Antonio Escohotado

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Letras

Literatura y drogas según Antonio Escohotado: un viaje interior a los paraísos artificiales

'El libro de los venenos', editado por La Caja Books, recupera fragmentos de su 'Historia general de las drogas' para articular un volumen con identidad propia

1 octubre, 2022 04:03

Robert Louis Stevenson escribió El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1885) en solo tres días bajo los efectos de la cocaína. El relato, sin duda una de sus obras maestras, narra los experimentos de un médico con una nueva droga. Sus biógrafos consideran que la trama sobre la doble personalidad más famosa de la historia está inspirada por “visiones y sueños” derivados de la sustancia, y que sin ella el autor de La isla del tesoro no podría haber llevado a cabo semejante ritmo de trabajo. “Veinte mil palabras diarias”, nos recordaba Antonio Escohotado (Madrid, 1941 – Ibiza, 2021) en su colosal Historia general de las drogas.

Según asegura el filósofo, Arthur Conan Doyle también fue un “generoso consumidor” de coca. No es casual que su personaje más célebre, Sherlock Holmes, fuera un usuario crónico de la droga por vía intravenosa, tal y como lo contaba el doctor Watson al principio de la novela El signo de los cuatro (1888).

Las referencias al hachís, que en Occidente no fue una droga habitual entre consumidores hasta el movimiento contestatario hippy-psicodélico de los años 60, también aparecen en El lobo estepario de Hermann Hesse y en el primer libro de ensayos de Aldous Huxley. Por no hablar de Walter Benjamin, que además de hachís consumía mescalina por vía oral, y de los escritores de la Generación Beat, que merecerían capítulo aparte.

En París había fumaderos de opio desde 1840, cuando Francia trataba de colonizar la zona entre China y la India, de larga tradición opiácea. Así, escritores como Delacroix, Alejandro Dumas, Honoré de Balzac o Victor Hugo sucumbieron a “las dulces garras de los placeres más envenenados”, como acertó a definir el poeta Juan Carlos Aragón en una metáfora que no puede ser más precisa. Baudelaire, que escribiría Los paraísos artificiales, no fue ajeno a las sustancias prohibidas, aunque luego consideró que era “traición suspender con ayuda de una planta el rutinario valle de lágrimas”, según las palabras de Antonio Escohotado.

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El caso del influyente filósofo, convertido en una eminencia de los estupefacientes, no fue exactamente una redención, si bien hubo de probar en sus carnes las consecuencias legales derivadas de la droga para abismarse en ellas definitivamente. Lector de Hegel, Marcuse y los presocráticos, traductor de Hobbes y Newton, vivía en Ibiza desde 1970, donde hizo su propia revolución sexual. Fundó la discoteca Amnesia con la herencia de su madre en 1976, siete años antes de que le tendieran la famosa trampa.

En febrero de 1983 es obligado a participar en una transacción de cocaína donde su cometido pasaba por comprobar la calidad del producto. Fue detenido y condenado a dos años, aunque solo pasa uno en el centro penitenciario de Cuenca. En el encierro aprovecha para escribir los tres volúmenes de la primera edición de Historia general de las drogas, que contaba con más de 1.500 páginas. En este libro, que le catapultó a la fama y hoy sigue siendo una referencia capital del universo narcótico, el filósofo establece la histórica relación de las drogas con la política, el derecho, la economía y la religión desde la Antigüedad.

Escohotado fundó la discoteca Amnesia de Ibiza con la herencia de su madre siete años antes de su detención

Cuando uno abre El libro de los venenos, la reciente edición de La Caja Books cuyo subtítulo anuncia “Las drogas de la A a la Z”, lo que espera encontrarse es una semblanza de cada una de las sustancias. Y es así en muchos casos (A de Alcohol, C de Cocaína… rezan algunos capítulos), pero no en todos, afortunadamente.

La sincronía de este volumen con la monumental obra de Antonio Escohotado, Historia general de las drogas, desborda la vocación de El libro de los venenos original, que el autor publicó un año después y reeditó con varios nombres hasta incorporarlo como anexo del gran libro. En el caso que nos ocupa, la labor de edición es preponderante. Algunos capítulos, pensados para la ocasión, funcionan como marco de la Historia, pues han sido dispuestos de modo que el lector va introduciéndose en las entrañas de cada sustancia a medida que conoce su origen y los principales episodios que la rodean.

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Por tanto, la presencia en la portada del nombre del autor es ineludible, claro, pero también es cierto que el editor de este libro tiene casi tanta importancia como Escohotado, por lo que sorprende la ausencia de su nombre tanto en la cubierta como en la contraportada y en las solapas. La labor de Raúl E. Asencio no solo es encomiable por la acertada selección de los fragmentos, reveladores y brillantes (aunque los adjetivos de esta aposición corresponden al mérito del autor original), sino por cómo los distribuye en cada uno de los capítulos. La homogeneidad final de la edición reporta una lectura asequible, fluida, que encuentra puntos de apoyo en el contexto.

Por ejemplo, sabemos gracias a este libro que las primeras drogas aparecieron en plantas o partes de plantas. Así, la Inquisición se obstinó en inculcar que las brujas eran “seres raros, propensos a buscar paraísos artificiales en las plantas”, lo cual arraigó en el imaginario colectivo. También nos decía Escohotado, en una afirmación que hoy entronca con la relevancia actual de las enfermedades mentales, que “la revolución farmacológica de los años cincuenta se basa sobre todo en sustancias soporíferas, pero empleadas como relajantes y sedantes”.

'El libro de los venenos' recoge las experiencias del autor con cada una de las drogas que ha consumido

Lo mejor de esta ambiciosa y compleja obra es que, además, tiene continuidad. Hacia el final se advierte con más claridad, pues los tres últimos capítulos desarrollan de manera casi cronológica la historia de las drogas durante el siglo XX. “Hacia 1900 todas las drogas conocidas se encontraban disponibles en farmacias y droguerías (…) a nivel planetario”, aseguraba el filósofo. Y añadía que “el fenómeno apenas llamaba la atención de periódicos o revistas, y nada la de jueces y policías”. Luego aflorarían leyes como la Boggs Act, un precepto aprobado por el Congreso de los Estados Unidos en 1951 que imponía condenas mínimas de dos años de cárcel por primera implicación.

Si bien El libro de los venenos estaba dedicado a la “fenomenología de las drogas”, tal y como lo definió el propio Escohotado, en la edición de La Caja Books no falta el apunte autobiográfico, esto es, las experiencias del autor con cada una de las drogas que ha consumido (casi todas las que registra).

Reconoce, por ejemplo, que tuvo “sensaciones considerablemente más intensas con opio inyectado” que con heroína. La inyección intravenosa le proporciona al usuario crónico “un placer supremo”, dice, aunque no fue su caso. No obstante, la inclusión de la primera persona no sucumbe a la frivolidad. Se trata de un texto serio, documentado y riguroso, escrito “a despecho de intentar vivir cada cosa antes de opinar sobre ellas, a riesgo de salir trasquilado aquí y allá”, confesaba.

La asombrosa aportación de conocimientos que esgrime en materia química se entremezcla con los exhaustivos detalles acerca del modo de administración de las drogas, el procedimiento de elaboración, los efectos a corto plazo, las consecuencias del hábito… Incluso aporta algún consejo. Respecto al alcohol, “el exceso etílico pasa menos factura si antes de consentirnos la ebriedad tuvimos la precaución de tragar medio vasito de buen aceite de oliva”. Además, “el borracho no debería entregarse al sueño sin beber un cuarto de litro de agua”.

Es un texto serio, documentado y riguroso, donde la inclusión de la primera persona no sucumbe a la frivolidad

En cuanto a la heroína, considera que “el uso sensato pasa por administrarse de una sola vez la cantidad deseada (…), sin repetir hasta que el efecto eufórico haya desaparecido completamente”. Siguiendo con el alcohol, del que aporta referencias bíblicas y creencias procedentes de las escuelas filosóficas griegas, que “debatían (…) si el vino había sido otorgado a los humanos para enloquecerles o por su bien”, considera que “nuestra cultura paga un precio considerable por los favores de Dionisio / Baco, que se hace presente como violencia, embrutecimiento o graves males orgánicos”.

Es en este primer capítulo cuando anuncia una de las consignas principales del libro: la corrupción política es la que ha convertido a las drogas en sustancias más peligrosas de lo que originalmente son. Así, a los doce años de vigencia de la famosa Ley Seca de Estados Unidos, “el precepto había creado medio millón de nuevos delincuentes” en 1932, denuncia Escohotado.

Escohotado reconoce en el libro que inhaló cocaína “prácticamente todos los días durante cerca de dos años”

Son muchas las curiosidades que el filósofo incluye. A propósito de la cocaína, revela el proceso por el cual el arbusto de coca, embrión de la droga más mercantilizada de la historia, también se erigió como la fuente original de la Coca-Cola, cuya receta suprimió el alcohol precisamente por la Ley Seca y se convirtió en el refresco que hoy todos conocemos. A nivel particular, Escohotado reconoce que inhaló cocaína “prácticamente todos los días durante cerca de dos años en cantidades rara vez superiores al medio gramo”. El fármaco “me resultó útil para trabajos arduos, como editar los Principios de Isaac Newton”, y sin embargo “debilitó el sentido crítico y la lucidez” del autor.

La ketamina, cuenta Escohotado en clave filosófica, “no solo es útil como vehículo de expresión psíquica profunda, sino para contribuir a que sujetos con pocas perspectivas de larga vida (…) se preparen para aceptar sin supersticiones el último trance”. No obstante, “un libro de venenos es también un libro de remedios”, tranquiliza Asencio al final del prólogo. Y, como acabamos de ver en el caso de la cocaína, son muchos los fragmentos en que Escohotado alerta de los peligros de las drogas. Sea como fuere, es un documento interesantísimo por su valor histórico y científico, además del testimonial, que renuncia al menor atisbo de moralina.