William Burroughs

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Letras

William Burroughs, el príncipe de las tinieblas

Ted Morgan revisa la vida del escritor 'beat', cuya reputación, aparte del mérito de su obra, se basa en haber sido un drogadicto y matado a su mujer

26 julio, 2022 02:36

Ted Morgan (Ginebra, 1932) empieza su biografía de William S. Burroughs relatando cómo, la tarde del 18 de mayo de 1983, el escritor, famoso sobre todo por su novela El almuerzo desnudo, fue admitido en la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras.

Forajido literario. Vida y tiempo de William S. Burroughs
Ted Morgan
Traducción de Manuela Carmona y Óscar Palmer Yáñez. Es Pop Ediciones, 2022. 752 páginas. 32 €

Da la sensación de que Morgan va a lo seguro. Mientras que la mayoría de las biografías empezarían con extravagantes afirmaciones sobre el lugar de su protagonista en el firmamento literario, esta se limita a decir que Burroughs acabó siendo aceptado por una organización formada por 250 de los principales especialistas del mundo del arte, la literatura y la música.

Creemos que es bastante justo tratándose de un escritor cuyo logro más importante es haber explorado los límites del terror y la degradación humanos, y cuya reputación, aparte del mérito de su obra, se basa en haber sido un drogadicto toda la vida, y en haber matado a su mujer.

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Pero, a medida que el libro avanza, vemos que su autor no se ha limitado a ser moderado en su valoración del personaje. Al empezar con el ingreso de Burroughs en la Academia, Morgan introduce dos temas esenciales. Uno es el papel que desempeñó en ella el poeta Allen Ginsberg. Y es que Forajido literario. Vida y tiempo de William S. Burroughs no es solo una biografía del escritor; también es un retrato de grupo de la Generación Beat y de algunos de sus escritores, en particular Ginsberg, Jack Kerouac y Gregory Corso, entre los que Burroughs ocupaba el lugar de una especie de Príncipe de las Tinieblas.

El otro es el círculo que describe su trayectoria, ya que empezó su vida como vástago de la élite, pues era nieto de William Seward Burroughs, el padre de la calculadora.

Aunque no lleguemos a simpatizar con él, Burroughs emerge de las páginas del libro con mayor atractivo

Pero la élite lo rechazó. En parte porque quedó traumatizado por un episodio de abuso sexual en su infancia que nunca recordó del todo, se convierte en un paria social, empieza a consumir drogas, explora su homosexualidad, roba a los borrachos en el metro de Nueva York y huye de la policía de Texas a Ciudad de México, Tánger y París. El horror de haber matado a su mujer disolvió su bloqueo como escritor. En Yonqui, El almuerzo desnudo, y la trilogía formada por La máquina blanda, El ticket que explotó y Expreso Nova tritura la narrativa lineal y explora las últimas fronteras de los temas prohibidos.

Y entonces la rueda giró en sentido contrario. Cuando el beat se convirtió en hippie, el hippie en contracultura, y la contracultura en la cultura dominante de los 70, los universitarios empezaron a especializarse en Burroughs y los grupos de rock tomaron su nombre de sus libros. En palabras de Morgan: “Las grandes fauces de la sociedad americana, con su capacidad para domesticar a sus enemigos, habían absorbido la contracultura”.

¿Dónde deja esto a William S. Burroughs? En lo que respecta a su obra, Morgan no nos tranquiliza del todo. Aunque hace una defensa bastante persuasiva del valor del escritor por haber sido fiel a sus ideas “por desagradables y tenebrosas que pudieran parecer a veces”, no nos ilustra acerca de la calidad con la que esas ideas fueron plasmadas.

Sin embargo, como hombre, Burroughs emerge de las páginas del libro con mayor atractivo. Aunque no lleguemos a simpatizar con él, al menos podemos entender el origen de su sufrimiento, especialmente por su mujer.

En las páginas finales de Forajido literario, Morgan, entre cuyos libros anteriores figuran magníficas biografías de Somerset Maugham, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill, dibuja un vívido retrato de su caballeresco forajido. Pero en cuanto a morderse la lengua por deferencia a los sentimientos de una persona que estaba viva cuando escribió el libro, queda claro que nunca fue un problema. Nadie podría juzgarlo con más dureza que el propio escritor, William S. Burroughs.