Imagen | El implacable epistolario de Flaubert, el hombre tras el escritor

Imagen | El implacable epistolario de Flaubert, el hombre tras el escritor

Letras

El implacable epistolario de Flaubert, el hombre tras el escritor

Este volumen de cartas no es solo la quintaesencia del espíritu del escritor, sino una puesta en escena que presenta al Flaubert hombre, que se lanza en ellas a una amalgama de atrevimiento, farsa, vida y sabiduría

7 diciembre, 2021 09:08

El hilo del collar. CorrespondenciaGustave Flaubert

Edición y traducción de Antonio Álvarez de la Rosa. Madrid, 2021. 672 páginas. 16,30 €. Ebook: 7,99 €

Nadie puede negar que la voluminosa correspondencia de Gustave Flaubert (1821- 1880) forma parte de lo mejor de la literatura francesa. El prestigioso profesor húngaro británico Stephen Ullmann o el crítico francés Albert Thibaudet consideran las cartas de Flaubert como el más importante epistolario de un literato del siglo XIX. Este último ve en ellas un estilo nuevo: “el estilo en estado libre, las frases del recreo que suceden bruscamente a las frases del aula; el torrente de las ideas, de las imágenes, de los absurdos, de las bufonadas, de las obscenidades; la savia provincial, el terruño normando”.

Ya conocíamos en castellano las cartas a su amante Louise Colet, traducidas por Ignacio Malaxecheverría y publicadas por Siruela; pero hay que felicitar a Alianza, cuando se cumplen 200 años del nacimiento del autor de Madame Bovary, por adentrarnos de nuevo en la gigantesca correspondencia flaubertiana, gracias a la oportuna selección y edición del catedrático tinerfeño, Antonio Álvarez de la Rosa. El hilo del collar. Correspondencia, no es solo la quintaesencia del espíritu del escritor, una vez destiladas las más de 4.000 cartas de la edición de La Pléiade, sino una puesta en escena que nos presenta a Flaubert, el hombre. Un hombre obsesionado por las letras, “por el estilo”, dirá Vargas Llosa, pero también el hombre más vivo, interiorizado, colérico, vicioso, filosófico, agrio, exaltado, moralista, arrollador en su amor y en sus cobardías. Un hombre entre la farsa y el drama de su existencia, que se balancea entre el pensamiento sublime y el desprecio más feroz por sus contemporáneos.

El trabajo de Álvarez de la Rosa, al dividir la cronología de las cartas en grandes períodos significativos de la biografía flaubertiana —con las notas imprescindibles y sin abusar de lo académico—, invita a una travesía por la intimidad del escritor. Hasta en los comentarios más lascivos del viaje a Oriente, en 1849, con su amigo Maxime Du Camp, el genio indiscutible de Flaubert sobrevuela en cada párrafo de sus cartas. La correspondencia en esta edición se inicia en 1833. Flaubert tiene 12 años y escribe a su amigo Ernest Chevalier. La última carta está dirigida a Guy de Maupassant, el 4 de mayo de 1880, cuatro días antes de la muerte del escritor de Ruan.

Este volumen de cartas no es solo la quintaesencia del espíritu del escritor, sino una puesta en escena que presenta al hombre

Entre esas dos fechas, la precoz preocupación literaria, los estados anímicos, los burdeles de Oriente, los personajes con quienes se carteaba, sus teorías literarias, su bilis contra la imbecilidad, sus amoríos, y la mirada, casi siempre desasosegada sobre los sucesos políticos. El conjunto recuerda a un gran teatro del mundo, una “hoguera de las vanidades” donde se dan cita burgueses provincianos, aristócratas, vividores parisinos, literatos sin éxito o grandes personalidades como George Sand, Victor Hugo, Émile Zola, Baudelaire o Iván Turguénev, que son asiduos de su epistolario.

Entre sus corresponsales abundan las mujeres, casi todas inteligentes y varias de ellas escritoras: Louise Colet, George Sand, a quién llamaba “querida maestra” o Marie-Sophie Leroyer de Chantepie. Con las mujeres se explaya y se desnuda. Hablará a tumba abierta con Louise Colet, y más delicadamente con Léonnie Brainne, viuda de un periodista, de quien se enamoró. Se conservan ciento veintitrés cartas de las dirigidas a ella por Flaubert. Según Álvarez de la Rosa, “lo ocurrido entre ambos sigue siendo un misterio: ¿algo más que una amorosa amistad?”. Con la actriz Edma Roger des Genettes compartirá muchas líneas sobre el proceso literario: “Un buen tema de novela es el que llega en bloque, de un solo tirón. Una idea madre de la que se desprenden las demás. Uno no es libre de elegir una u otra cosa. No elegimos el tema (…) El secreto de las obras maestras está ahí: en la concordancia del tema con el temperamento del autor”, le escribirá en 1861.

La idea que él tiene de sí mismo no es mejor que la que tiene del resto del mundo. En una de sus cartas a George Sand le confiesa: “Yo, ‘un ser misterioso’, querida Maestra. ¡qué va! Al contrario, me encuentro de una simpleza asquerosa y, a veces me molesta mucho el burgués que llevo bajo la piel (…) El sentido de lo grotesco me ha retenido en la pendiente del desorden”. La correspondencia con Georges Sand es larga y de una sinceridad aplastante. Durante la guerra francoprusiana le escribirá: “¡No creo que haya en Francia un hombre más triste que yo! (…) Me muero de pena, esa es la verdad. Y los consuelos me irritan. Me afligen 1º. la ferocidad de los hombres y 2º. la convicción de que entramos en una era estúpida”.

El antólogo, que se reconoce de la “cofradía de los flaubertianos”, consigue que leamos el conjunto como si se tratase de una gran novela de aquel tiempo. Álvarez de la Rosa recuerda en el Prefacio de la correspondencia que recomendaba la lectura de las cartas en momentos de equilibrio emocional, porque, “Flaubert te mete en el fondo del barranco de la condición humana”.

Implacable buscador de "la palabra justa", Flaubert se lanza en sus cartas a una amalgama de atrevimiento, farsa, vida y sabiduría

El autor de La educación sentimental trabaja de una manera lenta y continuada. Sus viajes a París le acercan a Louise Colet pero se niega a abandonar su casa de Croisset. Pasado el tiempo se convertirá cada vez más en un recluso de su trabajo. En 1872, le escribirá a George Sand: “¡En soledad es donde mejor me encuentro! París ya no es París, todos mis amigos han muerto (…). La atmósfera pública me asquea de tal manera que la evito. Sigo escribiendo, pero ya no quiero publicar, al menos hasta mejores tiempos”.

El éxito de Madame Bovary mezclado con el hecho de verse arrastrado al banquillo de los acusados ensombreció parte de la magnífica acogida de la obra. Aunque recibió ataques de algunos críticos, los más importantes: Gautier, Baudelaire, Michelet o Victor Hugo, le mostraron su respeto. Este último le escribió: “Es usted, señor, una de las inteligencias conductoras de la generación a la que pertenece”. El asunto de su persecución por Madame Bovary, Flaubert siempre lo consideró una cuestión política. Así se lo transmite a Élisa Schlensinger, su amor platónico de la infancia: “La Revue de Paris, en la que publiqué mi novela (del 1º de octubre al 15 de diciembre), en su condición de publicación hostil al gobierno, ya había sido advertida dos veces. Han sido muy hábiles al pensar que podrían suprimirla de un solo golpe por razones de inmoralidad y de irreligión”.

Esta extraordinaria correspondencia muestra las contradicciones de Flaubert: su apasionamiento amoroso y la lucha por su independencia; su desprecio por el arribismo y su aristocraticismo político; sus manifestaciones contra el Sufragio Universal y su empresa titánica para salvar el Arte; sus ideas reaccionarias y su gusto por la literatura que toca la carne. Entre otros muchos odios le producía aprensión el mercadeo de los escritores que se vendían a la prensa, hacia la que sentía un gran rechazo.

Pero, sobre todo, en sus cartas se manifiesta su arduo trabajo de escritura, el trazado de proyectos literarios, el ansia incansable de perseverar en el estilo exacto que perseguía. El implacable buscador de la “palabra justa” se lanza en sus cartas a una amalgama de atrevimiento, farsa, vida, furia y sabiduría. Una mente asombrosa, que perdura en el tiempo y en sus obras, más allá de sus propias ideas.