Montero Glez. Foto: Gonzalo Höhr

Montero Glez. Foto: Gonzalo Höhr

Letras

Montero Glez: “Un autor de culto es el que debe su éxito al prestigio de su fracaso”

El escritor regresa a la atmósfera marginal con la novela ‘Carne de sirena’, una historia inquietante ambientada en Galicia con el narcotráfico como telón de fondo

4 mayo, 2022 03:54

Aunque madrileño afincado en Cádiz, la experiencia de un año viviendo en Galicia le ha valido para sacarse de la manga otra novela "puro Glez": atracadores, cazadores de ocas, curas viciosos, amantes y narcos enmarcados en una Galicia espectral que, por sí misma, se erige en personaje. Carne de sirena (Temas de hoy) es la nueva obra de Montero Glez (Madrid, 1965), que espera al otro lado del teléfono sumergido en los cuentos de William Faulkner.

“¿Cómo va todo por Madrid? ¿Ya os dais abrazos?”, pregunta, y lo que suena como una broma en referencia al comportamiento de la gente con respecto a la evolución de la Covid 19, no es más que una curiosidad real. “Yo es que aquí no veo a nadie, entonces no sé…” Desde la playa de la Barrosa, en Chiclana de la Frontera, el escritor consume sus días entre los sonidos jazzeros que emite la trompeta de Chet Baker y las películas, “una al día”, que le transportan a otros mundos.

Le gusta pasear, dice, y escribe más cuando camina que cuando se sienta. “Ya sabes, observo. Me dejo seducir por las historias”. Montero Glez libera las palabras en cuadernos cosidos (“no en espirales porque se me oxidan”), una decisión que lo conduce a una doble tarea: verter en un procesador de textos lo que escribió antes a mano. “Si no lo hiciera así, no avanzaría”, asegura, pues le contraria la posibilidad de suprimir lo que se va escribiendo.

De su carácter bohemio se desprende la etiqueta que hace años algunos le colgaron y él rechaza: “Un autor de culto es el que debe su éxito al prestigio de su fracaso”, dice con rotundidad en lo que pudiera haber sido una frase de una de sus novelas, cuyo esmero en la expresión depurada ha sido un atributo indiscutible a la hora del reconocimiento, casi unánime, por parte de la crítica a lo largo de décadas.

Pregunta. ¿Qué significa esta novela en su trayectoria? ¿Por qué llega ahora?

Respuesta. Mi padre falleció recientemente, así que es un homenaje. Cuando salí del hospital, me senté en un banco y busqué un charco donde se reflejasen las estrellas. Me asaltó un recuerdo de un hotel en Madrid donde estuve hospedado para presentar Sed de champán. Hice el exorcismo a partir del dolor. Esto se ha relacionado con el trauma colectivo de la pandemia, por lo que también ha sido una novela curativa a partir de una historia de terror.

P. ¿Cómo es que le interesan tanto ese tipo de personajes un poco extraviados?

R. Trabajo los personajes que se mueven en los márgenes, sí. No encuentro literatura en el hombre gris. Franz Kafka y Nikolái Gógol demostraron que sí la hay, pero hay que tener mucho talento para llevarlo a cabo. No me atraen los campos de golf, sino los escombros y los extrarradios. Yo miro la vida a través de un cristal sucio, lo que hace que los personajes tengan esos claroscuros.

"La única geografía que existe para un escritor es el papel en blanco"

P. Sin embargo, no reside en un lugar de esas características, sino más bien todo lo contrario. Cádiz es la ciudad de la alegría y la gente cálida.

R. La única geografía que existe para un escritor es el papel en blanco. Yo puedo vivir en Cádiz y escribir sobre Galicia y mañana puedo irme a Londres y escribir sobre Cádiz. Nadie necesita escribir en un sitio bucólico, sino una historia. Nada más.

Carne de sirena es esa historia esta vez. Un tipo “fuerte a la manera de quien no tiene dudas ni esperanzas” se ve envuelto en una trama psicológica que nos desvela el destino del protagonista en la primera frase: “El último día de su vida, Andrés Bouza se hizo a la mar temprano, sin dar importancia al oscuro presagio del cielo”.

La novela negra de los códigos más atmosféricos que narrativos es donde el autor se mueve como pez en el agua. La trama, llena de giros, escenas inquietantes que rozan el disparate y flashbacks que nos llevan a otras historias, concede también un importante espacio a lo filosófico y lo poético. Encarnada en la tormenta, la muerte gravita como esperando su momento en esta novela donde los diálogos adquieren un relieve transcendental. “Todo ángel no es más que un demonio bien dominado”, dice como un aforismo.

Un lugar donde “hasta la llegada de la fariña, la maldad estaba disimulada”, como se apunta en un pasaje, resume bien el mundo decadente que ha querido retratar Montero Glez. Con descripciones minuciosas muy logradas, los escenarios decrépitos y desvencijados representan el estilo de uno de los más fieles herederos de la tradición esperpéntica de Valle Inclán.

P. ¿Qué importancia tienen los espacios en la configuración del relato?

R. Mucha. Sobre esta novela en concreto, es procedente contar que a los 30 años me fui de Madrid y antes de venirme a Cádiz, estuve en Galicia un año. Me envolví en ese ambiente un tanto gótico y asfixiante que tanto me interesa, del que Edgar Allan Poe es el maestro.

P. Después de los barrios bajos de Madrid en sus primeras novelas y la Bahía de Cádiz en Pistola y cuchillo, ¿por qué ha escogido esta vez Galicia como espacio para ambientar Carne de sirena?

R. Muchos años después de mi estancia en Galicia, abrí el baúl de libretas donde tomé apuntes que conservaba desde 1995. Por otro lado, el libro Fariña, de Nacho Carretero, fue una revelación para mí y determinó que yo escribiera esta novela. Es de lo mejor que se ha hecho en el periodismo durante los últimos años y descubrí que a partir de ella se podía hacer ficción.

"No me atraen los campos de golf, sino los escombros y los extrarradios"

P. Para escribir Sed de champán confesó que mantuvo contacto con los drogadictos para impregnarse del carácter de sus personajes. ¿A quién se ha acercado esta vez?

R. Soy fumador de hachís, y en esa época además fumaba tabaco americano de contrabando y Marlboro de batea. Cuando llegué a Galicia, me di cuenta de que había un polen buenísimo. Me sorprendió casi tanto como el trato con la gente que lo vendía, que era muy normal: hombres mayores que jugaban al dominó, por ejemplo. No tenía nada que ver con las barriadas de Madrid. El gallego es muy serio para los negocios, y desde el libro de Nacho (Carretero) comprendí que los narcos utilizaban las antiguas rutas del contrabando. Tenían una importante infraestructura montada, ahí había una novela.

P. En un momento se dice que “había sido una temeridad salir a la mar”. ¿Qué representa el mar en esta novela?

R. “Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representación de la constante inquietud”, decía Pío Baroja con Shanti Andía. Lo imprevisible que resulta manifiesta las dos partes de la naturaleza: lo doméstico que se vuelve salvaje. Es exactamente lo que me interesa de la narrativa: una historia que te sorprenda conforme avanzas con la lectura.

P. Además, hay una presencia importante del relato oral.

R. Es el origen de la novela moderna. El Quijote es una caja de sorpresas que te lleva de una historia a otra. Siempre tengo presente el juego cervantino. La mayoría de las novelas que se hacen ahora dan la espalda a Cervantes, no lo han leído. Yo, sin embargo, tengo una tradición muy arraigada y estoy esperando con ganas la biografía de Santiago Muñoz Machado. El último gran novelista de los últimos años, Juan Marsé, es heredero con la oralidad de las aventis. Tenía claro que, como vino a decirnos Juan Carlos Onetti en su párrafo fundacional, por mucho que cuentes una historia real, tiene que tener un punto de ficción.

"La mayoría de las novelas que se hacen ahora dan la espalda a Cervantes"

De la generación de Marsé, los poetas Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo o el cronista Manuel Vázquez Montalbán, hubo una figura fundamental, el activista Mario Muchnik, mi padre literario, recientemente fallecido. Carne de sirena es la primera obra que no leerá. La última que editó fue Pistola y cuchillo, dedicada a Camarón. Si no fuera por él, no tendría la dimensión de autor que tengo. Con él ha muerto la edición tal y como la entendíamos. Ya no hay editores, sino gente que trabaja en editoriales. Con la muerte de mi padre y la de Muchnik, es como si la geometría del azar hubiera participado en la publicación de esta novela.

P. A propósito de los inmortales o, más bien, los que no deberían morir nunca, y a partir de su interés por la ciencia y esa relación qué tiene con el arte, ¿qué opina del transhumanismo y eso de que seremos eternos?

R. Tiene que ser muy duro mirar a un lado y a otro y no ver a nadie de los que te acompañaron. La vida es un rito de paso, un mundo de partículas y lo mejor que tiene es que no es para siempre.

P. Hace unos años desmitificaba la Transición en El Cultural, antes incluso de que viniera a hacerlo Podemos, a quienes les dedicó ¡Al cajón. Crónica de un mitin! ¿Cómo cree que veremos esta situación política en el futuro?

R. Yo solo tengo fe en el escepticismo y desde el escepticismo contemplaré el pasado en el futuro, que será presente. La sociedad se ha arraigado en la economía y debería ser al contrario. Asomarme a la realidad político-social me genera impotencia. No creo que ya se pueda hacer nada. Sin embargo, creo en el individuo, no en las masas. Creo que las razones individuales imperan sobre las colectivas, que se han abandonado al lucro y el criterio cuantitativo. Lo único que me interesa es la expresión cultural porque es la belleza lo que me hace libre.