Ensayo

Vida imperial en la Ciudad Esmeralda

Rajiv Chandrasekaran

27 marzo, 2008 01:00

Trad. Josep Sarret. RBA, 2008. 368 páginas, 21 euros

Si desea saber por qué la ocupación estadounidense de Iraq ha sido un desastre, este es su libro: un brillante, deprimente y devastador análisis de lo que sucedió en la Zona Verde, hoy rebautizada Zona Internacional, de Bagdad desde la invasión, en marzo de 2003, hasta el final de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC), en julio de 2004.

"El Ejército estadounidense encontró un pueblo contento por ser liberado de su tirano, dispuesto a ayudar en la reconstrucción de su país y esperanzado en recuperar la seguridad perdida", reconoce su autor, Rajiv Chandrasekaran, jefe de la delegación del Washington Post en Bagdad entre 2002 y 2004, y actual director adjunto del diario. La APC desperdició todo esa buena voluntad invirtiendo poco y mal, desoyendo o ignorando lo que deseaban y necesitaban los iraquíes, y dejando la responsabilidad en manos de los más leales a Bush, no de los más capaces, seleccionados por una oficina del Pentágono dirigida por el neocon Doug Feith, a las órdenes directas de Paul Wolfowitz. Aunque parte del trabajo se ha publicado en el periódico, la mayor parte del relato se basa en más de cien entrevistas originales realizadas expresamente para el libro entre 2004 y el verano de 2006, cuando se publicó la primera edición en inglés.

"Los iraquíes necesitaban ayuda -consejos y recursos- de un cuerpo bien intencionado [...] y no una ocupación en toda regla con los norteamericanos imperiales enclaustrados en el palacio del tirano, comiendo beicon y bebiendo cerveza, rodeados de gurkhas y de muros a prueba de bomba", concluye el autor sus casi 350 páginas, divididas en dieciséis capítulos a los que dan paso escenas tragicómicas de uno o dos folios típicas de los mejores testigos directos.

Jay Hallen, recién graduado de veinticuatro años, se encargó de reabrir la Bolsa de Bagdad. Jim Haveman, responsable de la sanidad, perdió meses elaborando listados de medicinas. Bernie Kerik, el héroe de la policía neoyorquina el 11 de septiembre, en vez de entrenar policías, que era su misión, se dedicó a beber y a dormir. Supervisando el desastre, un Paul Bremer que no escuchaba y tres ayudantes veinteañeros sin la menor experiencia gestionando 13.000 millones de dólares desde lo que Rajiv llama Ciudad Esmeralda, una burbuja americana completamente aislada de la realidad iraquí.

Con estos mimbres de incompetencia, irresponsabilidad criminal, ausencia de controles (legislativo, judicial y periodístico) e ignorancia, no debe sorprender a nadie que el coche destartalado que encontraron los ocupantes en marzo de 2003 se haya jodido del todo después de llevarse por delante a más de cien mil civiles iraquíes y a decenas de miles de militares.

La macroembajada estadounidense que ha sustituido a la APC funciona mejor. Muchos de los más ineptos han sido sustituidos hoy por los mejores arabistas del departamento de Estado. Pero el mal está hecho. Iraq está peor que en 2003, la insurgencia, por los errores cometidos, ha alcanzado una fuerza imparable; limpiar las nuevas fuerzas de seguridad de milicias desleales y repartir el petróleo y el poder en el nuevo Iraq consumirá, lamentablemente, los mejores esfuerzos de varios sucesores de George W. Bush.