Hamnet

Maggie O’Farrell

Traducción de Concha Cardeñoso. Libros del Asteroide. Barcelona, 2021. 350 páginas. 23,95 €. Ebook: 11,95 €

Los pliegues marginales de la historia suelen albergar personajes fascinantes. Se sabe poco de Anne Hathaway, la esposa de Shakespeare. La posteridad se ha referido a ella con cierto desdén, señalando que hizo infeliz a su marido. Ocho años mayor que él, engendró tres hijos: Susanna y dos gemelos, Judith y Hamnet. El niño murió a los once años a causa de la peste. El matrimonio nunca residió conjuntamente en Londres, donde Shakespeare desarrolló su actividad como autor, actor y quizás empresario. Se especula que Anne se casó embarazada de tres meses. Los testamentos de su padre y marido no le escatimaron ultrajes. El primero escribió Agnes en lugar de Anne; el segundo le legó solo una cama del hogar conyugal y no la mejor. ¿Quién era realmente Anne Hathaway? ¿Una mujer insignificante y algo fastidiosa o una persona abolida por la opresiva hegemonía de lo masculino?

La escritora irlandesa Maggie O’Farrell (1972) ha alumbrado la biografía imaginaria de Hathaway, reservándole el papel protagonista en una trama donde Shakespeare nunca es mencionado por su nombre. Con un perfil bajo, el dramaturgo solo es un secundario con una personalidad infinitamente menos interesante que la de su mujer. Agnes —O’Farrell opta por reivindicar el nombre fruto del azar o del desprecio— posee un vigoroso temperamento. Muchos creen que es una hechicera. Palpando el espacio que separa el pulgar del índice, conoce el interior de las personas y logra anticipar su porvenir. Cuida a un cernícalo que la obedece ciegamente y preserva con fiereza su libertad e independencia. De niña se había sentido rechazada. No la aceptaban tal como era. Querían que fuera otra: sumisa, silenciosa, invisible, pero ella nunca se plegó a esa exigencia.

Huérfana de madre, crecerá con el miedo a perder a sus futuros hijos. En una época donde la peste, el cólera y la viruela se cobraban infinidad de vidas, parecía imposible esquivar a la muerte, siempre presente, casi como una sombra ineludible. Cuando los gemelos enferman de la peste, los temores de Agnes se materializan. Inicialmente parece que la muerte ha elegido a Judith como víctima, pero Hamnet, muy unido a ella, empleará una especie de ritual mágico —magia blanca, magia de niños que no discriminan entre lo posible y lo imposible— para asumir el destino de su hermana.

'Hamnet' es una novela con una prosa lírica y poderosa. O'Farrell ha compuesto una obra perfecta, magistral, sin caídas ni costuras

Hamnet y Hamlet son nombres equivalentes según los anales del Stratford de finales del XVI y principios del XVII. Se ha especulado que Hamlet, la famosa tragedia, es un eco del hijo muerto. A O’Farrell siempre le extrañó que la muerte del hijo de Shakespeare solo fuera una nota a pie de página en sus biografías. Su novela resuelve ese vacío, especulando sobre el dolor que produce perder un niño de once años. Agnes no se resigna. No es como otras mujeres, que aceptan el zarpazo de la muerte con una mezcla de fatalismo y mansedumbre.

Ella siempre se había considerado fuerte, pero no estaba preparada para algo tan implacable. Se pregunta cómo es posible dejar de existir, cómo el ser humano se ha acostumbrado a esa obscenidad. Su marido tampoco sobrelleva el luto con estoicismo. Hamlet no es una simple obra, sino un desesperado intento de revivir al hijo muerto, ocupando su lugar. Sin embargo, ese ardid, lejos de cerrar la herida abierta, pone de manifiesto que los padres que sobreviven a sus hijos solo son fantasmas, seres espectrales atormentados por un vacío irreparable.

Women’s Prize 2020 en la categoría de ficción, Hamnet es una novela con una prosa lírica y poderosa que despliega una finísima introspección. Maggie O’Farrell ha compuesto una obra perfecta, magistral, sin caídas ni costuras a la vista. Se puede decir que su Agnes es un mito tan poderoso como el Hamlet de Shakespeare. Ambos examinan la calavera de Yorick, preguntándose si la vida solo es un sueño que se desvanece tras un parpadeo. O’Farrell no ofrece el consuelo de una hipotética eternidad, sino lo único que está a nuestro alcance: recordar a los difuntos, mantener viva su memoria, luchar contra el olvido.