Ensayo

No tengo enemigos, no conozco el odio

Liu Xiaobo

4 noviembre, 2011 01:00

Liu Xiaobo, premio Nobel de la Paz en 2010, fue el gran ausente de la ceremonia de entrega

Traducción: Juan T. Ruiz. RBA. 334 pp., 29'90 e.

En 2010 le fue concedido el Nobel de la Paz al escritor chino Liu Xiaobo (1955), defensor de los derechos humanos y de la democratización de su país. No pudo recogerlo, porque desde meses atrás estaba cumplía en China, una sentencia de 11 años por incitación a la subversión, pero en Oslo se leyó el texto que había pronunciado en su juicio, del que proceden las palabras que dan título al libro: No tengo enemigos, no conozco el odio. Es el tercer caso en que el Nobel de la Paz ha sido concedido a una persona encarcelada, tras el pacifista alemán Carl von Ossietzki, en 1935, y la dirigente de la oposición birmana Aung San Suu Ki, en 1991. La dictadura china lo tomó como un insulto, silenció el premio en los medios de su país y movió su influencia para que catorce países declinaran la invitación al acto de entrega del Nobel. El resultado es que Liu Xaobo se ha convertido en una figura de renombre universal y en un permanente recuerdo de la cerrazón dictatorial de los dirigentes comunistas chinos. El gran ejemplo de valor cívico que ha dado estriba en que prefirió permanecer en su país, donde no se le permitía publicar, se le acosaba y ha sido injustamente encarcelado, a gozar de un cómodo exilio.

No tengo enemigos, no conozco el odio es una antología que incluye ensayos, algunos poemas y varios documentos, incluida la Carta 08, que, coincidiendo con el centenario de la primera Constitución china y el 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, suscribieron 300 ciudadanos chinos. Este documento, que recuerda la Carta 77 firmada por Vaclav Havel y otros opositores checoslovacos más de 30 años antes, reclama la reforma constitucional, la separación de poderes, la democracia legislativa, la independencia judicial, el control público de las instituciones, la garantía de los derechos humanos, la igualdad entre el campo y la ciudad, las libertades de asociación, reunión, expresión y culto, la educación cívica, la protección de la propiedad, la seguridad social, la protección medioambiental y la rectificación por la verdad, es decir la compensación de los injustamente perseguidos y el análisis de la memoria histórica como base para la reconciliación. Todo parece indicar que el papel de Liu en la promoción de esta carta ha sido un factor decisivo para su condena.

Es posible, incluso probable, que dentro de algunos años, se recuerde la Carta 08 como un paso importante en el camino de China hacia la libertad, de la misma manera que hoy se considera la Carta 77 como un precedente de la revolución de terciopelo que 22 años después acabo con la dictadura comunista checoslovaca. Sin embargo, la impresión que produce la lectura de los ensayos de Li no es la de una amplia movilización popular por las libertades, sino de una sociedad que, a cambio de un innegable progreso material, renuncia a enfrentarse a la injusticia.

En este sentido, uno de sus ensayos más interesantes es el que analiza "el paisaje espiritual de la era postotalitaria", es decir la moral pública de la China posmaoísta, cuya principal característica sería el cinismo. Los viejos ideales comunistas se han desvanecido; la gente, incluidos altos cargos, critica en privado al partido, pero en público se mantiene la lealtad, requisito indispensable para hacer carrera, que es lo que importa. El cinismo predomina entre los jóvenes, con el resultado de que más del 60% de los estudiantes universitarios desean ingresar en el partido. Sin embargo, se producen manifestaciones contra las injusticias más flagrantes, que internet contribuye a difundir. El nacionalismo está por otra parte en alza y los jóvenes se muestran siempre dispuestos a denunciar a Estados Unidos, Japón y Taiwan, aunque al mismo tiempo ansíen la oportunidad de ir a estudiar a Boston.