Ensayo

Paraíso y naufragio. Musil y El hombre sin atributos

Massimo Cacciari

1 diciembre, 2005 01:00

Massimo Cacciari. Foto: Francesco Proietti

Traducción de J. Pérez Ugena. Abada, 2005. 104 págs, 17 euros

El hombre sin atributos nos sigue retando hoy. No pierde vigencia ni capacidad de estimular reflexión y comentario, digresión y glosa, ese monumento literario que ocupó a Robert Musil durante buena parte de su madurez literaria, al menos durante trece años, de 1930 a 1943.

Extraordinario conocedor de la Viena finisecular -de esa Viena-fin-de-siglo que, exultante de talento creador y corroida en su entraña, se ha convertido en categoría, casi en "figura del espíritu"- Massimo Cacciari había visitado ya ese complejo y fascinante paisaje en anteriores textos: Hombres póstumos, Soledad acogedora… También otros, Carl Schorske o Jacques Le Rider, Toulmin y Janik, Claudio Magris, han hecho alto en esa ribera del Danubio y en ese momento histórico en el que un imperio se acercaba a su ocaso y sucumbía en él a la vez que amanecían verdaderos astros de pensamiento y expresión: Wittgenstein o Freud, Schünberg, Berg o Webern, Hofmannsthal, Klimt, y Otto Wagner son algunos de ellos. Robert Musil pertenece a esa constelación: que no sólo forma parte de nuestra historia sino de nuestra actual geografía intelectual y moral.

Para enfrentarse a El hombre sin atributos, para buscar sus múltiples y ubicuos centros de gravedad y su infinito horizonte de posibilidades, es preciso, sin duda, conocer las frecuencias íntimas del "espíritu del tiempo", es necesario haber penetrado en el alma podrida de Kakania (la denominación de Musil para referirse, a la vez con sarcasmo y con exactitud, al Imperio Austro-Húngaro) traspasando su externo oropel. Pero también es preciso acertar con una estrategia de lectura que no convierta a la obra en mero producto de la circunstancia, en metáfora o metonimia del tiempo y sus costumbres.

Massimo Cacciari acomete y consuma esa empresa de lectura y comentario con extraordinario acierto. él sabe que Musil fue decididamente permeable a los estímulos externos; que sus pensamientos, según propia confesión, surgían "a partir del saber de la época y de sus intereses". Pero también conoce la alquimia de la creación literaria, que no consiste en la adaptación al entorno sino, inversamente, de la adopción de ese entorno y su transformación artística según un plan: un plan que, en el caso de El hombre sin atributos, naufraga, que está, desde el principio, condenado a la fractura y al fragmento. Porque eso es la inacabable novela: un enorme y prodigioso fragmento, una poderosa fractura. O una herida para siempre abierta.

Con sobrio pero sincero afecto, con exactitud de ingeniero, o de arquitecto, bosqueja Cacciari los temas de esa partitura, de esa inacabada sinfonía: la falta de sentido, las infinitas posibilidades, la ausencia de centro y de jerarquía, el ensayo como método y como estilo de vida…Y descubre una lógica implacable e impecable: principios que anticipan el naufragio, viaje imposible al Reino Milenario, fuga infinita hacia la fractura. También aquí, el resto es silencio.

Ich kann nicht weiter, no puedo más. Palabras de Musil con las que comienza el libro de Cacciari. Un libro, un pequeño gran libro, sobre nuestra condición.