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Letras

Roma y el miedo: un aterrador y familiar más allá

La antología 'Sub luce maligna' reúne a las mejores plumas de la literatura clásica para narrar un mundo de fantasmas, monstruos y leyendas

21 julio, 2021 09:04

“Después de transformarse en lobo, comenzó a aullar y huyó hacia el bosque. Me acerqué para llevarme sus ropas, pero habían vuelto de piedra. Entré como alma en pena en la villa de mi amada, que me dijo: ‘Si hubieras venido antes podrías haber ayudado, pues un lobo ha entrado en la villa y ha desangrado a todo el rebaño. Sin embargo, aunque ha huido, uno de nuestros esclavos le ha atravesado el cuello con una lanza’. Al oír su relato corrí a casa de mi amigo el soldado, que yacía en cama como un buey, y un médico le estaba curando el cuello. Me di cuenta de que era un hombre lobo y, en adelante, ya no pude compartir el pan con él”.

Este fragmento de un relato del Satiricón de Petronio, es una de las muchas historias que puebla la antología Sub luce maligna (Contraseña), un terrorífico compendio que reúne a las más granadas plumas del más de medio milenio de literatura latina para hablar de lo sobrenatural. Esta historia sobre un hombre lobo podría ser parte de una novela actual o de un guion hollywoodiense, y es que, como explica a El Cultural el autor del volumen, el filólogo e historiador Gonzalo Fontana (Huesca, 1965), “el conjunto de elementos y seres que protagonizan las películas de terror actuales ya poblaban las pesadillas de los romanos: fantasmas, demonios, zombis, hombres lobo, monstruos de diverso pelaje, vampiros, brujas…”.

“El conjunto de elementos y seres que protagonizan las películas de terror actuales ya poblaban las pesadillas de los romanos", explica Gonzalo Fontana

Todo ello tamizado además por una mirada mucho más abierta, pues “los romanos, como todos los hombres de la Antigüedad, habitan en un ‘mundo encantado’ y por ello el componente sobrenatural y, por supuesto, la magia, tienen un papel en sus vidas mucho más relevante que en el nuestro”, señala. No obstante, pese a que nuestro mundo contemporáneo manifieste, en general, una actitud más escéptica y descreída que el romano respecto a los fenómenos misteriosos y a la intervención de seres de ultratumba en nuestras vidas —lo que un romano llamaría numinoso—, el lector se sorprenderá al ver en estos relatos que nuestras pesadillas siguen estando conformadas por los mismos terrores y monstruos que han poblado las de las legiones de hombres y mujeres que nos precedieron.

Los tatarabuelos de Drácula

Así, desfilan por este libro que funde con desenfado erudición y entretenimiento, comedias de Plauto sobre casa encantadas, pasajes de las Metamorfosis de Ovidio o de El asno de oro de Apuleyo que retratan a todo tipo de monstruos o una narración de Suetonio sobre el fantasma de Calígula. Además de un sinfín de historias más donde los Virgilio, Horacio, Cicerón, Séneca, Marcial, los Plinios, Tácito, Tito Livio, Propercio, Petronio, Lucano, o Amiano, entre otros, escriben sobre muertos no tan muertos, terribles maleficios o espantosos seres como las estriges y los súcubos, ancianos parientes del conde Drácula.

Porque como insiste Fontana, aunque en nuestra civilizada modernidad todo este corpus sobrenatural “sea considerado como un resto caduco del pasado, un fósil procedente de un mundo ya superado, el más allá y sus mitos siguen presentes entre amplias capas de la población, sea en forma de folclore popular o de creencias desarrolladas más recientemente como resultado de los movimientos espirituales propiciados por la new age”.

“Con la resurrección de mitos de la cultura popular, hoy podemos acercarnos al mundo sobrenatural de Roma como nadie en Occidente desde el siglo IV”, afirma el autor

Por ello, a ningún lector de novelas góticas victorianas o espectador del cine de terror popularizado desde los 80, le extrañará encontrarse con historias que hablen de creencias en fantasmas o seres misteriosos de la noche, en magia blanca y negra, en muertos vivientes y posesiones demoníacas, casas encantadas, y espiritismo o en rituales para lanzar maldiciones, pero también para protegerse de ellas. “Muchas de estas creencias fueron ‘olvidadas’ durante siglos y han ido resurgiendo en fechas relativamente recientes, propiciando que nos acerquemos al más allá romano como nadie en Occidente desde el siglo IV”, opina el autor.

Cuando el miedo es real

Sin embargo, esta cosmovisión romana del mundo a la que nos acercan los relatos tiene trampa, advierte Fontana, pues como en tantos otros aspectos, en su literatura “la clase alta romana forjó una imagen de sí misma sumamente consistente y eficaz que se basaba en la idea de que podían controlar la realidad y la vida a través de un ejercicio deliberado de la voluntad. Y occidente aceptó esa imagen”. Sin embargo, desvela, “lo cierto es que ese trampantojo propagandista ocultaba una percepción de la realidad en la que había angustias, inseguridades y miedos que aquella sociedad canalizaba a través de las figuras aterradoras que pueblan estos relatos y que también estaban muy presentes en sus terrores nocturnos, un espacio del que ellos prefirieron no hablar”.

"Es difícil elevar el miedo a objeto de disfrute estético cuando es algo real y tangible, por eso en Roma no existió una literatura de terror propiamente dicha", explica Fontana

Y es que, pese a todo el corpus recogido por Fontana, el profesor destaca que Roma nunca llegó a construir ni cultivar un género como lo que hoy entendemos por literatura de terror, quizá con el objetivo de no alimentar a los protagonistas de tales historias. “Los autores romanos tenían toda la panoplia de recursos para construir una literatura de terror, sin embargo, no lo hicieron. La literatura latina, más que suscitar terror, habla más bien de gente aterrada, que no es lo mismo”, bromea.

Pasadizo en las Catacumbas de Domitila, en Roma. Foto: Friedhelm Dröge

“No cabe duda de que en todas las casas se contaban cuentos de miedo, y no solo a los niños. Sin embargo, eso no pasó a la ‘gran literatura’”. Algo que el autor achaca a que “es difícil elevar el miedo a objeto de disfrute estético cuando es algo real y tangible. En realidad, el conde Drácula es hijo de la conquista de la noche en época victoriana y el demonio de El exorcista lo es del Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia decidió deshacerse de los viejos elementos medievales. Dudo que una película así hubiera entusiasmado mucho a la gente del siglo XVI que sí creía en serio en la posesión demoníaca. En ese sentido, la única manera que los romanos tuvieron de presentar sus miedos fue a través de la risa y el humor negro, un mecanismo psicológico inevitable para mentar a lo inmentable”.

Sentimientos atemporales

Más allá de ciertos matices ideológicos y de las lógicas trasposiciones debidas al tiempo, la realidad es que este volumen demuestra que los miedos y pasiones humanas han sido, son y serán siempre las mismas. Como ejemplo, Fontana selecciona un texto (del que reproducimos más abajo un fragmento) que considera muy cercano y asimilable a la sensibilidad contemporánea, El sepulcro encantado, atribuido a Quintiliano y nunca hasta ahora traducido al español.

Este volumen de relatos sobrenaturales de la Antigua Roma demuestra que los miedos y pasiones humanas han sido, son y serán siempre las mismas

“Según el relato”, explica, “un adolescente muere, causando la lógica desolación en su madre. Sin embargo, poco después, el fantasma del muchacho empieza a aparecérsele por las noches, lo cual la llena de consuelo”. Sin embargo, el padre, celoso o aterrado por la aparición, contrata a un mago para que encadene al fantasma a su tumba. Entonces la madre, llena de dolor, decide interponer contra el padre un delirante pleito para exigir a su esposo que ordene al mago que deshaga su conjuro, y, así, el fantasma pueda salir de la tumba y regresar junto a su madre.

Como apunta el autor, “por más que la trama del discurso resulte artificiosa y alambicada, el argumento no solo ilustra un conjunto de prácticas necrománticas de época imperial romana (como el uso de clavos o piedras para retener al difunto en el ataúd o la amputación post mortem de sus extremidades), sino que esta pieza”, defiende, “podría ser encuadrada en lo que en nuestros días se suele denominar ‘literatura del duelo, género que explora las diversas alternativas de las que nos servimos los seres humanos para hacer frente y superar las pérdidas severas y las situaciones de zozobra”. Y que, desde luego, no ha cambiado ni un ápice con el correr de los siglos.

El sepulcro encantado

Así que, a espaldas de su madre, él se fue directamente a un mago, cuyos terroríficos murmullos e imperiosos conjuros atormentan a los dioses superiores y a los manes. Maquinando una segunda muerte para su hijo, lo convocó y […] le dijo: “Mi hijo no ha muerto del todo, todavía goza del resplandor de las estrellas y de nuestra noche, pues, cuando cae el día, pone fin a su muerte, vuelve a casa y sobresalta los sueños de su madre.

Busca, busca algún conjuro que lo encadene, pero con todo tu arte y todo tu afán. Grande ha de ser tu gloria si retienes a mi hijo, que regresa de la muerte junto a su madre”. Él rodea el sepulcro con un encantamiento maligno. Y a continuación sella la urna con espantosos conjuros. Entonces, el desdichado hijo se hace muerte y sombra.