Image: Andar. Una filosofía

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Ensayo

Andar. Una filosofía

Frederic Gros

30 enero, 2015 01:00

Frederic Gros. Foto: J. M. Balielles

"Sólo tienen valor los pensamientos que nos vienen mientras andamos", escribía ese gran andarín que fue Nietzsche, siempre alerta contra los pensadores sedentarios y su tendencia a pensar sentados en la silla. Siguiendo esta idea existe, sobre todo en la literatura y pensamiento norteamericanos, una preocupación vitalista por el camino y un modelo experimental cifrado en las demoras del viaje que determina un singular pulso de escritura y reflexión.

En esa medida, Andar. Una filosofía representa toda una auténtica apología del deambular, de esa desorientación tan fructífera que tan a menudo, a causa del régimen especial de atención que genera, crea los únicos espacios posibles de nuestra libertad y de nuestra mejor reflexión.

Aquí no es sólo buen caminante ese viajero que, según Baudelaire, trata de "partir por partir". Bajo la imagen del andar, Frédéric Gros (Saint-Cyr-l'Ecole,Yvelines, 1965) desgrana todo un elogioso programa de vida -y de escritura- atento de otra forma, de una mejor forma, a la realidad. Como si su empeño no fuera otro que el de cultivar la intensidad vital del pasear en los espacios anodinos de la grandes urbes y el apelotonamiento histérico de nuestras ventanas electrónicas.

Experto en psiquiatría, filosofía del derecho y especialista en Michel Foucault -autor que sobrevuela no pocas veces el texto-, Fréderic Gros ha escrito, siguiendo el pulso nietzscheano, un precioso y luminoso ensayo sobre el andar en el que analiza las ideas de pensadores como Emmanuel Kant, Henry David Thoreau, Walter Benjamin y Jean Jacques Rousseau desde su forma de caminar. Para todos ellos el arte de andar nada tenía que ver con una actividad deportiva orientada a consumir calorías o un paseo turístico. Si salían con sus cuadernos y sus lápices era para encontrar nuevas ideas. Su soledad en esos parajes era condición de posibilidad para crear.

Gros propone no solo una reivindicación del placer del paseo, sino una aproximación al paseo como arte filosófico, como técnica de vida. "Para ir más despacio no se ha encontrado nada mejor que andar. [...] ¿Quieren ir más rápido? Entonces no caminen, hagan otra cosa: rueden, deslícense, vuelen. No caminen. Caminando solo una hazaña importa: la intensidad del cielo, la belleza de los paisajes. Andar no es un deporte". Lo que trata de indicarnos el ensayo es que, mientras las "carreteras" de la vida de algún modo carecen de sentido en sí mismas, no son más que "lugares de paso" -su carácter es instrumental: lo que importa es la meta-, cada momento del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita seductoramente a una experiencia de sentido más plena. Por eso si a algo apunta este bello tratado es a la preocupación por ese tiempo de vida secuestrado por el mundo contemporáneo.

He aquí también el filo de su sugerente apuesta ético-política: en nuestras experiencias apenas podemos permitirnos el lujo de vivir en el presente. Por eso no se entiende esta exaltación del caminar y de los espacios abiertos sin este elogio creativo de la ociosidad y su correspondiente crítica al nuevo puritanismo del emprendedor, tan interesado por la planificación del tiempo y las instituciones cerradas.

Si hoy, para muchos, caminar se ha convertido en lo más opuesto al placer, ¿no es porque espontáneamente tendemos a comparar el placer con la excitación de la novedad? Andando, en cambio, uno descubre una dimensión de la existencia que está prácticamente marginada: la lentitud, la presencia física.

El andar, pues, como experiencia intensa de vida. Tiempo pleno donde la construcción de la subjetividad se labra a golpes de una desorientación gozosa, libre, salvaje; donde el yo, libre de todo proyecto, se convierte en vagabundeo y en mirada inocente y perpleja ante todo sedentarismo. ¿Simple huida romántica on the road o simple regresión ecologista?

Frédéric Gros apunta, sin duda, a una experiencia más fundamental: "Caminando se escapa a la idea misma de identidad, a la tentación de ser alguien, de tener un nombres y una historia. Ser alguien está bien en las veladas mundanas en las que cada uno habla de sí mismo o en la consulta del psicólogo. Pero ser alguien ¿no es una vez más una obligación social que encadena, una ficción estúpida que pesa sobre nuestros hombros?".

Elogio del caminar

Pareja de baile obligada del Andar de Frédéric Gross es este Elogio del caminar, un pequeño y delicioso ensayo ya clásico del antropólogo francés David Le Breton, inencontable en español y que ahora reedita oportunamente Siruela. En sus páginas, y tras una acertada distinción entre el caminante y el paseante, Le Breton traza un mapa de las rutas de la evasión literaria, de los surcos que otros trazaron en sus libros: Pierre Sansot, Patrick Leight, Basho o Stevenson... Porque toda literatura es un viaje, y todo caminar incita de alguna forma al hecho literario, concentra nuestras emociones, orea las reflexiones, prepara, en definitiva, una excelente rampa de despegue a las palabras que luego el papel acogerá. Gross hilvana aquí una poética vindicación del espíritu andariego que se lee como se respira y que nos hace ponernos en marcha.