es el más singular y el más excéntrico. A pesar del inesperado vínculo común con Whitman, la yuxtaposición es desconcertante. La veneración de Bloom por Stevens, en ocasiones “conmovido al borde de las lágrimas”, no escatima alabanzas. “De principio a fin, su obra es una letanía solar -confiesa. Stevens me ha ayudado a vivir”. Sin embargo, al mismo tiempo, expresa incluso con enojo, su rechazo hacia Eliot, en parte como repudio de “su virulento antisemitismo en la época de los campos de la muerte de Hitler”, pero también por su clericalismo y “su dogmatismo, su aversión a las mujeres, su devaluación de la existencia humana común”. A Ezra Pound lo despacha en la misma línea despectiva. En ningún otro lugar de este libro se puede encontrar un tono parecido de ira y de repulsa. Ni siquiera en la controversia con lo que él apoda con fanatismo “escuela del resentimiento” (la politización de los estudios literarios) es tan vehemente.

Con todo, las revelaciones emotivas no son ajenas a su temperamento crítico. Al fin y al cabo, ya nos ha dicho que la crítica es una forma de memoria. “Soy un crítico literario que experimenta y personaliza”, explica, y “que, sin duda, suscita enemistad, pero sigo creyendo que los poemas solo importan si nosotros importamos”. De este credo mana una intimidad confiada: “El oscuro ser al que podría llamar el daimon de Bloom ha sabido cómo hacerlo, y yo no. Su verdadero nombre no lo puedo descubrir, pero le estoy agradecido por dar las clases, escribir los libros [...] y alimentar las ficciones de continuidad que sostienen el año 85 de mi vida”. Un conmovedor recordatorio de la naturaleza de la cotidianeidad humana, sus éxitos y sus pérdidas, él mismo vida mortal enmarañada que late sin cesar en el mundo diurno de la realidad. ¿Pero es eso lo que las 12 eminencias de Bloom han enseñado sobre el propósito del daimon, la exaltada criatura de “energía pura, sin moralidad”? ¿El daimon que es trance, que es la blancura mística de la ballena blanca, que es arpa y altar del puente de Hart Crane, y que únicamente penetra en los videntes y en los poetas? ¿Es posible que el amante del daimon que es Bloom albergue al daimon en sí mismo? O, en otras palabras, ¿le está permitido al profesor de poesía vestir el manto del poeta?

En fin, da igual, al menos mientras el cautivador libro de Bloom resplandezca entre sus manos. El daimon sabe, y Bloom sabe también, que en el Edén, donde nacieron el decreto moral y la acción moderada, nunca hubo un poeta.