Charles Bukowski. Diseño: Rubén Vique

Charles Bukowski. Diseño: Rubén Vique

Letras

Charles Bukowski, el 'viejo indecente' que no se calla ni muerto: "El 'underground' soy yo"

Anagrama recopila más de 800 páginas de textos inéditos y rescatados que muestran al escritor como cronista implacable del desencanto.

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Bajo toneladas de merchandising de tipos duros con whisky y máquina de escribir, Charles Bukowski sigue siendo el viejo indecente que no se calla. Anagrama lo sabe, y por eso ha reunido en Relatos y ensayos tres libros póstumosFragmentos de un cuaderno manchado de vino, Ausencia del héroe y La matemática del aliento y la ruta— en un solo volumen. El resultado: más de 880 páginas de diarrea verbal lúcida, sucia, necesaria. Bukowski, incluso muerto, sigue meando en la cara de los correctos, los delicados, los que quieren que el mundo tenga sentido.

Este compendio, con prólogo de Abel Debritto, deja claro desde el principio que Bukowski nunca jugó para la galería. Pudo haberlo hecho, sí, durante los años en que vendió al mundo la imagen de bufón borracho y juglaresco, pero cuando llegaron los cheques de derechos de autor, se encerró en su casa con piscina, gato y máquina de escribir. Nada de fiestas literarias: solo escribir, beber, escribir. "Si me cortaras las manos, escribiría con los pies", decía. Su única religión: el impulso. Su mayor fe: la repetición.

Los textos, aunque escritos en décadas distintas, mantienen esa voz de perro cojo y borracho que no se rinde, aunque hace tiempo que dejó de esperar algo bueno de una sociedad podrida. En Fragmentos de un cuaderno manchado de vino se reúnen 36 piezas inéditas entre relatos y ensayos, donde encontramos a un Bukowski ya mayor, con el hígado pidiendo tregua pero con la lengua todavía afilada.

Bukowski declara: "Yo soy el underground, solo. Y no sé qué hacer. Así que escribo esto y me emborracho otra vez. Con concisión". Son textos que huelen a resaca y a redención amarga, donde suelta puñaladas contra el sistema, los críticos, la fama, las instituciones, y de paso, contra sí mismo.

Escribe como quien se rasca una costra que nunca termina de caer. Dice que lo único que lo mantiene vivo es sentarse a escribir noche tras noche, con una copa a la izquierda y el gato a los pies. La escritura no es redención, es respiración asistida. Una enfermedad sin cura, con la máquina de escribir como medicina.

Charles Bukowski. Diseño: Rubén Vique

Charles Bukowski. Diseño: Rubén Vique

En Ausencia del héroe, recopilación de columnas, cuentos y artículos desde los años cuarenta hasta los noventa, leemos a un Bukowski hambriento y salvaje. Escribe como quien escupe sobre la acera. Prostitutas, colmillos rotos, habitaciones baratas, vómitos, vino.

Pero también hay una ternura desfigurada que aparece sin avisar, como una flor entre jeringuillas: "Cuando lo que de verdad te hacía falta cuando te estabas volviendo loco era otro loco que entendiera exactamente lo que decías". Y también: "Las personas no viven juntas, mueren juntas y al mismo tiempo mueren por separado".

En esta sección, además de su columna incendiaria para el Los Angeles Free Press (Escritos de un viaje indecente), aparecen textos como El matón y El invasor, que nadie se atrevió a publicar por lo explícito y grotesco de su contenido. El más infame, El puerco, lo escribió para una revista erótica y fue rechazado por ser "demasiado repugnante".

El protagonista teme volverse impotente y obliga a una prostituta, a punta de pistola, a ingerir el pene de un cerdo moribundo. Bukowski sabía que había traspasado la línea. Y no le importaba.

Charles Bukowski sumergido en su tarea favorita. Foto: Flickr

Charles Bukowski sumergido en su tarea favorita. Foto: Flickr

La última sección, La matemática del aliento y la ruta, ofrece ensayos y entrevistas donde aparece el Bukowski más consciente de su método, el artesano que escribe desde el cuerpo. Aquí lo vemos reseñando a autores como Artaud, Hemingway o Steve Richmond, y dejando apuntes sobre su oficio que oscilan entre la fanfarronería y la lucidez brutal. Rechaza la fama, la gloria, los premios. Reivindica el gesto diario de sentarse a escribir aunque el mundo se derrumbe.

"Escribir es fácil; vivir es lo difícil", lanza como un dardo, como un mantra. Y en esa frase se resume toda su poética: "Bebía vino y dormía en parques y me moría de hambre. El suicidio era mi mejor arma".

Este compendio no está hecho para quienes leen buscando redención o elevación moral. No hay lecciones aquí. Solo está hecho para quienes alguna vez se han sentido al borde, para los que saben que la vida huele mal y aún así siguen levantándose. Bukowski no era un santo. Era un misántropo, un ególatra, un obseso. Pero escribía con una claridad que corta, con una voz que aún hoy —casi treinta años después de muerto— nos recuerda que decir la verdad también es una forma de belleza.