Diderot

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Letras

Diderot y el arte de pensar libremente

Con un estilo claro y vivaz, Curran da nueva vida a Diderot en esta biografía, destacando por qué su voz sigue teniendo significado para las mujeres y los hombres del siglo XXI

10 febrero, 2020 06:39

Diderot y el arte de pensar librementeAndrew S. Curran

Traducción de Vicente Campos. Ariel. Barcelona, 2020. 496 páginas. 22,90 €. Ebook: 12,99 €

Cuando en 1948 un joven profesor logró que los descendientes de Diderot (1713-1784) le dieran acceso al archivo que guardaban en su mansión normanda, se encontró con un tesoro insospechado: una de las tres colecciones de todos sus escritos que el filósofo francés había mandado copiar a mano en los últimos años de su vida. Se cumplió así su deseo de que la posterioridad conociera aquella parte de su obra que él mismo no se había atrevido a publicar en vida. La decisión de no irritar a las autoridades la había tomado a los treinta y seis años, tras haber permanecido durante cuatro meses en la prisión del castillo de Vincennes, en el que había sido encerrado por haber publicado su Carta sobre los ciegos, un texto en el que presentó una defensa abierta del ateísmo. Le quedaba por delante casi media vida, durante la cual su omnívoro apetito intelectual y su disciplinada capacidad de trabajo dieron lugar a una obra inmensa, que en parte se publicó y en parte quedó oculta.

La obra pública consistió sobre todo en su trabajo como principal editor de la Enciclopedia, cuyos diecisiete volúmenes aparecieron a lo largo de dos décadas. Fue una extenuante lucha contra la censura, un intento de presentar a sus lectores el conjunto del conocimiento humano desde una perspectiva puramente racional. Tuvo un éxito enorme y contribuyó a cambiar la visión del mundo de los europeos cultos, aunque tuvo también muchos detractores que la denunciaron como un ataque sibilino contra el altar y el trono que se presentaba bajo la inocente apariencia de una obra de referencia. Fue la magna empresa de la Ilustración francesa y nadie contribuyó tanto a que saliera adelante como el propio Diderot, quien durante veinte años centró sus esfuerzos en esa ímproba tarea. Le dejó un sabor agridulce porque no pudo tener un planteamiento tan radical como él hubiera querido. Montó en cólera cuando descubrió que algunos de sus párrafos más atrevidos los había eliminado el editor André-François Le Breton.

Con un estilo claro y vivaz, Curran da nueva vida a Diderot, destacando por qué su voz sigue teniendo significado para las mujeres y los hombres del siglo XXI

El triunfo a largo plazo del pensamiento ilustrado ha sido tan completo que es difícil percibir hoy el desafío que implicaba a mediados del XVIII. Ello hace que sus grandes textos hayan perdido la capacidad provocativa que originariamente tenían, al menos para esa casi mitad de la humanidad que vive hoy en estados democráticos y puede considerar la libertad un derecho adquirido. Olvidamos que a lo largo de la historia humana han predominado casi siempre la tiranía, la intolerancia, la superstición y la violencia, es decir los males que personas como Voltaire o Diderot se atrevieron a combatir en una época en que no era fácil hacerlo.

La Francia dieciochesca era un faro de cultura y el francés era la lengua franca de las élites europeas, pero la mayoría de sus habitantes vivía en una pobreza extrema, la libertad de expresión era precaria y la justicia era a menudo cruel. Voltaire optó por instalarse en la frontera suiza, pero Diderot permaneció en París, siempre bajo la amenaza de un posible arresto. Ambos libraron un combate duradero en favor de la libertad y desplegaron un prodigioso ingenio que permite leer hoy con placer muchos de sus textos, en el caso de Diderot sobre todo aquellos que irían apareciendo paulatinamente tras su muerte.

En los círculos más refinados de la sociedad dieciochesca se practicaba con entusiasmo un arte que hoy no brilla tanto, el de la conversación. Evocar ese mundo desaparecido, pero al que tanto debemos, es un desafío que durante generaciones ha atraído a historiadores y biógrafos. En particular, existen varias biografías excelentes de Diderot, pero me atrevo a decir que la que acaba de publicar Andrew Curran, profesor de la Universidad Wesleyana, es, como ha destacado la crítica internacional, la mejor para quien quiera aproximarse en no muchas páginas a su vida y su obra. Curran tiene un conocimiento amplísimo de los temas que aborda, pero no intenta trasmitirlo al lector a través de una farragosa acumulación de citas eruditas. Su estilo es claro, vivaz y eminentemente legible y su propósito es dar nueva vida a Diderot, situándolo en el ambiente de su época y destacando a la vez por qué su voz sigue teniendo significado para las mujeres y los hombres del siglo XXI. La traducción de Vicente Campos es fiel a la claridad y viveza del texto original.

El gran defecto que a nuestros ojos tienen muchos autores de la Iustración es su predilección por crear sistemas explicativos aparentemente muy racionales pero que en realidad mutilan la complejidad de la vida humana, reduciéndola al nivel del mundo mecánico. El hombre máquina de La Mettrie es un ejemplo extremo de la tendencia materialista a creer que, una vez liberada del lastre supersticioso y fanático de los siglos oscuros, la razón humana podría explicarlo todo mediante unos pocos mecanismos muy simples. La mente inquieta de Diderot no podía satisfacerse con eso. Que fuera irreverente respecto a las tradiciones del cristianismo medieval tuvo mucha importancia en su época, pero difícilmente sería un motivo para leerlo hoy. Lo importante es que fue irreverente respecto a toda ortodoxia, porque no estaba dispuesto a contentarse con explicaciones simples. A propósito del cuadro en que le retrató su amigo el pintor Louis-Michel van Loo (reproducido parcialmente en la portada un tanto absurda del libro), Diderot comentó que esa expresión afectada no era suya y que la suya variaba continuamente según su estado de ánimo. También llegó a decir que él perseguía las ideas, pasando con ligereza de unas a otras, como los jóvenes que seguían a las cortesanas en un jardín.

Diderot era capaz también de una gran disciplina intelectual, como lo demostró en la gran empresa de la Enciclopedia, pero su pensamiento más vivaz encontró su forma de expresión más adecuada en obras breves en que distintos personajes exponen ideas contrapuestas, a veces descabelladas e incluso delirantes, como ocurre en El sueño de D’Alembert. El lector español dispone de ediciones de las más significativas, como El sobrino de Rameau, en que un personaje inquietante lleva a su extremo la crítica de toda moral, El suplemento al viaje de Bouganville, en el que las normas sexuales cristianas se contraponen a la libertad de las acogedoras tahitianas, o Jacques el fatalista, en el que la concepción determinista de la vida humana es negada en la práctica por la inventiva que su protagonista despliega para salir adelante. También vale la pena leer sus Cartas a Sophie Volland, dirigidas a la mujer que más amó. Lamentablemente, las cartas de ella no se han conservado, aunque cabe suponer que eran magníficas. Al parecer, ella misma las quemó.