Joël Dicker. Foto: Patrick Fouque / Paris Match Contour (Getty Images)

Joël Dicker. Foto: Patrick Fouque / Paris Match Contour (Getty Images)

Letras

Joël Dicker: “Si la literatura verdadera es hacer libros que no se entiendan, prefiero no hacerlo”

El escritor suizo regresa con 'El caso Alaska Sanders', la esperada secuela de la novela sobre Harry Quebert que lo impulsó al estrellato mundial

21 junio, 2022 02:36

Ha vuelto a hacerlo. Si la literatura de Joël Dicker (Ginebra, 1985) no fuera tan honesta en el sentido más estricto del término —no ambiciona ser más de lo que es, pero es que es mucho— diríamos que ha vuelto a engañarnos. En realidad solo nos ha embaucado. Una vez más, y esta vez con un claro precedente: La verdad sobre el caso Harry Quebert. La obra que lo catapultó al estrellato mundial con más de 15 millones de lectores ya tiene secuela, El caso Alaska Sanders (Alfaguara), una novela que se vale de la fórmula que ya conocíamos, y sin embargo sigue siendo igual de efectiva.

Junto a El libro de los Baltimore, esta obra completa la trilogía que protagoniza Marcus Goldman. Lo más sorprendente de los relatos de Dicker es que nos siga sorprendiendo con giros inesperados, cuando la realidad es que ya nos lo esperábamos. Esto, que tiene más mérito incluso, ocupará la parte central de esta entrevista, que se transcribe solo unas horas después del encuentro en el Hotel de Las Letras en Gran Vía, en el que acaba de instalarse para encarar unos días de promoción en Madrid, ciudad que adora, antes de marcharse a Barcelona, donde culminará el próximo viernes 24 de junio sus compromisos en España.

El asesinato de la atractiva Alaska Sanders es el catalizador de la trama que vuelve a reunir al escritor Harry Quebert, al inspector Perry Gahalowood y a Marcus Goldman, trasunto literario del autor suizo. De nuevo todos parecen culpables y nunca nada es lo que parece. De nuevo vuelve Dicker a incluir a un gran número de personajes que acrecientan la confusión del lector. Sus intensos contornos, apoyados en sustanciosas biografías, nos invitan a pensar que sí, claro, este tiene que ser el culpable… De nuevo vuelve a jugar con los planos temporales con saltos constantes de una etapa a otra.

Y de nuevo los entresijos editoriales tienen una presencia fundamental. Pese a que en la conversación asegura que “los personajes no hablan en nombre del escritor” y, efectivamente, “Marcus Goldman no es mi embajador”, muchos pasajes donde reflexiona sobre el oficio de la escritura en general y el éxito literario en particular nos recuerdan los tiempos en que fue rechazado por multitud de editoriales cuando trataba de publicar sus cuatro primeras novelas. No se olvida de que Bernard de Fallois, su editor recientemente fallecido, al que dedicó la novela El enigma de la habitación 622, lo apoyó entonces.

Son numerosos los momentos que transita por la metaliteratura y, aunque no aparecen demasiadas alusiones explícitas, se intuyen referencias de autores de cabecera como Vladimir Nabokov o Philip Roth. Los diálogos vuelven a ser brillantes y el ritmo (esto sí que no hay quien lo explique), vertiginoso hasta el éxtasis. Los escenarios, otra vez, se sitúan en la costa de Maine, donde Dicker veranea habitualmente. En un pueblecito del estado de New Hampshire, casi en la frontera con Canadá, se producen los más grandes acontecimientos. Y es que, como dice uno de los personajes, “los crímenes en las ciudades pequeñas son siempre historias sórdidas”.

Pregunta. ¿Se encuentra contento de volver a Madrid?

Respuesta. Sí, ¡por fin! Hace dos años que nos encerraron en casa, así que tuve que hacer la promoción por Zoom. Es un placer volver a esta ciudad que me gusta tanto. La Feria del Libro de Madrid es una de las más extraordinarias que conozco. La primera vez que vine fue después de asistir a otras ferias europeas, que se celebraban en palacios de congresos, normalmente en los extrarradios de las ciudades. Esperaba ir a una nave gigantesca y de pronto me encuentro en el parque del Retiro. No hay otra feria del libro como esta.

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P. ¿Cuándo pensó en hacer la secuela de La verdad sobre el caso Harry Quebert y por qué llega ahora?

R. Siempre lo concebí como una trilogía, aunque esto no lo he hecho en el orden normal porque el éxito de Harry Quebert no me impulsó a hacer inmediatamente a hacer el segundo, así que hice El libro de los Baltimore, que es una historia muy distinta. De pronto me apeteció escribir la segunda parte, que empecé hace dos años, y ahora me da la sensación de que casi una década es una buena cifra.

P. ¿Cómo se le presenta la idea de El caso Alaska Sanders?

R. Siempre es muy difícil explicar cómo surge una idea. En mi caso, no aparece de golpe, sino que se va construyendo a trozos, de un intento a otro intento. No sé exactamente cómo llegó la idea, pero sí es cierto que quería que el punto de partida fuera el pasado del inspector Gahalowood.

P. Tengo la sensación de que la crítica no presta tanta atención a la composición de los personajes como a las virtudes narrativas del ritmo o los giros argumentales. Yo creo que la solidez de sus novelas está asentada fundamentalmente en el carácter de los personajes, que por cierto son muchos. ¿Por qué necesita a tantos?

R. Sí, para mí es muy importante que todo gire en torno a los personajes. La forma en que estos se encuentran con los lectores me obliga a ir hacia atrás en sus vidas para contarlas. Esto es fundamental en la lectura del libro, porque da la sensación de que se conoce a los personajes como si fueran amigos. No sé exactamente por qué son tantos, pero considero que todos son necesarios para contar la historia.

P. Además, esos personajes se guían por principios morales muy intensos. ¿Cómo calibra en su narrativa esas pulsiones o sentimientos que desencadenan sus acciones?

R. El impulso de los personajes está ligado a sus acciones. Una acción por sí sola no dice mucho de un personaje, sino que permite justificar por qué tiene lugar y explica por qué actúa como actúa. Es un círculo: una cosa lleva a la otra, y la otra a la siguiente. Una acción produce sensaciones por las cuales un personaje actúa de una forma y, al mismo tiempo, lleva a otra acción que provoca otras emociones. Y así sucesivamente.

"La Feria del Libro de Madrid es una de las más extraordinarias que conozco"

P. Y de cara a la realidad, ¿cómo contempla esas reacciones? Cuando ve sucesos escabrosos parecidos a los de sus novelas, ¿piensa en literatura? ¿Se indigna simplemente?

R. Desde luego, la realidad supera a la ficción. Muchas cosas de las que suceden en la vida real no serían creíbles si las escribiéramos. La ficción siempre es más dulce que la vida real.

P. ¿Cómo interpreta un escritor de ficción la actualidad de esos hechos lamentablemente reales?

R. Mi primer deseo es tratar de reequilibrarlo encerrándome en un libro, contando una historia que esté muy alejada de todo lo negativo, aunque poco a poco uno se convence de que el libro puede ser una buena oportunidad para plantear temas y valores que denuncien lo que está ocurriendo.

P. En su caso, hay una presencia real de la moralidad, pero no se atisba el menor gesto de moralina.

R. No, porque de lo que se trata es de despertar a cada uno un sentimiento o una convicción humana importante; no decirle lo que está bien y lo que está mal.

P. Tanto en El libro de los Baltimore como en este de El caso Alaska Sanders, percibo en los personajes de Alexandra y en la propia Alaska una alusión al sueño americano, frustrado en ambos casos. ¿Establece esa referencia de manera voluntaria?

R. Son sueños frustrados, sí, pero en un sentido mucho más amplio que trasciende el sueño americano, que yo creo que ya no existe como concepto. Desde luego, sí quería tratar el asunto de las esperanzas rotas, ahí sí tienes razón.

"El libro puede ser una buena oportunidad para plantear temas y valores que denuncien lo que está ocurriendo"

P. Recuerdo que en La verdad sobre el caso Harry Quebert introducía algunos capítulos con reflexiones muy poéticas. Ahora, en cambio, no ocurre eso.

R. Es verdad, pero tampoco quería repetirme. Podría haberlo hecho, pero hubiera recordado demasiado al primer libro de Harry Quebert.

P. Sus libros no solo se leen fácil, sino rapidísimo. ¿Cree que eso es incompatible con la verdadera literatura, como asegura buena parte del sector de la crítica?

R. Si la literatura verdadera son los libros que se leen con dificultad, prefiero no escribir literatura verdadera.

P. Aunque sus novelas son grandísimas ficciones, los hechos biográficos tienen una gran importancia. ¿Por qué decide incluir esas dosis de realidad en un artefacto tan ficcional?

R. Hay que introducir esas dosis para poder asentar la ficción en algo sólido. Cada fragmento de realidad tiene que tener esa especie de juego de magia, de prestidigitador. Es casi una historia verdadera y al mismo tiempo todo es inventado.

P. El éxito del escritor es una constante en las diatribas de Marcus Goldman. ¿Lo que piensa Joël Dicker se parece mucho a lo que piensa Goldman?

R. Marcus Goldman no es mi embajador. Esto siempre es la gran dificultad para un escritor: recordar que los personajes no hablan en nombre del escritor.

P. Pero también hay alusiones en El caso Alaska Sanders a las obras maestras, como lo hubo en la novela que la precede. ¿Cree que ya ha escrito alguna obra maestra?

R. No lo sé. Lo descubriremos cuando me haya muerto (risas).

"Algún día abandonaré la novela de suspense porque me gustan los cambios"

P. En esa línea, recupera en la trama la difícil relación de Marcus Goldman con el editor de sus novelas de éxito. ¿Tienen que ver esas complicaciones con el hecho real de la creación de Rosie & Wolfe, la editorial francesa fundada por usted mismo donde ahora publica sus novelas?

R. Bueno, la única realidad es que me quedé sin editorial y decidí no irme a otro sello, lo que hubiera considerado una traición a mi editor anterior, que acababa de fallecer.

P. ¿Pero tiene buenas relaciones con el sector?

R. Sí, pero tenía un vínculo tan especial con mi editor que supe que la libertad de la que disfrutaba junto a él no podía encontrarla en otro sello.

P. Esa relación tan estrecha se refleja en El enigma de la habitación 622. A propósito, esta novela supone una incursión mucho más personal, y sin embargo mantenía el suspense. ¿Ha pensado en un cambio de registro más adelante, alejado del suspense?

R. Algún día abandonaré este tipo de novela porque también me gustan los cambios, pero hay que dejar algo cuando uno tiene otra idea concreta. No se trata de cambiar por cambiar, sin más. Es importante estar a la escucha de lo que uno quiere hacer como artista en todo momento.

P. ¿Todavía no ha cultivado esa idea?

R. No. Estoy en plena promoción de este libro y no escribo absolutamente nada. Para mí es importante acabar con algo antes de centrarse en lo siguiente.

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P. ¿Cómo ha logrado imprimir ese ritmo frenético que ya es una seña de identidad? ¿Tiene alguna influencia decisiva en su escritura?

R. A mí también me gustaría saber cómo funciona (risas). Sería genial si tuviera una fórmula mágica, pero es todavía mejor que no tenga receta. Cuando me pongo a escribir, pienso que va a ser muy largo, que es muy lento y, en definitiva, será un aburrimiento. Una vez que está terminado el libro, vuelvo a ciertas partes y las retoco para generar ese ritmo.

P. Curioso, porque es un estilo tan trepidante que parece que no está corregido, sino liberado.

R. Sí, claro, eso forma parte de la narración, pero después hay un gran trabajo de corrección.

P. ¿Harry Quebert ha dicho la última palabra en su obra?

R. Supongo que sí, pero quién sabe.