Image: Ramón Carande

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Ensayo

Ramón Carande

Bernardo Víctor Carande

4 marzo, 2004 01:00

Camino del premio Príncipe de Asturias (1985)

Fundación El Monte. Sevilla. 348 páginas, 12 euros

Ramón Carande y Thovar (1887, Palencia-1986, Badajoz), fue una de las grandes personalidades de la historia de la economía en el siglo XX. Su principal título, Carlos V y sus banqueros, es una obra descomunal y absolutamente innovadora en el panorama de los años cuarenta.

La tarea de devolver a la actualidad al personaje, casi veinte años después del torrente de evocaciones laudatorias que provocó su muerte, la acomete ahora un hijo suyo, que une al afecto el manejo inteligente de los papeles personales del padre, y una rica documentación gráfica que acompaña muy eficazmente al texto escrito, que es presentado como una biografía ilustrada. Es, por supuesto, mucho más que eso, aunque está claro que todavía queda sitio para investigaciones detalladas sobre la vida y la obra de Carande. "O se hace literatura o se hace precisión, o se calla uno", escribió Ortega hace casi cien años y, habida cuenta que la riqueza de los materiales ofrecidos ahora hacía muy conveniente esta publicación, el autor ha sabido superar la tajante disyuntiva orteguiana, combinando la precisión de los datos con el esmero estilístico que hace apasionante esta lectura.

Nos permite asistir así a la trayectoria de un joven estudiante que conoció a Francisco Giner de los Ríos, y entró en contacto con la Institución Libre de Enseñanza, mientras hacía sus estudios de Derecho en Madrid en la primera década del siglo pasado, y realizaba una meteórica carrera académica con el patrocinio del gran economista Flores de Lemus. Antes de los treinta años era catedrático de la Universidad de Murcia y, de allí, pasó a la de Sevilla, en donde llegaría a Rector en los años finales de la Monarquía. Al proclamarse la segunda República, Carande era ya una personalidad académica, fue llamado al Consejo de Estado, y Azaña llegó a ofrecerla una cartera ministerial.

Todo eso se irá al traste con la guerra, que pasó en Madrid y con una posguerra en la que la preocupación de amigos y discípulos para protegerlo, le proporcionó el espléndido paraguas de un puesto en el Consejo Nacional de Falange y fue uno de los que llevaron el féretro de José Antonio en el solemne entierro que se organizó en 1939.

Pero la protección de Falange no lo aseguraba todo: la prevención del ministro Ibáñez Martín le impidió volver a su cátedra sevillana y le forzó a una investigación que pronto empezaría a dar frutos a los pocos años. Ramón Carande fue un digno componente de una generación de universitarios -la generación de 1914- que durante muchos años creyeron poder contribuir, con el cultivo de la ciencia, a una profunda renovación de la sociedad española.