Image: La isla desierta y otros textos

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Ensayo

La isla desierta y otros textos

Gilles Deleuze

31 marzo, 2005 02:00

Gilles Deleuze. Foto: Archivo

Traducción de José Luis Pardo. Pre-Textos. Valencia, 2005. 379 páginas, 24 euros

El filósofo Gilles Deleuze (París, 1925-1995) fue una figura esencial del movimiento estructuralista y de las llamadas filosofías de la muerte del sujeto. Extraordinario orador, estudió filosofía en la Sorbona y fue profesor en las Universidades de París y Lyon. Entre sus obras destacan Diferencia y repetición (1968) o La lógica del sentido (1969). Se suicidó en 1995.

Heterogénea en las formas, unitaria en el fondo. Así se podría describir, en una primera aproximación, esta colección de textos: algo más que una antología, algo menos que el primer volumen de unas obras completas.

Gilles Deleuze dejó esbozada antes de su muerte una especie de clasificación o mapa de su obra. En ese testamento, del cual David Lapoujade es fiel albacea, figuraban los libros editados; y también textos dispersos en revistas o antologías: prólogos, recensiones, entrevistas. Estos últimos -o algunos de ellos- componen La isla desierta y otros textos. A este volumen, que reúne contribuciones de Deleuze no publicadas en libros del autor y producidas entre 1953 y 1974, seguirá otro: desde esa última fecha hasta 1995.

¿Qué aporta este libro para la comprensión del autor? ¿Qué aporta a un lector que haya seguido la trayectoria del pensador francés? Ninguna novedad, desde luego. Pero sí una perspectiva diferente; y una dimensión de profundidad, palabra, esta última, que tal vez hubiera molestado a Deleuze, especialista en superficies.

Todos los temas están aquí, todos los autores, todos los conceptos que iban a encontrar su lugar y su tiempo en libros como Empirismo y subjetividad, Nietzsche y la filosofía, Diferencia y repetición, Lógica del sentido, El Anti-Edipo... Todo está aquí pero, a veces, en forma de tentativa, esbozo o conato, en forma de fulguración o destello; incluso en forma de titubeo, de duda.

Gilles Deleuze aprendió de Spinoza la virtudes del método genético y las virtualidades de la potencia; aprendió de Nietzsche (y, sin duda, también de Foucault) los rigores y las satisfacciones de la genealogía. Genética y genealógica es esta colección de textos con respecto a la obra del propio Deleuze. Puede asistir el lector a la fecundación, al embrión y al alumbramiento de sus grandes temas, de sus grandes pasiones: Spinoza o Nietzsche, por ejemplo, o Bergson y Hume. Puede entrar en el taller en el que se van fraguando las ideas-fuerza del autor: repetición, diferencia, sentido, pensamiento nómada, sintomatología, clínica.

No se trata aquí de hacer una selección de la selección, de destacar alguna de las contribuciones que contiene este precioso volumen. ¿Qué criterio habría para ello? Cada una a su tiempo y todas a su modo constituyen un jalón, importante, en una de las trayectorias de pensamiento más estimulantes de la segunda mitad del siglo XX. Jalones que exponen el mérito y el riesgo de esa aventura, también las dificultades, o ciertas debilidades difícilmente obviables.

No es Deleuze un pensador cómodo; su obra no es una obra fácil. Pero es, no cabe duda, un filósofo necesario. Al hilo de sus pasiones, de sus filias y sus fobias, fue componiendo, como este libro muestra, una historia del pensamiento y de la expresión: una historia selectiva en la que tienen cabida la filosofía y la literatura, la ciencia o el cine. No se puede prescindir hoy de esa obra, confrontación o diálogo, que nos ha enseñado a mar a los clásicos de otro modo, a leerlos desde otra perspectiva: Kant, Bergson, Nietzsche siguen brillando en estas páginas; con distinta luz.

Tampoco se puede prescindir de una inquietante apuesta que invita a reconsiderar el sentido, a reivindicar la diferencia frente a la contradicción o la clínica contra y junto a la crítica. Gilles Deleuze ha planteado con su obra alguno de los grandes retos al pensamiento contemporáneo. Creo que es justo decir que el guante no ha sido recogido. Tal vez La isla desierta sea una buena ocasión para el duelo. Para el exigente duelo.