Image: Bosquejos de infancia y adolescencia

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Ensayo

Bosquejos de infancia y adolescencia

Thomas de Quincey

21 septiembre, 2012 02:00

Thomas de Quincey, por Sir John Watson-Gordon (1865)

Traducción de Andrés Barba. Sexto Piso. Madrid, 2012. 333 páginas. 23 euros.


La mayor parte de la obra de Thomas de Quincey (1785-1859) se publicó en periódicos y revistas. En eso, como en otras cosas, fue más un hombre del siglo XVIII que del XIX. Y lo que quizá iguala su empeño al de otros grandes escritores de su tiempo fue la conciencia de que toda esta literatura dispersa obedecía a un impulso unitario, similar al que dictó las obras de sus admirados poetas "lakistas". Fue esta conciencia de designio unitario la que le llevó, poco antes de su muerte, a revisar sus escritos autobiográficos -pues no otra cosa que una monumental autobiografía, vital e intelectual, es el conjunto de su obra- y a ordenarlos cronológicamente, en lo que había de constituir el tomo primero de sus Obras Completas. A las muy conocidas Confesiones de un opiómano inglés y su continuación, Suspiria de Profundis, seguidos de sus imprescindibles Recuerdos de los poetas lakistas, debía preceder, pues, la colección de escritos dispersos que el autor dedicó a sus primeros años, revisados y ordenados para la ocasión, y que son el contenido de estos Bosquejos.

Después de las desgarradoras Confesiones a las que el autor debe su fama, puede decirse que éste no pudo retrotraerse a la confortable discreción en la que transcurre la mayor parte de la literatura autobiográfica anglosajona. Y aunque es evidente que De Quincey intenta reivindicar para sí, en muchas de estas páginas, los beneficios de la buena crianza, de una esmerada educación y de inmejorables amistades y contactos, así como de una precoz iniciación a la vida social e intelectual, no puede evitar que se manifieste en ellas, como ineludible marca personal, el relato de una primera juventud lastrada por la soledad, la cercanía de la muerte y la conciencia de una cierta singularidad de destino. La tendencia a la ensoñación, nos explica, no fue sólo consecuencia de la adicción al opio, sino una característica de su personalidad, manifiesta ya en la infancia. Y la ensoñación es, en forma de expectativas que no siempre se cumplen, el método predominante en estos escritos.

Que no son, no obstante, todo lo sombríos que cabría esperar de semejantes antecedentes. Muestra De Quincey un excelente pulso narrativo, que le impide demorarse más de lo necesario en la reflexión dolorosa, para arrastrar al lector a vivísimas evocaciones de, por ejemplo, una sostenida pedrea con unos chicos vecinos, o un viaje a Irlanda, o una primera impresión de Londres que no es inferior, en finura perceptiva y poder de evocación, a las grandes estampas urbanas de Baudelaire -que tanto admiró al británico- o de su alma gemela, Edgar Allan Poe. Son estos "bosquejos" también, como su nombre indica, un semillero de ideas, que lo mismo incluyen, como el ya mencionado relato del viaje a Irlanda, el germen de un agudo ensayo político sobre las problemáticas relaciones de Inglaterra con su entonces sometida isla vecina, que el esbozo de una novela de aventuras, como la que nos ofrecen las páginas dedicadas a las desdichas de "Pink", el hermano menor del autor, que huyó de las manos de un preceptor cruel para enrolarse en un barco mercante, vivir durante años como piloto de un barco pirata y terminar sus días en la marina de guerra.

El propio De Quincey, como "Pink", debe el inicio de su aventura más divulgada, la que lo condujo a la adicción al opio, a otro desencuentro entre sus altas aspiraciones y la sucesión de mediocres escuelas a la que parecían condenarlo las decisiones de sus tutores. Atraído por la misma vocación de apartamiento que su admirado Wordsworth, dudó entre una romántica escapada al Distrito de los Lagos o una vida retirada en Gales. Pero cedió a la magnética atracción de Londres, magistralmente descrita en estas páginas. El resto es historia conocida.