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Letras

El juego serio de Rodrigo Olay

Su poemario 'Saltar la hoguera', Premio Jaén, mantiene, con voluntad de estilo, un intenso equilibrio entre clasicismo y novedad

22 septiembre, 2020 08:58

Saltar la hoguera

Rodrigo Olay

Premio Jaén. Hiperión. Madrid, 2020. 74 páginas, 10 €

Este es el tercer libro del asturiano Rodrigo Olay (Noreña, 1989), Premio Jaén. Con el primero, Cerrar los ojos para verte, ganó hace diez años el Asturias Joven y el segundo, La víspera, apareció en 2014. Al reseñarlo, dije: “Intuye uno que el tercero será, cómo no, otro libro”. No me equivocaba. Este poeta precoz pero debidamente leído y maduro, que bien podría formar parte de esa docta tradición tan española de los “poetas profesores”, mantiene un intenso equilibrio entre clasicismo, en su más amplio espectro, y novedad.

Entiendo por tal su afán por dotar al lenguaje de la fuerza necesaria para afrontar el reto que la poesía exige, no un mero decir más. Por eso su virtuosismo, la variedad de uso de las distintas formas poéticas (del soneto al haiku), la sintaxis (un punto barroca: “en qué dónde la muerte va a clavársete”), la rima y la métrica (donde el encabalgamiento juega un papel fundamental), la intertextualidad y las constantes referencias a la literatura, se ponen a favor de un modo de decir que no deja de ser actual, claro y preciso. Con voluntad de estilo. Un juego serio.

De su voz “desnuda y diáfana” habla Carlos Iglesias Díez en la contracubierta. No oculta Olay, nunca lo ha hecho, sus débitos, que son al cabo homenajes. El ajedrez y Borges, por ejemplo. También podríamos nombrar, de los contemporáneos, a De Cuenca, D’Ors, Siles, González Iglesias y, sobre todo, a Juaristi, sin olvidar a Gil de Biedma. Por lo demás, lo que narran los poemas de Olay tiene que ver con su vida (es un poeta autobiográfico: “Nada sabe de versos quien no fuera / capaz de desnudarse en el papel”) y con una sensible educación de la mirada. El niño de “2º B”, el muchacho del verano (“cuánto corre el pasado”), el hijo de “Rodrigo y Jovita” o el hermano de “Ángel y Martín”. Y el nieto (“mi abuela, a quien he echado / más de menos que a nadie nunca”).

El viajero: Belfast, Burdeos, Ginebra, Mérida… El enamorado: “lo tengo todo: tú”. El lector y estudioso, como en “Desiderata” o “De vita philologica”: “diestros / en lo que ya no importa”, “como el don de sentirnos humanistas”. El de la “alegría de leer”. No falta el dolor por “la situación incierta de la patria”, tan común ahora: “Rotos timón y quilla, ya el naufragio, / Meléndez, Moratín, Machado: / España”.