Ensayo

El club de los faltos de cariño

Manuel Leguineche

15 febrero, 2007 01:00

Manuel Leguineche. Foto: Carlos Miralles

Seix Barral. Barcelona, 2006. 371 páginas, 20’50 euros

Manuel Leguineche fundó "El club de los faltos de cariño" en Madrid hace cuarenta años, y hoy sigue admitiendo socios. En su residencia de Brihuega (Guadalajara), el viajero y periodista vizcaíno se sienta a escribir este libro a medio camino entre el dietario, los retazos de memoria y las notas, en compañía de la gata Muki, el pato Toribio y por breve tiempo un cuco de un reloj suizo. El pájaro de madera resultó demasiado latoso. En este libro de fragmentos, Leguineche combina las estampas de la vida rural de ayer y hoy con reflexiones breves, recuerdos de sus viajes y apuntes cuajados de lecturas y piruetas creativas. La amenidad y el tono modesto son marca de la casa, y aquí además descubrimos a un jugador ramoniano, que tiene mucho en común con Cristóbal Serra, su admiración por lo oriental y su defensa de lo menudo. Cuando respira ecologista, Leguineche afirma que "el fin de los pájaros justifica los miedos". A su vieja máquina de escribir, le echa en falta la capacidad de aplaudir sus artículos. Su laconismo y gusto gnómico empapan infinidad de breves fábulas, de sabor popular o de fina agudeza, como se ve en el minirrelato del cocodrilo que llora lágrimas de ídem cuando ve a un turista con un bolso fabricado con la piel de su madre. También abundan reflexiones a propósito de la actualidad.

Funciona a la perfección la mezcla entre la alabanza de aldea y el recuerdo continuo de las andanzas del autor por todo el mundo. Mientras reniega de los aduladores, de los que van de "puros", o de los columnistas atorrantes, y canta a lo esencial, en una Casa de Gramáticos del siglo XVI, que ofrecieron a Cela y restauró una mujer que fue el amor platónico de Juan Ramón Jiménez, resiste los cantos de sirena de alguna amiga que le dice por e-mail: "te estás apaletando. Sal de ahí ahora mismo". Yo le debo a un título anterior de Manu Leguineche el descubrimiento de un libro perturbador, Helena o el mar del verano, de Julián Ayesta. El bagaje cultural y la mundología del viajero bullen en esta obra testamentaria, llena de consejos: "No cuentes penas a los amigos, que les divierta su puta madre".

De su mano vamos al lecho de muerte de Marlene Dietrich, nos reímos de la mantequilla de El último tango en París, de Bertolucci y Brando, recordamos a Jack Kerouac o a Thomas Merton. Agustín Fernández Mallo fue atropellado por una moto en Bangkok. A Leguineche, una mona se le comió el pasaporte. Habrá que ir a Tailandia a ver qué cosa de provecho nos pasa. En su caserón del XVI recibe visitas. "Fuiste al mundo -le dice el iraquí Nizar el Kadhi- y ahora el mundo viene a ti". Nelson Mandela, sin ir más lejos, "el político que he entrevistado y que más me impresionó", confiesa del lado de los que padecen la historia. No vemos a Leguineche falto de cariño, pero le damos visado a su club en memoria de esos tiempos difíciles en que lo confundían con un espía pakistaní.